4. Nueva York sin héroes

52 7 0
                                    

Cornelia tuvo tres cirugías esa noche, no le tocaba hacer guardia, pero eso no importaba cuando sabía que el deberle la vida al hospital estaba escrito implícitamente desde el momento en el que decidió estudiar medicina.

Estaba cansada, en realidad angustiada y frustrada mientras pensaba lo que había pasado en la tarde; mató a dos hombres y Archer Pomatter estaba al tanto de sus habilidades, más temprano fue lo primero lo que le hacía olvidar la segunda situación, pero en cuanto la marea se fue calmando cayó en la cuenta de que alguien importante para ella sabía uno de sus más grandes secretos. Estaba segura de Archer pediría respuestas más concretas, si no lo hizo antes fue por que era todo un caballero, digno de la sangre inglesa que lo acomplejaba, su acento había sido en realidad una de las razones por las que se había enamorado de él, era algo superficial, pero no pudo evitarlo.

Ella misma cerró al paciente, era algo que no hacía desde su último año de residencia, pero intentaba ganar tiempo; en lo que duró la segunda cirugía, una enfermera la había llamado de parte del doctor Pomatter más veces de las que podía contar con los dedos de una mano. Estaba huyendo, no iba a negarlo, pero no quería enfrentarlo hasta al menos haber ensayado lo que habría de decirle. Tal vez que se había golpeado la cabeza o que el extraño viaje que lo hizo desaparecer cinco años había dejado secuelas, pero supo en el momento que Archer no era una persona idiota a la que podría engañar con tan tontos argumentos.

Después de la última puntada, cerró los ojos tocándose la frente con el antebrazo en un intento de quitar el sudor emanado por los nervios que sentía; se quitó los guantes y se dirigió al área de lavado tardándose más de lo necesario. Cuando ya no supo cómo ganar más tiempo, salió del quirófano avisando sobre el paciente y ordenando a los internos que lo regresaran a su habitación postoperatoria en donde le darían los debidos cuidados.

Aún con la mirada perdida se quitó la pijama quirúrgica para volver a su normal uniforme y caminó con el gorro en las manos de la misma manera. Consultó su reloj de mano, marcaba las dos de la mañana, la última cirugía había tardado más de lo debido, aunque eso no había sido su culpa, en silencio y con su mente trabajando a mil por hora, se dirigió a la sala de emergencias una vez más, tal vez con la esperanza de obtener un paciente más y encerrarse un par de horas que utilizaría para pensar, o escapar, de su inminente enfrentamiento de preguntas.

—¡Doctora Kirk! —habló una interna desde una camilla, pudo notar las señas que le hacía para que se dirigiera a ella y así lo hizo.

Era la cama siete, a unos cuantos metros de donde estaba y en el camino pudo ver a los mismos paramédicos que le habían dado un aventón desde su escena del crimen, fue algo que ella llamó inercia que la hizo voltear el rostro para no ser reconocida, como si de esa manera al notar su expresión asustadiza se darían cuenta de que ella había tenido algo que ver con los dos fallecimientos extraños.

—Sólo mírala —escuchó en susurros— fingiendo ser médico cuando ha tenido sangre en sus manos que ella misma ha causado.

Aquello la hizo voltear tan deprisa que de pronto sintió un tirón el cuello, ellos no podrían saberlo, estaba siendo paranoica, pero juraba escuchar los susurros en su cabeza, los paramédicos se fueron sin chistar, pero aquellas voces acusándola de su delito no se detenían.

Mataste a dos personas y has hecho un juramento...

Todos van a enterarse del monstruo que eres...

Ella intentaba, pero no encontraba el origen de esas voces, todos los presentes parecían estar en sus propios asuntos, sin embargo, sentía que al mismo tiempo la acechaban.

Cenizas de un fénixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora