El amor como principios de odio

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Arturo estaba sentado frente al televisor, tenía puesto un canal cualquiera pero solo era para amenizar el ruido. Sus manos estaban ocupadas afilando sus obsequios para el día tan esperado por muchos; para el 14 de febrero. Esta fecha tan especial solo servía para hacer hervir su furia.

Hace un año, Arturo se había armado de valor para decirle a Susana que le gustaba, ¿crees que el hombre tuvo suerte? Bueno, si lo hubiese tenido no estaríamos aquí. Pero la razón principal es por lo que le tocó vivir en los días siguientes.

Arturo era un joven universitario de 18 años, era muy indeciso, incluso podríamos decir que algo cobarde...al menos era lo que aparentaba.

Susana, en cambio, era más abierta, más espontánea, una chica que sabe lo que quiere. Para Arturo, Susana era la cúspide de la hermosura. Era el último chocolate de la caja, aquél que todos desean, pero pocos tienen. Por cierto, no creas que Susana era la chica más hermosa y popular de la universidad, porque si tuviese que describirla yo, diría que Susana pasa raspando la línea de lo «normal». Pero para Arturo era todo lo contrario. ¿Sabes cómo se le llama a eso? Amor, sí, se ese sentimiento aburrido y caótico que genera un mundo nuevo de sensaciones que ponen tu cabeza a dar vueltas. La primera vez que lo experimentas, quedas exhausto, quedas acabado y desubicado, no sabes dónde es arriba o abajo, pero...te sientes bien, eso es lo mágico... más bien, eso es lo raro. Arturo tuvo la buena suerte de experimentar este terrible sentimiento. Yo solo soy un portavoz de su historia, podría decirte quién soy, pero le quitaría la intriga al relato. No hay más que decir.
Recuerdo bien que la primera sensación de apego hacia Arturo la sentí un jueves 30 de enero, sabía que alguien iba a morir, lo sentía claramente. Al llegar a ese salón de universidad solo pensé «¿Otro tiroteo sin sentido?», pero me encontré finalmente con Arturo. Su mirada depositaba fuertes cantidades de odio hacia otro chico que se encontraba con Susana.

¿Sabes? Creo que fue un poco patético, he visto riñas amorosas en este corto tiempo que llevo en el cargo, riñas con palos, piedras, armas, ¿pero una pelea de miradas con esa intensidad de odio? Esas son escasas. Conocí personas que actuaban de esa forma y sus historias me emocionaron. Todos mis antecesores habían escrito sobre eso, así que, ¿yo por qué no?

Arturo se encontraba del otro lado del curso recostado en su banca. Utilizaba sus manos como almohada pero no estaba dormido, todo lo contrario, con los ojos entrecerrados lo aparentaba, pero su mirada estaba puesta en Susana y clavada en Bill, su otro compañero de clase. Ansiaba estar en su lugar y poder hablar con la bella Susana. Pobre chico.

Su mirada de odio hacia Bill era escalofriante, la mantuvo así por tres días enteros. Imagina odiar a alguien por ir a pedirle prestada la tarea a la chica que te gusta; Arturo llevaba las cosas a otro nivel y eso me gustaba.

El 31 de enero Arturo reaccionó, obligó a su mente a tener algo de valor y se adentró en el terreno desconocido de las confesiones amorosas. Manos titubeantes y piernas temblorosas, esa era la imagen que proyectaba el pobre Arturo mientras caminaba hacia Susana. Ella notó la presencia de Arturo cuando lo tuvo de frente. Se encontraban prácticamente solos en el comedor de la universidad, unos cuántos estudiantes que reían y comían, era lo único que interrumpía la atmósfera triste.

Arturo se quitó los lentes alegando que lo que iba a decir no podía hacerlo mientras la miraba a los ojos. Por supuesto Susana supuso lo que quería contar, no es tonta, de eso no hay duda. Arturo empezó a contar la historia de porqué se había fijado en ella y le quería pedir una cita, pero en cuanto éste pronunció las palabras «¿quieres salir con...?» ella inmediatamente lo calló, dio media vuelta y salió por el pasillo. Las risas del comedor cesaron, aparentemente todos se dieron cuenta del ridículo que había hecho Arturo, era como si guardaran silencio por el luto de una persona, pero esto es parecido, ¿no? Esa sensación de vacío que sufren los humanos cuando sus sentimientos no son correspondidos, es como estar muerto. Quedas quieto, inmóvil, sin poder articular palabra, solo repites lo ocurrido una y otra vez en tu cabeza. En ese momento, Arturo elevó su cabeza y sonrió. Me pareció muy extraño, un joven que ríe al ser rechazado es de admirar, pero luego comprendí. Arturo caminó hacia la salida, bajó las escaleras, entró al curso y vio a Susana, se detuvo un segundo para mirarla y siguió. Nunca paró de sonreír. Recogió sus cosas y salió. Estando en su casa, bastó dar un paso dentro de su cuarto para que la sonrisa desapareciera, era como si aquello que la sostenía cayese de golpe.

San ValentínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora