"Stop dreaming... And wake up...”
Siempre ha sentido una extraña atracción por el bosque, pero nunca le dejaron sobrepasar los límites de trabajo de los leñadores. Habitualmente se sentaba de noche en uno de los muros de la ciudad a observar, pasmado, el rápido crecimiento de los árboles. Pero un día, al poco tiempo de su trece cumpleaños, decidió aventurarse dentro del bosque. Esa noche, todo cambio...
Él era un chico normal, que vivía en una isla al noroeste del gran paso del lago. Era una isla como otra cualquiera, salvo que disfrutaba de unas altas temperaturas imposibles en estas latitudes (el polo se encontraba relativamente cerca, con sus perpetuas nieves). Nadie sabe el porqué de estas condiciones climáticas, pero existe la leyenda del templo de los Entes, la cual cuenta como se reunieron hace siglos los principales Entes para crear un templo en honor de la paz finalmente obtenida, tras milenios de luchas. Desde aquel evento se dice que cambio la climatología en la isla, pasando de ser un paisaje polar a una hermosa isla boscosa con veranos calurosos e inviernos templados.
Los pocos colonos humanos que habitan la isla se dedican casi por entero al negocio maderero, excepto unas pocas familias de pescadores y algunas de otros servicios básicos como la herrería o la taberna. Esta predisposición maderera, a pesar de a penas poseer unos pocos miles de hectáreas de bosque (una pequeña porción de lo que posee, por ejemplo, el Bosque de los Golems) es por la extraña propiedad del bosque de crecer durante la noche a una velocidad espeluznante. Precisamente por esta velocidad de crecimiento, los primeros intentos de colonización de la isla fueron echados por tierra porque los árboles que durante la noche crecían acababan destruyendo las pocas casas construidas durante el día. Por ese motivo el pueblo se encuentra situado a nivel de playa, sobre una plataforma de piedra construida por golems.
Él es un muchacho como otro cualquiera de doce años, delgado pero de complexión fuerte por trabajar ocasionalmente ayudando a su padre, un leñador como mucha más gente del pueblo. Castaño de pelo largo recogido en una coleta alta y barba apenas insinuada. Vestido con una camiseta simple de lana roja, y unos pantalones de piel anudados con un cinturón doble de cuero del que cuelga permanentemente una pequeña hacha de mano, regalo de su padre en su doce cumpleaños.
Había tomado muy súbitamente esta decisión, y apenas llevaba más equipo que su vieja hacha de mano, y una pequeña bandolera donde siempre llevaba algo de comida por si le asaltaba el hambre (que, desafortunadamente, solía ser lo normal).
Lo único que conocía del bosque eran los terrenos que eran talados diariamente. A esas horas de la noche los árboles cortados tenían ya la altura de un muchacho de diez años y seguían creciendo a ojos vistas. Esta área tenía aproximadamente la misma extensión que el pueblo y estaba delimitada con unas gruesas cuerdas atadas a los árboles a distintas alturas. Con una inusitada confianza en si mismo, recorrió el espacio que le separaba de las cuerdas mientras observaba maravillado el crecimiento de los árboles. Al llegar a las cuerdas, hecho un vistazo hacia atrás para distinguir a alguien que pudiera haberle visto, pero la muralla del pueblo seguía desierta, como cada noche.
Sintió un gran nerviosismo mientras atravesaba las cuerdas, iba a explorar el bosque. No iré demasiado lejos, pensó, tratando de convencerse. Pero por dentro se moría de ganas de recorrer cada palmo del bosque. Quería descubrir la fuente de la extraña magia que aceleraba de aquella manera el crecimiento de los árboles. A medida que se adentraba en el bosque, la distancia y los árboles que se iban desarrollando (echando la mirada hacia atrás, pudo ver que ya eran algo más altos que él) le empezaron a tapar la muralla del pueblo, que a cada paso se hacía menos visible, hasta que ésta desapareció.
Preocupado por el camino de vuelta, saco su pequeña hacha. Rezando para que no cicatrizasen esa noche, dio dos pequeños golpes en el árbol más cercano, dejando marcada una pequeña cruz visible desde el siguiente árbol que marcaba. Apenas cuatro árboles marcados, le invadió una extraña sensación.
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Geoda
FantasíaAcompaña a Ethan y al resto de paladines en sus aventuras por el mundo, por todos los mundos. Arrastrado por antiguos ritos y profecías, recaerá en él y sus amigos el destino del mundo en el que habitan. E incluso de otros. Aventura, ciencia, alquim...