⌍ ☁ ⌎

538 73 10
                                    


El día había sido largo y horrible, no podía esperar a subir al coche y volar de vuelta a casa para relajarse un poco. Quedaban apenas unos minutos para el fin de su turno y el sol ya caía, dispuesto a dejar paso a la noche. Bostezó y se dejó caer sobre la mesa con cansancio, escondiéndose entre sus propios brazos y cerrando los ojos. Había apagado el ordenador y recogido todos sus útiles ya, pero hasta que no dieran las nueve no podía salir de aquel habitáculo.

Tic, tac, tic, tac...

El tiempo parecía no querer pasar, era capaz de oír el movimiento de las agujas de su reloj de muñeca y, de una forma u otra, era como si los segundos no avanzasen. Ojalá todo terminase ya, odiaba aquel lugar, aquella oficina que lo único que le traía eran quebraderos de cabeza, pero también debía quedarse allí si quería poder vivir con tranquilidad unos meses más.
Sabía que iba a estar bien con el dinero que su padre le mandaba mensualmente, pero debía ser precavido porque los imprevistos siempre aparecían en el peor momento posible.

Tic, tac, tic, tac...

¿No podía acabarse la espera ya? Se sentó correctamente, peinando sus cabellos hacia atrás con algo de exasperación tiñendo su rostro. Repiqueteó los dedos suavemente contra la mesa, recolocándose en la silla para estar cómodo aunque fueran unos pocos minutos más.
Tomó aire profundamente y miró de nuevo el reloj, acababan de dar las 20:59. Un minuto más, tan sólo un  minuto más y sería libre, únicamente por unas horas, sí, pero sería libre.
Tiró su cabeza hacia atrás con un suspiro, peinando nuevamente su cabello hacia atrás y cerrando sus ojos por un momento.

Tic, tac, tic, tac...

Empezó a escuchar movimiento a su alrededor, señal de que ya era la hora en la que todos podían escapar de allí. Se puso en pie como un resorte, tomando su mochila y echándosela al hombro para prácticamente salir del cubículo a la velocidad del rayo. Miró a su alrededor antes de llamar al ascensor, viendo como todo el ajetreo que caracterizaba a aquel lugar se transformaba en suspiros y ganas de salir de allí. Pulsó el botón del ascensor, ignorando a todo aquel que pasara cerca suya, y esperó hasta que llegase.

Se subió dando dos pasos hacia el interior, pulsando el botón del piso más bajo de aquel enorme edificio tan pronto como estuvo dentro. Las puertas se cerraron sin que nadie más subiera junto a él, lo que lo hizo sentir aún más tranquilo, y terminó peinando su cabello hacia atrás por tercera vez mientras soltaba un pequeño suspiro.

Cruzó el vestíbulo a paso rápido una vez el ascensor llegó a su destino, atravesando las puertas de cristal de una de las numerosas entradas del edificio, y terminó por salir a la calle. Sintió la brisa nocturna acariciar su rostro cariñosamente, no hacía demasiado frío cosa que agradecía con todo su ser ya. Y acabó caminando hasta su coche, con aquel suave aire revolviendo su cabello y una sensación de sosiego escalando desde sus pies hasta su cabeza. Entró al automóvil y, casi sin pensárselo, lo puso en marcha tras poner la llave en el contacto. Dejó la mochila en el asiento de copiloto y tomó aire profundamente, poniendo las manos sobre el volante dispuesto para conducir. Pisó a fondo, quería llegar cuanto antes a casa y relajarse un poco, olvidarse de todo a su alrededor aunque fuera durante un par de horas y poder decir por fin que estaba en paz.
Y sabía perfectamente a quién debía acudir.

Condujo rápido, tratando de tener extremo cuidado con otros coches y peatones, y aparcó frente a su edificio de residencia. Salió del coche, tomando la mochila y colgándola de nuevo de su hombro para no tener que llevarla en la mano. Entró al lugar y, dándose cuenta de que no había nadie allí probablemente por la hora que era, cruzó velozmente el pasillo hasta aquel minúsculo ascensor.

Entró en él, como había hecho anteriormente en el edificio de su empresa, y suspiró, pues había aborrecido los ascensores desde hacía ya muchísimo tiempo. Aprovechó para mirarse en el espejo, viendo lo desordenada que estaba su imagen: tenía el cabello revuelto y la camisa mal colocada bajo la chaqueta de su traje, también tenía una expresión casi muerta por culpa del cansancio y los ojos desprovistos de brillo, como si estuviera a punto de caer dormido. Y es que en realidad estaba bastante cansado, podría quedarse dormido en pie y no darse cuenta de ello hasta que el ascensor llegara a su piso. Mala suerte, tan pronto como pensó en echarse una minúscula siestecita en la esquina del aparato, éste se paró y abrió sus puertas, dando directamente a aquel pasillo corto y en la penumbra que conducía hacia su apartamento.
Dio un par de pasos y salió, caminando lentamente hasta la entrada de su acogedor hogar. Palpó el bolsillo de su pantalón y encontró las llaves para abrir, sacándolas de éste para abrir la puerta a base de meter la llave correspondiente en la cerradura.

G O O D  N I G H T ┊𝘺𝘶𝘯𝘴𝘢𝘯Donde viven las historias. Descúbrelo ahora