Rachel

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Samuel Graham.
Boston, siete meses antes.

Está lloviendo y ella está de pie en el balcón, tiene sus delgadas manos en el filo de la baranda, se balancea hacia adelante y hacia atrás con los ojos cerrados y la cara levemente levantada hacia el cielo gris. Su cara esta mojada y también su blusa negra, debe tener frío, pero no se mueve solo se sigue balanceando. Balanceando entre lo bueno y lo malo, entre aquella depresión que la consume por momentos, en aquellos problemas que no la dejan respirar en la noche y le provocan terribles pesadillas. La veo moverse y pelear contra el impulso de correr y comprar algo de droga que le dará una pequeña liberación al dolor que siente ahora.

A ella le molesta no saber de dónde viene ese dolor, no saber cómo llegó. Le molesta tanto y eso la hace llorar.

—Sería tan fácil saltar —murmura con esa voz rota que tiene a veces.

Esas veces se están volviendo demasiado comunes estos días. Ya no es solo el tono que utiliza en ciertos momentos, se está volviendo su tono normal de voz. Roto y cansado. A veces arrastra las palabras como si le costara hablar, como si incluso decir lo más insignificante es un trabajo demasiado difícil para ella. Ella tampoco entiende de donde viene aquel cansancio, dice que todo comenzó con su mente, que su mente la arrastró a un lugar oscuro y después no supo cómo encontrar la luz. Entonces se quedó atrapada en ese lugar oscuro y la oscuridad la fue absorbiendo poco a poco hasta que no quedo luz en ella. También me dice que esta pérdida en las tinieblas, que las drogas cuando tenía trece años fue un buen escapé de aquellas tinieblas, que al probarlas ella podía ver la luz por un momento, era un momento demasiado pequeño y entonces ella tenía que volver a probarlas de nuevo. Fue así como se volvió adicta. A la edad de dieciséis años entró en rehabilitación.

Rachel no ha tenido una vida fácil, ella ha tomado las cartas que la vida le dio y las ha jugado lo mejor que puede. Entró en la escuela de medicina y la conocí cuando entró como residente. La primera vez que la vi estaba de pie en la terraza del hospital, se movía en aquella baranda casi igual que ahora.

Veo como su cabello se mueve por el viento y como ella sujeta con fuerza el filo de la baranda.

—Caer suena tentador, pero yo ya estoy abajo en el abismo.

Me dijo algo similar aquella vez que la conocí, ella no me miro, pero al verla aquella mañana me di cuenta que había estado llorando. Lucia tan rota y vacía, no recuerdo que le dije, pero ella me dio una media sonrisa. Poco a poco su sonrisa se fue haciendo cada vez más amplia y genuina, ella me dijo que la estaba ayudando. Que era su luz en la oscuridad y creí que ella estaba bien, pero debí saber que no era así. Rachel es una persona muy frágil y a veces el simple aleteo de una mariposa la hace llorar. Rachel no cree que merece la felicidad o que ella es digna de ser amada, entonces cuando algo bueno le pasa, ella solo espera paciente que llegue la desgracia que ella cree que merece. ¿Quién la lastimó tanto en el pasado? A veces la veo y me pregunto quien la lastimó al punto de no sentirse amada. Ella habla poco sobre su pasado, su mamá estaba enferma y murió cuando ella era pequeña, en como creció con su papá que era un hombre demasiado estricto, frío y que casi nunca estaba en casa. A Rachel la criaron niñeras, pasaba sola Navidad y cada festividad, incluido su cumpleaños. Ella ahora sigue sin celebrar nada de eso.

—Entonces yo bajaré hasta aquel abismo y te sacaré de ahí, Rachel.

Ella se detiene. Pasa una mano por su cara y se quita el agua de lluvia que ha mojado su rostro. Suelta una risa que se asemeja más a un quejido que a otra cosa y me mira. No hay nada en su mirada excepto dolor. Como si toda otra emoción hubiera sido drenada de su cuerpo y solo quedará espacio para el dolor, el dolor la está absorbiendo.

Por favor, dime que me amas ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora