3. El Ático

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El día se había tornado nublado. La atmósfera gris había contagiado su tristeza a la habitación y a las personas que estábamos en ella.
Cuando llegué estaba dormido, así que para no despertarle le besé la frente con ternura; me senté en el gran butacón para mirar por la venta y entonces la vi. Una casa que estaba a la altura de nuestra ventana tenía ahora toda mi atención. Era bonita a su manera, bastante humilde, pero con una gran terraza.
Me imaginé viviendo en ella, pintando de nuevo sus paredes estropeadas por el moho y la humedad; recogiendo los cables y colocando sus antenas; bajando por sus escaleras metálicas para disfrutar de una noche estrellada con mis padres en la que la Luna fuera protagonista; me imaginé a mi misma, siendo feliz en una cálida mañana de otoño, me imaginé la vida que quería, pensé en todo, para más tarde hundirme en la butaca y darme cuenta de que lo único que me pertenecía de aquella casa eran las emociones que me provocaba.

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