Calle 101 Dalmatas: Dan dan Y Marion

las lagrimas de un padre

Así que esto es todo.

Grandes columnas de virulento humo ennegrecido oscurecieron el cielo. La fuente de este floreciente bioma de niebla envenenada yacía en los incendios desenfrenados que consumían grandes extensiones de bosques en la distancia, a kilómetros de distancia de la meseta estéril del escenario donde la vida de su hijo se esfumaba. Aún más lejos en la distancia, más allá de un páramo interminable de devastación perpetua, yacen los restos ardientes de un reino que una vez fue grande, sus torres reducidas hace mucho tiempo a cenizas fundidas, los huesos de sus residentes ardiendo escoria a raíz de la devastadora devastación.

Otra ves, uno de los más grande bastiónes de la humanidad, había sido destruido por el poder abrumador del odio y el fervor religioso de los mismos humanos.

Soldado, sentado en una solitaria roca acompañando a su única familia que no solo había salvado innumerables vidas, sino que la esperanza de un mejor futuro para lo que el supuso era su humanidad, al menos como él lo entendía, miraba hacia un cielo que ya no era soberano para el. Su reclamo había sido usurpado, y se quedaron con menos que nada, solo los cuerpos destrozados de humanos rotos y el esqueleto fracturado de lo que una ves fue el hogar de su hijo alguna vez indomable.

Su observación de las estrellas, una actividad ociosa liderada por la finalidad de su existencia, había sido obstruida mientras su vision se polarizaba, su indolente enfoque atraído ahora por la detonación de una flagrante flecha que se elevaba por lo alto. El destello cegador, mitigado por su gran vision, le permitió mirar de cerca la moribunda flecha. Luego observó, con entumecida apatía, cómo la última de sus mascotas aguila, el poderoso Trafalgar , tomaba dicha flecha con sus garras, Para trasmitir el mensaje anclada en ella.

una vez partió, ahora sólo quedaban, el, el orgulloso Soldado inmortal, y el corazón de la defensa de la humanidad, su hijo, ambos habían sido destrozados por una cascada de detonaciones rápidas que se originaron en las profundidades del subsuelo, probablemente el cocimiento de municiones almacenadas, Soldado teorizó mientras observaba a lo lejos el lento pero inevitable desenso.

Soldado calculó los segundos, un proyecto improvisado alimentado por su desánimo, Soldado especula que su hijo llegó a veintitrés bajas confirmadas antes de que el suelo cayera sobre ellos. Sintió la fuerza, incluso desde la superficie, cuando la ola de sonido chocó contra él, empujándolo hacia el suelo rocosa. Multiples hebillas sin abrochar de su armadura revoloteaban con los vientos agitados y levantando las birutas de tierra que se mantenían serca del suelo.

Un torbellino de escombros cayó sobre la meseta en una pesada manta lo suficientemente gruesa como para oscurecer la luz de las estrellas, partes de su armadura se desprendieron inútilmente en un collage de colores plateados bajo el aluvión de piedras sueltas y tierra. Soportó el asalto en silencio, dejando que la furia ambiental se apoderara de él mientras sus pensamientos vagaban sin rumbo y sin sentido.

Su hijo moriria aquí.

De nuevo.

No tenía sentido entretener ninguna otra posibilidad, y no deseaba ignorar la inevitable inevitabilidad de su situación. No tenía los medios para salvarlo, e incluso si lo hiciera, lo matarían antes de que pudiera escapar. La superficie aún estaba repleta de legiones de infantería, y pueblos enteros ya habían sido limpiados por estos fieros gerreros. Dudaba que pasara mucho tiempo antes de que la atención de estos humanos salvajes se volvieran hacia este lugar. No por primera, ni última vez en su carrera, Soldado estaba completamente sin opciones. Nada de lo que pudiera hacer sacaría vivo de esto a su hijo. Por una vez, su fuerza bruta y su astucia marcial no le proporcionarían los medios para sobresalir sin pérdidas notables en esta batalla.