Dieciocho

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Un beso...

Desde luego sabía lo que eso era, pero los besos no son cosas de dioses y él jamás había hecho algo como eso. Por supuesto que más de una vez fantaseo con un beso de ella,pero eso era porque entendía aquello como una demostración de amor entre los humanos.

Lo pensó demasiado y cuando esos brazos se cerraron entorno a su cuello,en el breve preludio de lo que se venía,el rubor pobló su rostro cambiando el tono lavanda de su piel,por un carmesí casi fosforescente. Es que toda la sangre se le fue a la cabeza de una sola vez, al sentir la proximidad de esos labios pequeños y dulces al contacto. Ese beso,sin embargo,le borró el sonrojo sacudiendolo como una pequeña descarga eléctrica que bajo desde su boca hasta la punta de sus pies,desde donde subió a su cabeza dejando a su paso esporas de luz.

Sus manos se movieron como arrastradas por unos hilos invisibles y se cerraron entorno a esa cintura que parecía ser un obelisco alzado para la adoración.

No era tan distinto a besar a un mortal. La misma humedad,el mismo calor;pero el sabor era diferente y no porqué fuera un dios,sino porque allí,en esa boca, se desbordaba el manantial de miel que era el amor que él sentía por ella. Dulce maná que le terminaba con el hambre de su alma y la sed de su cuerpo fatigado; devolviendo la energía a su espíritu maltrecho,pero deseoso de retomar el vigor palpitante de la vida.

Un beso la respuesta a la pregunta y el ácido que aniquilo de ambos las dudas. Se apartaron, se miraron y el dios partió sonriente a su mundo mientras que ella entró a su habitación feliz;restaba sólo dejar todo en su lugar.

Una locura,una falta de sensatez y sentido común,pero es que el amor no sabe de esas cosas. El amor está loco y ciego gracias a la misma locura. El amor no entiende de razones,de lógica o de diferencias de género,raza, color,edad o naturaleza. El amor sólo es y te atrapa sin más;así mismo los atrapó a ellos.Estar separados no era posibilidad para ellos.

Justificar su ausencia a su familia fue menos complicado de lo que pensó,pues se valió de una invitación a un conservatorio al extranjero...

A la noche siguiente se quedó en el balcón esperando a que él viniera por ella mientras veía las estrellas y se despedía de la vida que llevo hasta entonces. No queria imaginar como serían las cosas a partir de ese momento, no quería ver más que cada momento únicamente.

Por fin apareció flotando sobre el balcón...Estaba algo nervioso y no sabía que debía hacer o decir, pero no había nada que decir o hacer realmente,más que estirar su mano para que ella la sujetará y lo hizo.

Sujeta a él,ambos, flotaron un instante abrazados sobre ese mundo en que el dios encontró a la rosa de quimeras perfumada de papel y donde ella vio al visitante de cabello de luz de estrella. Una flor terrenal y un astro celestial cuyo amor estaba destinado a la imposibilidad; pero él,no era una estrella ni ella una rosa. Él era un dios que podía reclamar para su ser,cualquier cosa por antojo, capricho o amor y ella era una mortal que en su calidad de humana tenía la naturaleza de cometer osadias. El dios y su favorita,la mortal y el señor de su corazón;se miraban en callada plática perdidos en los ojos del otro hasta que como una saeta plateada se elevaron hacia el firmamento para en el infinito desaparecer...

Sobre la cama de la vacía habitación quedó una rosa blanca,un arete dorado y una nota en fino papel que decía:

"La joven flor platónica,la ardiente y ciega rosa que no canto,la rosa inalcanzable.
Esa rosa eres tú"

Fin.

Hasta Siempre Shin. Dulce guardian de días ingenuos.

El Antojo de un dios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora