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"Rosas rojas"


     En un inmenso silencio, el fuerte sonar de unos tacones comenzó a escucharse, una y otra vez, haciendo eco por todo el pasillo, era una casa grande y algo vieja, no podía evitarse que se escuchará cualquier movimiento contra el piso. El ruido se detuvo por un momento para después escucharse de nuevo, René se encontraba ansioso bajo una pequeña manta azul, tenía miedo, demasiado miedo, quería ir con su madre, con su hermana, quería salir corriendo de ahí y buscarlas, abrazarlas mientras cortaban las rosas rojas del jardín de su casa mientras se sentaban en un banco cercano, mirando con su hermana la gran sonrisa de su madre, su cabello largo y ondulado que caía hasta su abdomen, René le encantaba ver las rosas rojas, porque eran tan hermosas como su madre, una rosas rojas que combinaban con sus labios rojizos. El pequeño niño se había calmado tras el recuerdo de ese bello momento, pero poco a poco su mente lo traicionó, imágenes que había olvidado llegaron, su madre cubierta de sangre, las rosas rojas, su hermana llorando mientras corría, su padre frente a él, todas las imágenes llegaron repentinamente a su cabeza, la falta de respiración y miedo se apoderaron nuevamente, sentía como si algo le estuviera impidiendo respirar, como si algo lo estuviera sosteniendo.

—¡René, René! —una voz penetró sus oídos deteniendo los recuerdos en su mente, se le hacía familiar pero no recordaba en dónde, parpadeo limpiando sus lágrimas, el rostro de una mujer se hizo presente, se veía preocupada, su cabello corto y rubio estaba algo despeinado pero René se percató quien era, abrió los ojos en grande y empujó a la contraria, se libero de las manos de la mayor y se escondió nuevamente entre su manta, la mujer soltó un suspiro por la reacción del niño y trato de brindarle una sonrisa sin importar que le doliera que aún le tuviera miedo.

Habían pasado tres meses desde la muerte de la madre de René y Lia, no supieron más del paradero del padre, pero seguramente no había acabado bien, los pequeños niños habían sido acogidos por una pareja que residía en la ciudad, habían sido contactados por el abuelo de los niños, él había trabajado con ellos durante los últimos años y veía como deseaban tener hijos, pero esa posibilidad había sido denegada, la posibilidad de adoptar había llegado pero aún no habían sido llamados, la espera se había hecho larga, las esperanzas se apagaban, el hombre mayor veía la tristeza en ellos deseando con ansias a unos pequeños para amarlos y cuidarlos,  mientras que cuando llegaba a su pueblo, veía como su hija era maltratada, sus nietos con apenas y unas prendas para vestir, y el pequeño bebé que le esperaba una vida miserable, le dolía ver esa situación, pero estaban acostumbrados al silencio, era algo más que hacer algo o hablar, el silencio en el pueblo era como un tatuaje permanente en la piel.

¡Por favor, ya no me pegues!

El silencio se había detenido con los gritos de agonía de la mujer, el hombre mayor había llegado al pueblo decidido a terminar el sufrimiento de su hija y sus nietos, pero su llegada había sido muy tardía, su respiración se había detenido al ver cómo las personas del pueblo estaban al rededor de la casa de su hija, sintiendo ese presentimiento en su corazón, se fue acercando abriéndose paso entre la gente hasta llegar a dónde estaba su hija, la imagen de su bella hija cubierta de sangre, el rostro completamente golpeado y su abdomen abierto, no podía seguir viendo esa imagen, su hija y su nieto que no había ni siquiera visto el mundo, habían sido privados de su vida.

—Los niños seguramente se fueron a la carretera —dijo una señora mayor.

El hombre se acercó a su hija y con un gran dolor susurro un "lo siento" sabiendo perfectamente que eso no cambiaría los años de silencio, mientras los demás cubrían el cuerpo de la mujer, el mayor salió de la casa dispuesto a buscar a sus nietos subiendo a la camioneta en que había llegado, se dirigieron hacia la carretera.

