Capítulo Siete (Parte 2)

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Ayer temía que llegara otra vez el momento en el que Mason y yo tendríamos que encerrarnos en el cuarto para pasar la última noche en este hotel. Ahora también lo temo, porque no sé cómo hacemos para ver un agravante de cachondidad —¿acaso existe esa palabra?— antes de entrar por la puerta. Bueno, en este caso, lo oímos: desde la puerta se puede oír cómo se lo montan los del cuarto de enfrente, a lo bestia, sin inhibirse.

Los dos nos paralizamos cuando escuchamos el primer gemido. Nos miramos, sabiendo lo que hemos escuchado, quedándonos inmóviles por si suena otra vez, asegurando que no han sido nuestras mentes torturadas por los calentones de los últimos días. Y no lo son. Un grito contenido y un gemido masculino hace que un escalofrío me recorra la columna. Mason se endereza, mirando con fijeza nuestra puerta, dándole la espalda a la habitación en la que se está llevando a cabo el pecado. 

Y, joder, cómo me gustaría ser una pecadora justo ahora. Otro gemido. Se oye algo cayéndose, unas risitas y un sonido de chupetones. Más gemidos.

No puedo soportar más ver cómo la erección se está formando en los pantalones de Mason. No podemos quedarnos aquí de pie, escuchando a dos personas desconocidas tener sexo, menos cuando la habitación de nuestros profesores está al lado de la nuestra y en cualquier momento van a cruzar el pasillo para entrar, no me apetece vivir esa situación tan bochornosa. No debería serlo, porque el sexo es lo más natural del mundo. Pero siento que hasta para Ivy, que es la persona más abierta sobre sexualidad que conozco, sería un motivo de vergüenza el escuchar estos gritos de animales sexuales frente a tu profesor favorito. Se iría toda la magia de la relación profesor-alumna.

En un movimiento rápido, me acerco a Mason y cojo la tarjeta que abre la puerta, que la tiene en su mano derecha hecha un puño. Se deshace sin protestas cuando la toco, noto cómo se le va el aire, pero no se mueve, así que me tengo que acercar más de lo que me habría gustado para abrir la puerta. Y justo en ese momento, dos voces en grito nos declaran que han llegado a la vez al liberador orgasmo. Mason vuelve aguantar la respiración en un jadeo sonoro. Eso solo hace que me estremezca, aunado al hecho de que me pone a mil que él se ponga a mil por lo que acabamos de presenciar, desde ayer, el vídeo y mi sueño, lo veo desnudo en dos parpadeos.

Finalmente, él abre la puerta, viendo cómo me he quedado en el sitio, con su resoplido incrustado en la mejilla y la sensación de su mano en mi espalda baja al empujarme al interior de la habitación.

No hablamos. Ni siquiera nos miramos mientras cada uno entra al baño a cambiarse y asearse. Me sorprende lo rápido que sale, la verdad es que pensaba que iba a hacerse una paja o algo. Pero habrá sido valiente y habrá optado por una ducha fría, incluso cuando no es nada recomendable con las temperaturas que están empezando a dar. Pero supongo que sí que era recomendable por el bien de su polla. Me tienta el hacerme algo cuando entro yo, pero me siento demasiado cohibida con él a menos de 5 metros, así que me aguanto y me acuesto en la cama con la frustración sexual en un puño.

Veo cómo acomoda el sofá para dormir. Y no sé por qué lo digo, pero lo hago, me sale de dentro, del pecho, y de dos lugares un poco más abajo:

—Puedes dormir aquí si quieres.

—Vale.

Ni se lo piensa. Alcanza la cama en unos pasos y se tumba boca arriba en el lugar que ocupó anoche. 

No pienso. No estoy pensando. Estoy demasiado aturdida por toda la energía que bulle desde mi entrepierna, la que no he podido calmar desde la noche de ayer. Y acordarme de eso me lleva a recordar mis fantasías, y veo a Mason otra vez. Desnudo y con fuego en su mirada. Lamiéndose los labios y sonriéndome con picardía. Mi respiración falla, y me doy cuenta de que la tensión sexual me está matando. Nos va a matar.

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