Auron estaba ensimismado en sus pensamientos, sentado en el suelo mientras jugaba con Frederick, su pollo y Luisito, su pingüino.
En sus pensamientos solo estaba el rostro conocido de el hombre pelirrojo de ojos verdes.
El castaño sabía que jamás hubiera podido tener una oportunidad.
¿Pero entonces por qué le dolía tanto? Pensaba que era una tonta atracción, ¿en qué momento había escalado a un enamoramiento?
No se podía permitir tener esos sentimientos hacía su mejor amigo... Menos cuando este iba a casarse.
Lo superaría, no podría amarlo por siempre ¿verdad?
Aunque se había enterado de la boda por terceros, su mejor amigo no le había dicho nada aún.
Se sentía extraño, más con que no habían interactuado desde hace bastantes días ya.
Él sabía que Lolito siempre preferiría a Mangel antes que a él, lo sabía y lo había aceptado.
¿Pero por qué esa sensación de dolor no se iba? No le gustaba sentirse tan vulnerable.
Sintió entonces como alguien se acercaba hacía él. Era Adán, su compañero de piso. Lo estaba observando con una expresión de preocupación.
"Auron, últimamente te he notado decaído. ¿Estás bien?" Preguntó, con un suave tono de voz.
"¡Claro que si, hombre! Estoy bien, ¿por qué no habría de estarlo?" Contestó, tratando de sonar convincente.
Él más alto se le había quedado viendo para luego suspirar.
"No esta mal dejar esos sentimientos salir de vez en cuando, ¿sabes? Por más que lo ocultes..." dijo, sentándose entre él y sus mascotas.
"¿Q-qué quieres decir con eso?" Cuestiono, nervioso. Si él lo sabía, ¿quiénes más lo hacían?
"Sé que estás enamorado de Lolito" dijo tajantemente.
"¿Tan obvio soy?" musito, de forma resignada. No servía fingir cuando ya todo estaba dicho.
"Para mi sí, que siempre he sido alguien observador... Pero Auron, no guardes lo que sientes. Deberías decirle" murmuró, poniendo una mano sobre su hombro, dándole apoyo.
Él más bajo entonces dirigió su mirada hacía su mano derecha, en su dedo anular, donde un anillo de oro con un diamante incrustado brillaba.
Sin poder evitarlo, unas lágrimas hicieron su aparición. Adán lo miró de forma alarmada, acercándose rápidamente para luego abrazarlo, sin decir nada.
Sus queridos Frederick y Luisito parecían haber sentido la angustia de su dueño, tanto que se sumaron al abrazo, tratando de brindarle calor a su amo.
El castaño solo atinó a aferrarse más a ellos, cerrando los ojos.
"No puedo hacerlo, no puedo"
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