De camino a Burgundoforilandia

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🥂[Segunda parte]🥂

Su móvil había sonado ya más de cinco veces.

No era Jungkook, así que Taehyung, necio, no había querido contestar. Fuera quien fuera que llamaba, no le importaba.

No necesitaba la atención de nadie más. Por más tonto e infantil que sonara. No la quería.

Iba por su décimo segunda Bomba de Soju cuando tocaron a su puerta, en medio de su pequeño y oscuro apartamento. El castaño, con el cabello desordenado por halarlo en medio de su desesperación, levantó la mirada hacia la entrada y exhaló entrecortadamente. ¿Qué mierda querían? ¿Por qué no lo dejaban en paz?

Estaba haciendo su décimo tercera Bomba cuando los golpes desde fuera volvieron, más insistentes, más rápidos. Los ignoró. Fuera quien fuera, no quería verlo. No quería ver a nadie. Ya no había nada por celebrar.

Alcanzó un trozo de calamar seco y lo mordió con los dientes delanteros. Él había hecho su propia fiesta. No quería invitados. Ni una after-party.

Pero una voz se hizo más alta que sus pensamientos, atravesando en eco toda la habitación.

―¡Taehyung! ―sus ojos volvieron a levantarse, era Jimin. Uno de sus hyungs. El más cercano. ―¡Taehyung, abre la puerta!

Alcanzando otro pedazo de calamar seco, rodó los ojos. ¿Cómo estaba tan seguro de que estaba allí? No hizo ruido, y permaneció en silencio, sólo esperando que se fuera. Se iría. Park Jimin era un hombre que odiaba doblegar su orgullo, por la persona que fuera, en eso se parecían mucho.

Eso, justamente, era lo que los había vuelto amigos. Desde pequeños habían lidiado con el otro teniendo los jardínes de sus casas uno junto el otro. No se habían agradado, en primera instancia, porque sus bicicletas, regalo de alguna navidad, tenían el mismo diseño. A ninguno de los dos le pareció justo, y se sabotearon hasta que ninguna bicicleta había quedado decente para montar. Regalos navideños desperdiciados, hasta que a Jimin le regalaron una pelota de fútbol, el siguiente año.

Taehyung no había recibido una pelota de fútbol, había recibido un guante de béisbol.

Jimin amaba el béisbol.

Taehyung amaba el fútbol.

Y cuando a brazos cruzados los intercambiaron, no tuvieron más remedio que aprender a estar juntos. Había sido conveniente al principio, según los gustos de cada uno, pero al pasar del tiempo y las experiencias un lazo fuerte se había creado. Y mucho más cuando ambos fueron honestos sobre sus orientaciones sexuales.

Taehyung y Jimin eran mejores amigos. Guardaespaldas mutuos. Podían recibir una bala por el otro. Compañeros de locuras en la adolescencia, y luego compañeros de bebida.

Sí, bien. Ese último los había arruinado. Ambos se habían vuelto un par de hombres problemáticos y alcohólicos. No duraban mucho tiempo en puestos de trabajo, y nada importaba lo suficiente, además de ellos dos.

Entonces Jimin conoció a su novio actual, Yoongi.

Y le habían presentado a su, ¡oh, sorpresa! mejor amigo, Jungkook.

Si la gente no creía cuando se decía que el amor rehabilitaba hasta al peor alcohólico: estaban mal. Porque ellos dos eran la prueba existente.

Yoongi y Jungkook habían sido siempre mejores en todo. Más maduros, más tranquilos. Habían aguantado todas sus pataletas y necedades, y les impulsaron a buscar algo mejor.

Un total milagro. Taehyung se había dicho a sí mismo todos los días lo afortunado que era de tener a Jungkook. Sabía que Jimin se sentía igual. Se habían anclado a ellos como si fueran tablas salvadoras.

Bomba de Soju «KookTae» ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora