capítulo 2: *el amor secreto de un sacerdote*

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Día tras día al salir de la iglesia, este hombre se dirigía directo a la parte posterior de una cantina donde trabajaba una agradable señorita de 35 años, cuyo nombre era Rosa, sus rizos deslizaban a través de su tersa piel, sus cabellos castaños caían por su cuello siempre bien arreglados incluso para una señorita de aquella época y tan largo que llegaba sin dificultad hasta su cintura. siendo una buena amiga y antigua clienta de este embaucador con vestimenta de sacerdote (fue su clienta durante el fallecimiento de su padre), le llevaba en silencio una jarra de vino todas las tardes y a pesar de que se lo reprochaba porque no quería perjudicarlo económicamente, Gregorio continuaba dejándole unas 5 veces más propina que el resto de sus clientes y observándola tiernamente cada vez que cruzaban miradas. mientras su alma casi suplicaba el perdón de Rosa, puesto que, al pasar el tiempo se dio cuenta de que se estaba enamorando poco a poco de ella, arrugando su corazón y dejando un amargo vacío a la pasión, solo se limitaba a recibir la jarra, absorber cada gota para embriagar su miseria y cobardía, esta bella chica era muy especial, pues era la única persona a la que le daba la posibilidad de dañarlo, de traspasar todas las barreras de seguridad que protegían su subconsciente.

En realidad, ella era la única a la que consideraba más que solo un objetivo que embaucar y no solo eso, sino que la estimaba y le tenía mucho aprecio e incluso, llegaba a sentir algo muy similar a la empatía cada vez que esta le contaba sus problemas y/o preocupaciones. Tenía una profunda sensación de impotencia y autodesprecio al saber que en realidad no podría hacer nada y debido al gran cariño que sentía hacía su única amiga, se encontraba incapaz de mentirle de la misma forma en que lo hacía con todo el mundo, pero por miedo a que se alejara, tampoco podía decirle la verdad, atormentándose día a día por no poder hablarle con honestidad a su amor secreto desde la infancia.

Gregorio se adentra en un abismo de vergüenza y autodesprecio cada minuto en su mente y su alma se quema lentamente, de forma prematura, ya que aún no se encuentra en el infierno. manteniéndose en vela por las noches, mientras se oculta tras su hipócrita sonrisa durante el día, así es la jornada de tan desdichado sacerdote, estando continuamente abrumado por sus propios demonios, los cuales ni tenían ni cuernos, ni tridentes, pero aun así clavaban en su pecho y formaban un nudo en su garganta que impulsaban las lágrimas a salir de forma inevitable cada noche.


Rosa en esta ocasión, pudo percibir que durante esta tarde el cura se encontraba especialmente decaído y le dijo con voz suave:

¿qué sucede, padre?

pero Rosa... usted sabe que no me gusta que me llame así, está en confianza conmigo, puede hablarme como a un amigo, solo si me considera uno, claro...

- no diga esas cosas, don Gregorio, por supuesto que lo considero un amigo, pero dígame, ¿le ocurre algo?

- nada importante, solo estoy cansado, antes de que lo olvide...

- Dígame, lo conozco bien, somos amigos desde hace mucho...

- Solo quería decirle que su padre le manda saludos y le desea felices fiestas - dijo Gregorio mientras se despedía con un beso en la mejilla, pero con un sentimiento de culpa que le causaba un gran remordimiento

Así transcurrió otro año, otra celebración de navidad solitaria en la que un desdichado estafador pagaba el peaje de las 4 jarras de vino que acababa de consumir y un viaje cada vez más profundo en el que solo lograba sumergirse paso a paso en una melancólica sensación de culpa y autodesprecio que lo consumía un poco más a cada instante, la única razón para que no hubiese terminado con lo que se podría resumir en "una miserable existencia" es que ya nunca más podría volver a ver la genuina y reluciente sonrisa de Rosa, solamente el brillo de su mirada le bastaba para querer salir de toda esa miseria, agobiado por el pensamiento de que jamás había sido capaz ni siquiera de darle un simple abrazo, en ese instante se le ocurrió una última razón para sonreír, un abrazo tan fuerte cubierto de tal cariño que aun sí rompía sus huesos pudiera sanar su tan dañada alma.

Una tarde como cualquier otra la espero fuera del local y sin decir nada la abrazó, apenas podía contener alegría de lo que se había atrevido a realizar, entre un gran sentimiento de dicha y tranquilidad a Gregorio le ocurrió algo que no había pasado en tanto tiempo que ya le era difícil recordar cómo se sentía...

Por primera vez en muchos años pudo mostrar una sonrisa genuina.

Luego de que finalizará su largo abrazo, Rosa pudo observar a Gregorio entre lágrimas pidiendo disculpas por todo y sin decir una palabra más, tomó su maletín, dio la vuelta y comenzó a correr a su apartamento, cuando Rosa llegó afuera de la puerta, vio que estaba entreabierta, ingresó tímidamente a la propiedad y observó una nota sobre la mesa.

Gregorio, estaba en su habitación colgado de la viga más gruesa del techo, viga que siempre se negó a reparar, y en el fondo sabía la razón por la que nunca quiso arreglarla.

El papel arrugado y amarillento ubicado sobre la mesa describía a detalle el gran amor que Gregorio sentía por ella y pedía perdón por nunca haberlo confesado.

La carta de suicidio que escribió Rosa unos días después describía sus sentimientos de forma inquietantemente similar...

Los pecados de un santoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora