Capítulo dos, ¿quién lo diría?

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Te he dicho mi nombre, te he contado un poco sobre mí y he prometido narrarte una historia aún cuando te he dejado en claro que no soy una escritora.
Sí, me he repetido a mi misma lo suficiente como para que hayas entendido esa parte, lo tengo.
Lo siento, prometo que tengo un punto, no solo estoy diciendo cosas sin sentido, ¿o lo estoy?
Aunque lo admito, como serás capaz de notarlo por ti mismo muy pronto si no lo has hecho ya, en ocasiones tiendo a confundirme un poco y divagar largo y tendido. ¿Qué puedo decir a mi favor? Es lo que mejor sé hacer. Definitivamente no tengo el ingenio suficiente para ser escritora, pero ¿divagar?ahora eso es algo a lo que podría dedicarme aún hasta estando dormida... si solo fuese algo por lo que pagaran a las personas por hacer, claro está.

Mi trabajo, el verdadero, es la definición de aburrido. Creo que estarías de acuerdo de estar en mi lugar en que ver horas y horas de un documental sobre el crecimiento y cuidado del cesped es mucho más emocionante, y eso es decir algo, ¿no lo crees tú?
Deberás tomar mi palabra al respecto, a veces estoy despierta hasta tan tarde en la madrugada que toda la programación en la televisión se vuelve insípida; puros comerciales y algún que otro tonto documental que a nadie le interesa ver. ¿Será acaso la idea matar de aburrimiento al insomnio con tal programación? Digo, pensándolo un poco tiene sentido... pero no voy a agobiarte con más detalles que no han de ser de tu interés.

Sí, las cosas se fueron un poco por la borda en cuanto a espectativas. Mi vida no es lo que imaginaba para mí, claro está, pero es lo que es y, ¿acaso no son la mayoría de las personas infelices en su trabajo? ¿En sus vidas en general? Estoy bastante segura que existen estudios, porcentajes y cifras al respecto como cuestión de hecho.
No es ninguna rareza que pertenezca a ese grupo después de todo entonces; siendo una más del montón con un trabajo aburrido y una vida nada emocionante ya que, estadísticamente somos la mayoría... No, los verdaderos unicornios son aquellos que de verdad encuentran su vocación en la vida, que saben lo que nacieron para hacer y lo logran.

Lograrlo en mi opinión es la parte más difícil de todo el asunto.

Siempre se me dieron bien las palabras, te lo dije, pero cuando tenía dieciséis años, lo supe mejor. Un día como cualquier otro, años antes, tal vez a mis once, estaba haciendo una tarea para no recuerdo que clase y una niña en la biblioteca se me acercó con este libro, una historia sobre un detective muy bueno que resolvía los casos más increíbles, eso decía, y que yo debía leerlo.
Había leído libros antes para la escuela, sobre ciencias e historia mayormente aunque también algún que otro cuento pero nada como esto; una novela de verdad, con misterio, suspenso, acción; con personajes tan complejos, inteligentes y hábiles. Sobra decir que devoré ese libro en apenas un par de días. Para cuando volví a la biblioteca a devolverlo solo sabía que necesitaba más, lo ansiaba como un adicto a su siguiente dosis. Ese libro había despertado algo antes dormido hasta ese momento en mí, una cierta curiosidad; había abierto la puerta a un universo que había ignorado existía, lleno de historias y de personajes increíbles. Había tanto por leer, era apabullante ser consiente de ese hecho, verdaderamente consciente.

Y por años lo hice, uno tras otro devoraba un nuevo libro hasta que en algún punto me admití a mí misma lo que había descubierto inmediatamente después de terminar ese primer libro: yo quería ser escritora. Quería crear mi propia historia asombrosa, quería crear un mundo nuevo con personajes de todo tipo, con una trama original, ingeniosa, divertida o misteriosa; sorprendente o no tan ficticia; con finales felices o tristes. Yo solo lo quería. Quería, quería, quería. Así que me puse a ello.

Lo pensé mucho tiempo aunque no tanto. Estaba tan ansiosa y yo creía, con toda ilusión, con toda la fuerza de mis sueños de joven ingenua que iba a ser buena, más que buena en ello; después de todo de pequeña había imaginado y representado miles de historias y escenas al jugar; sobre monstruos, espías, superhéroes y princesas. Había tenido toda esa imaginación desbordante, pero en cuanto quise plasmar algo de ello... nada surgió. Era como si por las noches alguien hubiese destapado el espacio donde se alojaba la imaginación en mi mente y poco a poco, sin darme cuenta siquiera todo se había vaciado con el transcurrir de los años. O tal vez había excedido mi cuota de imaginación siendo niña, ¿quién podría decirlo? Solo sabía que no quedaba nada bueno para explotar ahí.

Lo intenté aún así, claro está; una y otra y otra vez sin embargo nada me sonaba lo suficiente bueno, lo suficiente original; todo era aburrido, sin gracia; y por mi vida que nunca pude darle inicio y final a una idea si esta aparecía.
Era una verdadera maldición, agonía si la había sentido alguna vez.
Yo había ideado todo un futuro en base a un castillo de naipes que ahora se caía tras un soplo de viento huracanado. Mis ilusiones: arrasadas. Mis sueños: frustrados y por nadie más que mi misma. Eso de mantén a tus enemigos cerca no creo que funcionara así pero ahí estaba, esa era yo.

Me resigné a los hechos y la vida continuó, no era lo que había esperado pero podría haber sido peor, lo sabía. El problema era que en todos esos años, con todos esos libros que seguía leyendo no podía quitarme aquella pequeña pulla, algo seguía y seguía picando y rondando mi cabeza: la idea de que todavía podía hacerlo, crear algo así, mi propio universo.

Entonces lo entendí, quizás yo no pudiese inventar algo de la nada pero tal vez podía contarlo...

Déjame contarte una historia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora