Reto 7 (Las judías parlanchinas)

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RETO 7. ¡La fantasía es la protagonista! Esta semana escribe un relato de este género

Eran las 14:49 en la cálida cocina de la casa 21 del pueblo Mil Costas y había tres platos de judías verdes con zanahoria y arroz en la mesa: uno para Pilar, otro para Eva y otro para Amelia. Acababan de poner las servilletas dobladas en dos y la más pequeña, de 12 años, se encontraba enfrente de un plato que no le apetecía nada de nada comer. Odiaba el sabor de las judías verdes. Decidió cortar un poco de pan para empezar a comer y postergar el momento de empezar con las judías. Luego cogió una cuarta de cucharón de arroz. Oyó un chirrido, como si alguien hubiera raspado con la uña uno de los vasos de cristal. Había sido casi imperceptible. Seguía esquivando las judías y pinchó un trocito de zanahoria cortado. De repente se oyeron algunos carraspeos muy agudos y lejanos.

—¡Cóóómenos! —oyó decir a varias voces agudas que parecían estar muy lejos. Algunas voces fallaron y volvieron a carraspear, y muy pocas tosieron.

Amelia fijó sus pequeños ojos marrones muy abiertos en el armario con platos, enmarcado en blanco y con cristal transparente, de enfrente. Su cara quedó igual de blanca. Frenó su respiración durante un imperceptible lapso de tiempo, sorprendida ante lo que había escuchado. Sus madres seguían comiendo como si nada hubiera pasado, así que... decidió seguir su mismo comportamiento, como si tal cosa.

—¡La la la la la la laaaa! —cantaron las vocecitas para descongelar la voz, de grave a agudo, acabando en grave de nuevo. Algunas estaban más afectadas del congelador que otras, pues habían salido de allí hacía poco más de 14 horas.

—¡Amelia, cóóómenos! —pidieron un montoncito de voces.

Se giró a ver a su madre Eva, que la guiñó un ojo con cariño y le señaló el plato para que siguiera comiendo. ¿Nada de nada? Qué va... Ninguna había mostrado signos de haber escuchado lo que Amelia escuchó.

—¡Somos ricas en fibra y calcio! —gritaron algunas vocecillas agudas más.

—¿Acaso no nos hace eso irresistibles? —añadieron otras.

Amelia miró a su plato y lo vio como siempre. Puso morros y cara de angustia. No, no y no. ¡No las quería!

—¡Cóóómenos! ¡Amelia, estamos muy buenas!

Amelia negó al plato y recogió más arroz en su cucharón.

—¿Estás bien, hija? ¿Por qué sacudes la cabeza? —preguntó Pilar, pasando la mirada del plato de Amelia a la mirada marrón oscura de su pequeña.

—Nada, estaba pensando en movimientos de ajedrez —restó importancia Amelia.

Cuando comían no solían hablar mucho; normalmente disfrutaban tanto de las comidas que no encontraban tiempo para hablar entre plato y plato. Solían reservar largas charlas para la noche, cuando Amelia acababa de jugar una partida de ajedrez -bastante interminable y siempre muy reñida- con Pilar.

—¡Amelia, míranooos! ¡Qué blanditas y verdes somos!

Aquel tono le resultaba incluso más agudo que el de Alvin y las Ardillas.

—¡Si no nos comes no llegaremos a tu riego sanguíneo! —agregó el frente izquierdo de las judías.

—¡No tendrás fuerza para hacer Jaque Mate! —dijo justo después el derecho.

Amelia seguía en sus trece, centrada en el arroz. Ya era un poco mayorcita para esas tonterías.

—¡QUITADME ESOS CULOS REGORDETES DE TRIGO DE ENCIMA! —escuchó más alto que nunca de una vocecilla perdida. Dio un respingo al escuchar una voz más grave, parecida a la de Garfield. Al ver en el plato y comprobar que había mucho arroz encima de una judía, los apartó con la cuchara.

—Te noto muy pensativa, ¿te ha pasado algo en el colegio? —inquiere Eva, doblando su servilleta y yendo a limpiar una gota de agua que se escapó del vaso.

—¡Gracias, humana!

—Eh... —asciende la mirada del plato a su madre, intentando centrarse un poco— no..., ha sido una mañana perfectamente aburrida.

—Sabes que es muy importante que comas las judías, cariño.

—Lo estoy intentando, de verdad.

Fue a pinchar dos judías como prueba.

—¡A mí! ¡A mí!

—¡Yo soy la más jugosa!

—¡Pero yo la más rica!

Un coro de distintas voces sonaba hasta que eligió dos judías. Cuando las subió hasta su boca, oyó:

—¡Wiiii! ¡Hemos conseguido nuestra meta en la vida!

Sus madres la miraron complacidas, sin imaginar el tremendo diálogo voces-miradas que estaba teniendo Amelia con sus judías.

Bebió un vaso de agua y pinchó una zanahoria. Las judías, al sentirse ignoradas, comenzaron a gritar con su aguda voz:

—¡Amelia, cómenoooos!

—¡Cómenos!

—¡O acabaremos en el pienso de ese perrote grande y feo!

Miró a Snoopy, un perro mestizo de raza pequeña que descansaba cerca de la puerta de la cocina, suponiendo que hablaban de él, aunque se alejaba mucho de ser aquellos atributos que utilizaron las judías, porque tenía un pelaje sano, unos ojos azules preciosos y llenos de amor y una naricilla rosa muy bonita. Volvió la vista al plato: ya casi no quedaban zanahorias, tendría que seguir con el arroz.

—¡Pero Amelia, cómenos, cómenos...!

Las docenas de voces agudas dejaron la frase en suspense.

—¡¡¡¡¡¡CÓMENOOOOOOOOOS!!!!!!

Las voces de Alvin y las Ardillas se transformaron en la de un monstruo que perfectamente se podría esconder debajo de la cama.

A Amelia se le escapó el tenedor al suelo del susto, además de dar un salto inconscientemente hacia atrás con la silla. Las judías se comenzaron a reír burlonas con sus vocecitas agudas. En medio de las risotadas, algunas se oían atragantadas intentando transformar una voz grave en aguda, como si les hubiera entrado algo por mal sitio mientras intentaban modular el tono. Trataban de remediarlo tosiendo.

Aquel momento era, sin duda, un gran tormento para Amelia.

Esta historia ha sido posible gracias a C4.

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