Sentimiento De Grandeza

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Capítulo 0

Sus manos se movían ligera y delicadamente por las teclas, la suave melodía se desprendía en la habitación donde solo tres personas apreciaban el talento del joven.
Pequeños rayos se mezclaban con el ambiente tranquilo, las gruesas cortinas no impedían a los pajaritos apreciar desde afuera la pieza musical. El cielo, lleno de cúmulos blancos abría pasó al sol, dejándolo resplandecer en una parte del extenso celeste que se adueñaba del asombro de cada soñador.

La residencia se veía impecable, resaltando los lujos de la familia, no solo lo imponente de la mansión y cada lugar específicamente decorado con arte de estilo barroco, imitando grandes palacios, lugares destinados incluso para descansar viendo el exterior (más bello que el mismo interior, a los ojos del joven).

De pronto, sabiendo que era hora de comenzar su canto, se afino la garganta, miró de soslayo a la matriarca junto con los dos tutores atentos a su persona, ante esta idea de que en el exterior algunos más lo verían, se dio la libertad de sonreír, sus delgados dedos eran como el agua, un fluido de talento.

Comenzó el dulce canto, impactando con la potente voz, manejada a la perfección con la melodía, cerrando los ojos, olvidándose del mundo.

Aingeal, thoir dhomh gràdh— delicado, con vibrato. Deteniendose en un coro tibio, amoroso, un grito desesperado de su alma por esa realidad que no deseaba.

Disfrutando con cortesía su pieza de música, la tía del muchacho se mostró orgulloso con una imperceptible sonrisa.
Su voz, su tono, la letra, la música, ¡era algo exquisito para sus oídos!

Albert, termino con una voz tan sutil, abriendo con lentitud sus ojos azules para apreciar la opinión de sus mayores, quien sin actos de aplausos se mostraron asombrados con sus expresiones.

—William, has mejorado mucho. Tu canción es preciosa.

—Gracias, Tía —sonrió ligeramente, le hubiera encantado escuchar algo más dulce y cálido de quien era ahora, la figura materna y pilar emocional.

De forma educada, se mantuvo erguido, apretando ligeramente sus dedos, esperando las palabras de los otros dos, palabras vacías, palabras superficies, no lo que deseaba escuchar como tal.

—Sin duda, como heredero debes aprender a relacionarte con este arte. —levantándose del sofá, se acercó al muchacho. —Muy bien, hijo. Puedes seguir con tus lecciones.

Junto a ella se retiraba George, quien fuese el fiel confidente de la familia, un hombre respetable, en su rostro encontraba una seriedad finita y cortesía, que poco a poco imitaba.

Quedó entonces solo, siendo uno mismo con el piano, siguiendo las instrucciones de su maestro.

Viernes por la tarde, daba por finalizadas las clases. No, no estaba a gusto ni feliz. La canción que interpretó, la cual dedicó semanas en crearla, a la que se esmero y le puso sentimientos no fue recibida con el regocijo que hubiera preferido.
Aún le quedaban las horas restantes del día para tranquilizarse y olvidar el mal sabor de boca.

Antes de esto, se recostó sobre su cama sin cuidado alguno, con el cabello húmedo y frío esparciendose sobre las sábanas, recién librado del peso de la semana, ardua, castrante.

¿Por qué tantas exigencias a un joven de apenas 17? ¿Por qué limitarlo? ¿Por qué, no empezar a vivir de verdad?

Conceptos rondaban en su joven mente, tan solo una semana atrás habia hecho su mayor rebeldía en aquella reunión, donde sólo por un descuido del tiempo, terminó presente sin convivir con el resto, siendo un mirador desde la ventana.

La rabia, sentimientos encontrados y una estrategia. Una sonrisa escapó de sus labios, la intensidad de estar sobre el coche manejando y gritando todo lo oculto en su corazón fue la mejor sensación, las frases más potentes que había dicho.

A decir verdad, por semejante acto reconocía la actitud tajante de su Tía Elroy, pero igual le sorprendía que por primera vez estuviera dispuesta a "perdonarle" en poco tiempo, es decir, era reconocible que le dirigiera la palabra luego de su desobediencia. Aunado a esto, su canción fue algo significativo pues el tiempo en que la presentaba le servía como excusa de dedicársela.

Recordó la hierba, su olor húmedo, el viento sobre su rostro y ese sentimiento cálido de estar de pie en esa colina. Perdido en cierta, amando en soledad el verde y azul del horizonte, llegaba consigo la imagen de una pequeña, un pequeño ángel que corría como gacela. Sin querer ser visto de pronto, se escondió, pero poco le importó a la niña quien enseguida, apretando un papel entre sus manos, como si la vida se fuera en nunca soltarlo.

La niña tembló, pudo apreciar tan solo sus cabellos, alborotados en los moños, ella primero se limpió las mejillas con el dorso de sus manitos, y luego se desvaneció echándose al suelo. No entendía, era una niña para sufrir de aquella manera, su pequeño cuerpo colapsaba con cada sollozo. Quería salir de su escondite, ver un sentimiento tan profundo liberado de esa forma lo impactaba de sobremanera, sin entender como, se sintió relacionado a ella, aunque claro, diferentes tormentos expresados de forma distinta.
Con su gaita, salió dispuesto a darle ánimos a la infante de lindos rizos rubios. Creyendo estar sola, se levantó desorientada viéndolo con la inocencia de unos ojos verdes.

No dijo nada, escudriñaba con apuro su presentación, Albert miró como la niña se empeñaba en observarlo, analizarlo hasta que una pregunta fuera de contexto salió, tuvo que dejar de tocar la gaita para reírse con ganas.

Una comunicación sencilla, pequeñas frases de la gran imaginación de una pequeña que tras esto le pudo dedicar la sonrisa más bella, llena de espíritu, una sonrisa que seguía en su mente hasta ese día...

—Pequeña, si que eres más linda cuando ríes que cuando lloras. No me he despedido de ti, no es propio de un caballero. Si algún día te veo, procuraré llevarme de ti una sonrisa... ¡Y despedirme, claro!

"De alguna forma, conocerla fue haber encontrado un tesoro, uno el cual volvería a encontrar y llenarlo de  más riquezas"

Cabalgando por el bosque, se deleitaba con los colores del cielo, horas anteriores solo un color reinaba, ahora eran varios. La llama del sol era apagada por la perspectiva que daba el lago, como si lo consumiera, la luna comenzaba a ponerse encima para velar por todos, animalitos se acercaron al joven, esperando ser acariciados, brindando amor y compañía que tanto deseaba.

Recostado en un tronco, siguió jugando con los pequeños hasta que estos partieron a sus escondites, dejándolo sólo con su caballo, en silencio acarició el hocico de este, diciéndole cosas de aliento y calificandolo como un ser hermoso.

El joven Albert, pensó de pronto si su vida cambiaría, esperaba un solo permiso para librarse de la seriedad que lo hostiga a. La noche era riesgosa y se coló de vuelta a su habitación a través de la ventana, siendo observado y hasta manipulado, el buen George entró en su busca.

—Joven Ardley, su tía le espera.

Él soltó un suspiro, deseando que Dios le ayudara y pudiera marcharse cuanto antes de esto a lo que llamaba "vida".

 

Abrázame muy fuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora