Reto 9 (La pata blanca)

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RETO 9. Escribe un relato que ocurra en la casa de tu infancia.

El sol de la terraza bañaba todo el pasillo, templando el pelaje blanco y negro de la figura echada sobre el costado izquierdo. El calor le sumía en estado de relajación, sumado a la plácida conversación de la cocina. A pesar de haber rellenado ya el cupo de horas nocturnas de descanso, la calidez del mediodía le mecía como si fuese un recién nacido en la cuna. 

Unas pisadas similares a las suyas se acercaron a su zona de siesta improvisada. Nadie podía oír las pisadas… más que la figura de pelaje blanco y negro del pasillo. Como una estela, corrió hasta la terraza. Tenían los mismos colores, blanco y negro, solo que el más pequeño tenía una mancha blanca que ocupaba prácticamente toda su pata izquierda. Cuando eran pequeños y aún corrían y jugaban alrededor de su madre, encontraba fácilmente a su hermano escondido tras los árboles y la alta hierba del parque al que solían acudir por su patita izquierda blanca, muy llamativa en la claridad de los días de verano, que daba de lleno en esa extremidad que estaba tras las hebras verdes y amarillas emanadas de la tierra. 

El escondite era el deporte favorito de los dos. Al más pequeño le encantaba escapar y buscar los lugares más extraños donde aguardaba a que su hermano le encontrase. Solía tardar poco y, mientras, aprovechaba a correr, correr y no parar de correr. Adoraba pisar la tierra fresca, sentir el aire peinando su pelo bicolor y encontrar esa patita diminuta en algún lugar imposible de entrar. Cuando caía la noche, agotados de esconderse el uno del otro (aunque el pequeño era al que más le gustaba esconderse y el mayor prefería atraparle), dormían junto a su madre en una gran cuna. Se acurrucaban en espiral, el pequeño escondía su nariz entre el cuello y la pata de su hermano, mientras en su costado el muro del cuerpo de su madre le protegía contra cualquier malvada pesadilla. 

Cuando el mayor fue adoptado, no pudo dejar de jugar al escondite. Esta vez con unos amigos de dos patas. El pistoletazo de salida era un ladrido, un movimiento de cola y el lomo inclinado hacia abajo. Solía corriendo a esconderse, entonces, debajo de la mesa del salón, de una silla pegada al mueble. Le encantaba huir a la silla izquierda, era su refugio favorito: esas cuatro patas de madera oscuras con un tejado de tela le daban seguridad. 

En aquel instante del mediodía, tumbado sobre su costado, la estela de su hermanito corrió hasta esconderse tras el muro de la terraza. Esta vez se había escondido bien, porque no veía nada. Tuvo que levantarse para poder echar un vistazo. Puso el lomo inclinado hacia abajo, su colita bicolor se movió y sus ojos llenos de emoción enfocaron su objetivo. Ladró y corrió a encontrar a su hermanito. Antes de llegar, le saltó por encima, con agilidad, y fue en dirección contraria, rumbo al salón. Se oyeron sus pisadas intrépidas saltar sobre la superficie del sofá y fue en su búsqueda. Lo encontró gracias a su patita izquierda blanca. Nadie más en aquella casa lo había visto.

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