Alexéi creció pensando que todo el mundo tenía su propósito en la vida. Generalmente, escogido por una tercera persona cuando uno aún carece de la capacidad de escribir. Jamás por uno mismo.
El suyo fue el patinaje, como podría haber sido el ajedrez.
Tan solo tenía cinco años cuando su mejor amiga Kamila lo arrastró por primera vez a una pista de hielo. Este no estaba muy emocionado, pues aquel día nevaba en Moscú y hacía un frío de los que, por mucha ropa que lleves, te llega hasta los huesos. Lo que justificaba que al niño de pelo rubio platino no había nada que le apeteciera menos que salir de casa. Pero a ver quién se atrevía a decirle que no a la niña de ojos verdes, que con seis años era obstinada como quien tiene la absoluta certeza de que tiene razón.
Cuando llegaron se sacudieron la nieve, y alquilaron dos pares de patines de plástico azul. Cuando entraron al hielo este estaba siendo ocupado por el grupo de la que, sin saberlo, sería su futura entrenadora; Tatiana Arlovskaya, una mujer alta y fina; como si sus huesos no fueran más que palillos, con el pelo rubio recogido en un moño impecable y envuelta en un abrigo de piel; de esos que solo se podían encontrar en las tiendas más caras de San Petersburgo. La mujer se encontraba gritando improperios a sus alumnos, que al parecer habían cometido el error de exigir cinco minutos de descanso, un error imperdonable como los que Kamila y Alexei cometerían en un futuro no muy lejano bajo la tutela de esa misma mujer.
Dieron sus primeros pasos sobre el hielo con unos patines de alquiler, torpemente como potros recién nacidos. A medida que se encontraban más seguros sobre la pista trataron de imitar a los profesionales llamando la atención de Arlovskaya. Quien decidió ignorarlos cuando Alexei cayó al suelo y su amiga que estalló a reír y parecía a punto de partirse en dos.
Ofendido, el pequeño intentó alejarse hacia el borde de la pista, pero con su nula habilidad para frenar consiguió caerse otra vez. Sin embargo, obtuvo su pequeña venganza cuando la niña también acabó con las posaderas sobre el duro y frío hielo a causa de su descontrolada forma de reírse.
Kamila, con su orgullo herido, decidió que habían tenido suficiente patinaje por hoy, por que de aquella la niña no sabía que Alexei tenía opiniones personales y esa clase de cosas. La cosa siguió así muchos años.
En el camino a casa; envueltos en el frío de Moscú, solo comparable con el frío de sus gentes, ambos niños decidieron, el pequeño en silencio; la mayor en alto, como todo lo que se pasaba por la cabeza de la de la pelinegra, que volverían a pisar esa pista, más pronto que tarde.
27.2.2020
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Hielo Quebrado
Teen FictionAlexéi creció pensando que todo el mundo tenía su propósito en la vida. Generalmente, escogido por una tercera persona cuando uno aún carece de la capacidad de hablar. Jamás por uno mismo. El suyo fue el patinaje, como podría haber sido el ajedrez...