Introducción

10.9K 612 86
                                    

Por toda la mansión se escuchaban las risas y las apresuradas pisadas de una niña que corría por la gran casa, escapando de un enorme perro que la seguía enérgicamente, ansioso por saber qué le depararía aquel nuevo día junto a su pequeña ama.

—¡Vamos, Kavan! ¡Hoy madre prometió que iríamos a la ciudad! —decía alegremente la pequeña mirando momentáneamente al gran can, pero sin dejar de correr en ningún momento. Obtuvo un profundo ladrido como respuesta, causando las risas de aquella muchacha a la que tanto quería y con la que se había criado.

La niña divisó las escaleras que bajaban a la planta baja de la gran mansión y su emoción creció, tanto que comenzó a correr más rápido si cabía. En ese momento una puerta se abrió a su lado izquierdo y tuvo que maniobrar apresuradamente para no chocarse con esta. Sin embargo, aunque pudo esquivar la puerta exitosamente, creyéndose a salvo bajó la guardia, sus pies se enredaron y su cuerpo cayó al suelo de madera, cubierto por una fina alfombra azul decorada con delicados filigranas dorados.

—¡Señorita Cordelia! —gritó asustada la sirvienta que había abierto la puerta de la habitación que había estado limpiando hasta hacía escasos segundos al ver a la joven dama en el suelo. Rápidamente se acercó a ella para socorrerla, preocupada por el estado de la niña, mas su preocupación disminuyó considerablemente al ver como se sentaba por sí misma y empezaba a reír alegremente—. ¡Por Dios! ¡Me habéis dado un susto de muerte, jovencita!

—¡Myrtle! —contestó al darse cuenta de que la anciana ama de llaves estaba ahí—. ¿¡Sabés!? ¡Hoy por fin iré a la ciudad acompañada de madre y padre! Hacía semanas que no íbamos —contaba feliz a la mujer. De repente sintió como algo enorme y húmedo le babeaba su pequeña mejilla, reclamando su atención. Comenzó a reír con más ganas y a acariciar el pelaje de Kavan—. ¡No me chupes, cochino!

La mujer, al ver que la muchacha se encontraba en perfecto estado, se relajó visiblemente a la vez que le lanzaba una mirada llena de ternura a la chiquilla. Y es que ella la había visto nacer, había cuidado de ella desde el primer día y siendo una niña tan buena y alegre como lo era ella, no podía evitar sentir aprecio por su joven señora.

—Vuestros padres todavía no han llegado, Cordelia. No hace falta que corráis por la casa tratando de darme un infarto. De hecho, es totalmente innecesario y para nada propio de una señorita de vuestra talla. Deberíais comportaros —sentenció el ama de llaves, sonriendo levemente al ver la mirada de desaprobación que le lanzó la niña.

—Eres una aburrida, y yo no soy una señorita. Cuando sea mayor entraré a una Orden de Caballeros Mágicos, como padre y madre; los buenos modales ahí dan lo mismo, lo único que se necesita es ser fuerte y tener mucho maná —dijo Cordelia después de sacarle la lengua a la anciana. Se levantó como pudo del suelo, sobándose la parte dolorida de su cuerpo que había recibido el impacto de la reciente caída. A su lado, Kavan movía la cola entusiasmado e impaciente, deseando salir cuanto antes al jardín de la enorme casa y jugar con la niña hasta acabar agotados.

—Oh, y supongo que os aceptarán aunque vayáis por ahí cayendo al suelo cada dos por tres por andar despistada. Probablemente cuando estéis en medio de una batalla os tropezaréis y le daréis con un hechizo a algún aliado —se burló Myrtle caminando hacia las escaleras por las que momentos antes se proponía bajar Cordelia—. Los modales son importantes en cualquier parte, debéis saber comportaros como es debido en cada situación. —La niña seguía a la mujer de cerca, escuchando lo que decía, o eso creía Myrtle que hacía. La verdad era que, aunque sí que la oía, no la escuchaba; habían tenido aquella conversación miles de veces y Cordelia se negaba a ser la perfecta dama que todo el mundo esperaba que fuera.

A sus ocho años había descubierto que le encantaba correr, bromear, explorar, reír a todo pulmón sin importarle que las personas pensaran que estaba loca e infinidad de cosas que estaban mal vistas por la sociedad al ser ella una joven dama de familia noble y respetable; y sobre todo, no había nada que odiara más en el mundo que los incómodos vestidos que la obligaban a ponerse. Querían que fuera perfecta y simplemente no le salía, no era natural en su forma de ser. Se parecía demasiado a su padre en el carácter.

—Y ahora, idos de una vez al jardín con esa bestia hasta que sus padres regresen, está poniendo el suelo perdido con tanta baba —dijo molesta la anciana mirando de reojo a Kavan, el enorme san bernardo de la familia, que llevaba en esa mansión el mismo tiempo que su señorita. Ante aquellas últimas palabras dichas por Myrtle, las únicas que la niña se había dignado a escuchar, Cordelia saltó las últimas escaleras que quedaban mientras recogía la falda de su verde y largo vestido con sus pequeñas manos infantiles y salía corriendo al enorme jardín, seguida de cerca al trote por la gran bestia, que le sacaba poco menos de media cabeza en altura—. ¡Sin correr! —gritó desesperada el ama de llaves, siendo ignorada por completo. Resopló y fue directa al salón para continuar con sus tareas matutinas.

༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎༺︎︎❁༻︎︎

Cordelia se encontraba de pie frente a las tumbas de sus padres. Con lágrimas inundando sus verdes ojos, herencia de su madre, la misma que ya no se encontraba entre los vivos, miraba sin ver en realidad las lápidas que señalaban el lugar donde su única familia yacía ahora.

Se había pasado los últimos tres días llorando sin parar. Myrtle, la anciana ama de llaves, había tenido que obligar a la niña a comer, casi a la fuerza, para que no muriera ella también, esta vez de hambre.

La mujer miraba a su joven ama con pena en el alma: había sido testigo de cómo el mundo de la pequeña se desmoronaba en apenas unos instantes; momentos antes estaba feliz, revoloteando por la casa a la espera de sus padres para ir a la ciudad y de repente todo se había ido al traste con la llegada de un mensajero que no traía buenas noticias.

Desde que aquel emisario había aparecido en la mansión, buscando a alguien a quien contar la suerte que habían sufrido los señores Drysdale en la misión que se les había encomendado, desde que ambas habían sido conocedoras de aquel desgarrador destino, Myrtle no había podido hacer nada por su joven señora más que lamentar su destino: con ocho años Cordelia se convertiría en la señora de la mansión de los Drysdale, sin nadie que le enseñara lo que debía hacer para mantener económicamente la casa de sus antepasados, sin nadie que le diera el pésame por su pérdida de forma honesta... Y eso era algo que se podía observar incluso en el mismísimo día del entierro de aquellas dos bondadosas personas que habían aceptado los servicios de una anciana sin exigirle demasiado.

Tanto Cordelia como Myrtle, que había acompañado a la pequeña a petición de esta, se encontraban rodeadas de muchas personas que «lamentaban» profundamente la pérdida de aquellas dos almas. Sin embargo, la mujer podía sentir que esas personas estaban esperando la menor oportunidad para acercarse a su nueva señora y conseguir beneficios. Eran despreciables.

De repente Cordelia se dio la vuelta, se abrió paso entre las personas que la miraban con codicia, y se encaminó a su mansión.

—Vámonos, Myrtle —dijo simplemente, con voz inesperadamente firme, después de secar las lágrimas que habían empapado su rostro durante los últimos días. La anciana, obediente, siguió a la niña, quien ignoraba olímpicamente a los adultos que se acercaban a ella para Dios sabía qué. Sus ojos, aquellos hermosos ojos que siempre habían brillado, que siempre parecían estar sonriendo al mundo, se apagaron por completo, y no volverían a ser lo que antaño habían sido jamás.

La anciana tenía esperanzas de volver a ver la alegría inundar sus orbes, y lo harían, pero nunca de la misma forma que lo habían hecho antes.

Cordelia había sido feliz, la muerte había llamado a la puerta de su mansión y ella había agarrado su mano, aceptándola y odiándola al mismo tiempo.

La Ira del Mar [Black Clover]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora