El sol comenzaba a ocultarse tras las montañas, comenzaba a colorear de tonos naranjas y rojos todas las laderas hasta los valles se bañaban del ultimo rayo del sol, la temperatura comenzaba a disminuir, el viento soplaba con ímpetu azotando todo a su paso. El cielo se oscureció por completo, la desolada noche comenzaba a dar su acogedor abrazo, una triste noche sin luna.
Entre el desolado clima andaba vagante una alama pura, una niña caminaba por los senderos olvidados a la oscuridad, los lobos le veían, pero pasaban de largo, era solo una pequeña. Mientras el viento soplaba, la pequeña se apretaba el abrigo, aunque no sentía frio tenía la costumbre de hacerlo, caminaba, pero sin saber hacia a donde, solo caminaba. Su madre le había regañado por la mañana por haber tirado el balde de la leche al tropezar, se sentía mal por eso, pero no había escapado. Había escuchado que los barbaros estaban cerca de las fronteras, pero ella no entendía mucho, pero tampoco se había ido por eso, no sabía porque caminaba sola por los desolados parajes, no sabía a donde iba, no tenía frio, sed ni hambre, solo caminaba.
Había caminado mucho, no sabía cuánto, jamás había caminado tanto, desconocía los parajes que se dibujaban a su paso, montañas, valles, lagos y peñascos. Lo más lejos que había viajado era a las afueras de la ciudad a una pequeña huerta de su padre, donde ayudaba a recolectar las frutas. No sabía porque caminaba, pero se sentía feliz de hacerlo, no sentía cansancio ni fatiga, no había dormido, pero no le pesaba, solo caminaba. Se maravilló al ver la playa, jamás había visto semejante belleza, arena combinada con espumosa agua que se agitaba sobre la costa con un fuerte bramido, pero a su vez bastante relajante, la noche seguía oscura, solo se asomaban algunas estrellas lo que hacía muy suave la luz sobre la playa.
Una barcaza flotaba suavemente dejándose mecer con el delicado movimiento de las olas en la costa, una pequeña farola en el frente iluminaba suavemente, la tenue luz dejaba ver el rostro de un bien añejado marinero, barbas largas, pómulos prominentes, ojos verdes y grandes, con una seria mirada, se mantenía sereno inhalando el humo de su pipa, mantenía la mirada puesta en la niña. El marinero se levantó, tomo un bastón para ayudarse a salir de la barcaza, salpico sus botas y se dirigió a la pequeña.
-¿Qué haces sola por aquí, eh, pequeña?- Cuestiono amablemente.
-No lo sé. Solo camino- Contesto ella con una sincera sonrisa.
El marinero la miro, examino su mirada y noto un brillante ímpetu en ella, le sonrió nuevamente y agrego esta vez otra cuestión.
-¿Has subido a uno de estos?- Apuntando la barcaza.
-Nunca había visto nada igual- Agrego la pequeña muy sonriente.
-Ven, te llevare a dar un paseo, iremos a una hermosa isla aquí cerca-
La pequeña sonrió y camino junto al marino hasta que el agua alcanzo sus pies, se asombró tanto de sentir el agua que no era fría como aquella en el arroyo cercano a su casa, era cálida, reconfortante, de inmediato se quitó el calzado y estiro los dedos mientras disfrutaba la sensación de la cálida agua en sus pies. El marinero la tomo en brazos y con una fuerte brazada la levanto hasta la barca dejándola sentada en ella, le advirtió –No te muevas, podría voltearse- mientras el pegaba un vigoroso brinco para situarse dentro del navío.
El marinero de mantenía en silencio observando a la pequeña que se deleitaba en posar su mano fuera de la barcaza tocando el agua, sintiendo la calidez de la misma. No hubo conversación en el camino, pero el marinero sentía algo especial en aquella pequeña, estaba llena de júbilo, alegría e inocencia, era sin duda el ser más puro que había conocido, sintió de inmediato una corazonada; Hirine la llamaba, si eso debía ser, la gran diosa le llamaba a sus puertas, por eso es que caminaba sin saber a dónde, solo lo hacía.
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A las puertas del Kraat
FantasyUna niña camina sin destino, sin saber hacia donde va, pero el futuro siempre tiene un lugar para todos y guarda uno muy especial para esta pequeña.