—Seguramente se fueron por el desvío, por eso no los vimos —mencionó el conductor.

—Lia sabía que así llegaría más rápido, se estarán escondiendo de él.

—¿Lo haremos? —preguntó con un tono serio el contrario, el abuelo de los niños asintió sin duda alguna con la cabeza.

—Nuestra justicia es lo que merece, ya no habrá más silencio acá —el sonar del teléfono del hombre mayor interrumpió la tensión en el carro.

"Estamos llegando al crucero"

—"Nosotros también, ahí estan mis nietos y también está él"

La llamada se cortó, el hombre mayor bajó rápidamente de la camioneta y tomó una piedra del camino, sin ninguna duda se acercó a su yerno y le golpeó la cabeza, el cuerpo cayó al suelo dejando a la vista a los dos pequeños. La pareja se dispuso a cargar a los niños y subirlos al carro, la mujer se dirigió hacia donde estaba el hombre mayor y observó el cuerpo en el suelo.

—¿Qué sucederá con él? —preguntó la mujer.

—Es mejor que no lo sepa doña Samantha, le pido que se encargue de mis nietos, usted y don Samuel son su única salvación de este pueblo.

—¿Qué pasó con el bebé? —se atrevió a preguntar Samantha.

—Le pido que ayude a los niños a olvidar lo que vieron.

Sin más que decir, el hombre mayor volteó y arrastró el cuerpo de su yerno hasta la camioneta, Samantha volteó su mirada sintiendo ganas de vomitar, no sabía que tanto más había pasado en ese pueblo, pues la madre de los niños no era la primera muerte ahí de esa forma, tampoco se quería imaginar cómo acabarían el silencio en aquel lugar o lo que habían visto los pequeños niños, solo podía pensar que su infancia había sido arrebatada.

—¿Quieres ver a tu hermana? —se atrevió a preguntar la mujer rompiendo sus propios recuerdos, René al escuchar eso levantó su mirada, observó la mano de la mujer que se mantenía hacia su dirección invitando a qué se pusiera de pie, el pequeño se levantó con duda, sus ganas de ver a su hermana eran más grandes que el temor que le tenía a la mujer frente a él.

—¿Cuando podré ver a Luisito?

Samantha sintió un fuerte golpe en el corazón ante la pregunta de René, habían pasado tres meses y el pequeño seguía preguntando por su madre y su hermano, habían pasado tres meses y René seguía recordando la imagen de su madre muerta, habían pasado tres meses desde que Lia había dejado de hablar y reaccionar a su entorno, meses dónde los pequeños niños habían quedado encerrados en ese suceso que vivieron, un constante ciclo de recuerdos y no aceptación de la muerte de su madre y su hermano.

—Mamá corta rosas rojas todos los sábados, mientras lo hace acaricia su pancita, ahí está mi hermanito —explicaba René mientras caminaban hacia la habitación de Lia —los sábados son bonitos, los domingos no, porque es cuando llega papá.

Samantha abrió las puertas de la habitación de Lia y entraron, René soltó la mano de la mayor para acercarse a su hermana y la abrazó suavemente, se sentía tranquilo a su lado, solamente con su hermana se sentía de esa manera, pero también se sentía triste al ver que ella ya no sonreía, ya no hablaba, ya no hacía nada.

—¿Lia también se va ir como mamá? —preguntó René entre lágrimas.

—No... —Samantha no podía ni emitir una oración, sentía un dolor en el pecho y garganta, la imagen de los dos pequeños le causaba tanta desesperación y tristeza, quería curar todos sus dolores y sentimientos, pero no sabía ni como sacarlos de esa burbuja en la que se habían quedado atrapados—...Lia pronto podrá jugar contigo.

—Mamá es tan bella como las rosas rojas, pero no me gusta que ese color este en todo su cuerpo.













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