Capítulo 4
De sus ojos se liberaron las perlas saladas, un pequeño pie se había destrozado de forma irremediable, de la misma forma un corazón joven entendió nuevamente el significado de amor.
Albert no parada de estar nervioso, ansioso por cada cosa que pasara. Fue incluso peor para él, para la Tía Abuela pero sobretodo, para Anthony tener que ser trasladado a un hospital para ser atendido.
George llevó a prisas al niño que pudo haber sido suyo, el pequeño príncipe de Rosemary sufría en silencio.
¿Pero él? Precisamente él, sin importar lo que sería en cuestión de años, sin importar su apellido, tenía estrictamente prohibido presentarse a la sociedad, por lo cual tampoco logró acompañar a su sobrino hasta el hospital.
Albert golpeó la pared otra vez, acabaría en el hospital con la mano rota, incluso los nudillos sonaron de forma espantosa y un quejido sonoro se lució de su garganta.
—Anthony, perdóname... ¡Por Dios! —hace varias horas que el coche se había ido, el estaba confinado en su habitación, no por nada la tía puso a todo el personal a su alrededor, como un prisionero. Incluso si escapaba y corría como alma que lleva el viento, los feroces guardaespaldas lo alcanzarían. Debía ser ingenioso más que cualquiera en el mundo. —Todo esto fue por mi descuido, pequeño, espero que puedas soportarlo, quiero más que nada que estes bien. —la soledad quemaba como de costumbre todas sus neuronas, quedaba en el parálisis del temor.
°°°
Once días después...
Abrió con pereza sus ojos, la luz natural aniquilaba cinicamente a las pupilas inocentes, como las suyas. Todo parecía brillar, en el aire ese olor peculiar a medicamento mezclado con alcohol que ya no soportaba, su pie estaba enyesado y puesto con mucho cuidado sobre un cojín. La bata de hospital cubría su pequeño cuerpo, a pesar de estar tanto tiempo bajo el cuidado de enfermeros, en Anthony no se miraba muestras de los días, cada despertar era refrescante.
El ruido de la puerta lo alertó, mirando en dirección a ella una enfermera le saludó con una cálida sonrisa.
—Hola principito, ¿Cómo has amanecido?
—¿Principito? —repitió con cierta pena en los pómulos —¿Qué hora es?
—Las siete, te despiertas muy temprano. —sé acercó con la bandeja de desayunó. —Aunque últimamente dormiste mucho.
—Sí lo sé —admitió con pesar, ¿Cuántos días llevaba encerrado? ¿90 ó 100? Sea cual sea el tiempo, estaba fastidiado. —¿Ha venido mi tía? —preguntó con ternura, acomodándose en la cama.
—La señora Andrew viene todos los días sin excepción.
—¿Y mi tío Albert?
—Perdone, no ha venido nadie en nombre de su tío...
—Oh. —se dio un golpecito en la cabeza, estaba claro que le era restringido venir a verlo, pero tenía a sus primos así que preguntó por ellos.
La mañana es fresca y tibia al mismo tiempo, el vaivén de los árboles es prohibido porque le invitan a treparse en sus ramas, el niño de la habitación se queda sostenido en una nota alta que define su frustración.
Su pie estaba, incapacitado. Solo esa parte del cuerpo, el resto tenía energía para saltar y moverse.
El recuerdo del sonido crujiente sonó como canción seguido de la calidez de ir en brazos de su tío totalmente alterado. Fue como estar en los brazos de mamá aquel día que enfermó de fiebre, su voz en el peor momento sonó dulce, motivadora. Anthony comenzó a jugar con sus dedos, a seguir viendo cada detalle que le rodeaba, prefería que su enfermera entrara, le agradaba, siendo ella tan feliz y contagiosa de su estado de ánimo. Incluso la Tía abuela le alegraría de sobremanera ese día pesado que recién empieza.
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Abrázame muy fuerte
Hayran KurguTomarse las cosas en serio siempre han sido una prioridad para la matriarca, quien ante una apuesta infantil en público de parte de sus nietos, es capaz de pedir algo tan descabellado sin pensarlo demasiado. Los jóvenes de la familia quedan impresio...