Cuando las luces se apaguen

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Él está de pie frente a mí, me sostiene las manos con delicadeza y su pulgar traza círculos en mi palma.

—Lo siento, Vivian, pero creo que debemos terminar.

Rachel. Sé que es ella, su rostro se ilumina cuando habla de ella y siempre sonríe al decir su nombre. Es bonita e inteligente, también es buena persona. Es lo que sé de ella, bueno, ahora también sé que mi esposo la ama.

—No quiero lastimarte, Vivían, quisiera poder enviarte este dolor.

Pero eso no importa porque duele de todas formas. No duelen menos sus palabras por saber que él no quiere lastimarme.

—Está bien, voy a estar bien.

No está bien, nada está bien, pero es todo lo que soy capaz de decir.

—Está bien.

No fue fácil para mí dejar de llorar por Samuel, quería encontrar una manera fácil de olvidarlo, un atajo para evitar tanto dolor, pero no encontré nada. Entendí que lo extrañaría todos los días, eso sería algo inevitable, hasta que con el tiempo me acostumbré a que él no estaba a mi lado y lo empecé a extrañar menos que antes. Así que lo fui dejando ir poco a poco, con cada lágrima lo dejaba ir un poco más hasta que lloré tanto que sentí que lo había dejado ir por completo. Sentí que podía pensar en mi ex esposo y en lo que habíamos pasado sin sentir ese dolor punzante y agudo en mi pecho. Hasta hace solo unas horas creí que podría mirarlo y no sentir el dolor que él me causó, pero hoy me di cuenta que aún no he terminado de sanar. ¿Lo haré alguna vez? Tal vez estaré rota por siempre, tal vez aquella falsa felicidad es todo lo que merecía.

Cuando cierro la puerta me detengo un momento y trato de ordenar mis pensamientos y emociones. Las emociones son tan desordenadas y yo me siento en una vorágine ahora.

—Vivían —me dice una muy emocionada Ziva cuando me ve y yo me apresuro alejarme de la puerta y trato de actuar normal—. ¿Qué haces aquí? ¿Le pasó algo a las gemelas?

Ziva Benson es unos centímetros más baja que yo, de facciones finas y cuerpo menudo. Tiene el cabello negro ondulado y siempre que está en el hospital lo lleva en una coleta. Ella siempre esta con una sonrisa y es una de las personas más dulces que conozco.

—No, las gemelas están bien —yo paso una mano por mi cabello rubio y trato de pensar en una buena excusa que decir—. Yo vine a visitarte.

Ziva me mira extrañada y no es una sorpresa, de todas las excusas que pude decir, esa es quizás la peor.

—¿A las dos de la mañana?

Ella me hace una seña con la cabeza para que la siga hasta la estación de enfermeras donde ella toma el historial de uno de sus pacientes y lo empieza a revisar.

—Sí, pensé en traerte un café, Noel dijo que estabas de guardia y sé lo cansado que es.

Ziva me da una cálida sonrisa y mira mis manos vacías.

—¿Dónde está el café?

Esa es una muy buena pregunta Ziva, tal vez solo deba decirles la verdad y dejar que todos den vueltas a mi alrededor y me miren como si me fuera a romper en cualquier momento. No, no puedo pasar por eso. Evitar eso fue la razón por la que dejé Boston.

—No quería comprar uno que no te guste.

Ziva abre la boca para decir algo, pero la veo mirar sorprendida a alguien detrás de mí. Me giro despacio y veo a un doctor caminar por el pasillo concentrado leyendo el hospital médico de alguien.

Por favor, dime que me amas ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora