La oscura naturaleza IV

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Dudó durante unos segundos. Todavía con la pesadilla bombardeando su mente, Evelyn no se atrevía a moverse. Sabía que debía salir, que tenía que hacer algo. ¡Podría haber entrado alguien en casa!

Reunió todo el valor que tenía y se levantó de la cama. El suelo estaba más frío de lo habitual, o eso notaba ella. Iba descalza pero esa era la menor de sus preocupaciones en aquel momento. Oliver podía estar en peligro y esa era la fuerza invisible que la obligaba a moverse, como un autómata en dirección a la puerta de su estancia.

Cuando llegó a ella, su mano agarró el pomo dorado. El temblor inconsciente e incontrolable de sus extremidades no era más que el terror intentando abrirse paso fuera de su cuerpo. Seguramente sólo fuera Oliver, que se había levantado por alguna razón; pero el sueño que había tenido la sugestionaba y la incitaba a pensar cosas horribles.

Logró abrir la puerta, la cual se deslizó con un inquietante silencio, dando paso al pasillo exterior. Las paredes de éste, de un rojo tenue, parecían cascadas de sangre fluyendo lentamente. Justo enfrente de la puerta, un busto masculino, de un blanco níveo, la observaba impasible. Evelyn tragó saliva y salió de su habitación.

Miró a su izquierda; todo estaba en orden. La escalera serpenteaba hacia el piso superior y el pasillo terminaba en un gran ventanal, continuando hacia otro lado, fuera del alcance de su vista. Todo en calma. Sin embargo, no encontraría esa misma normalidad al mirar hacia el otro lado del pasillo.

Su cabeza giró hacia la derecha y su corazón dio un vuelco. De golpe, los peores pensamientos volvieron a su cabeza, mientras una leve brisa le helaba la sangre. El portón que daba al patio exterior se encontraba abierto, como un portal hacia lo desconocido, una entrada a aquella noche oscura y extraña.

Por muchos esfuerzos que hiciera en tranquilizarse, eran en vano. Sabía que algo iba mal, ella siempre se aseguraba de cerrar bien todas las puertas antes de ir a dormir. El viento no soplaba lo suficientemente fuerte como para poder romper una cerradura; tampoco había escuchado nada raro, más allá de aquellos pasos apresurados que se grabaron en sus tímpanos.

Sin ser muy consciente de sus actos, se dirigió corriendo hacia las escaleras y subió a la planta superior, donde se encontraba el cuarto de Oliver. Corría hacia su hijo, sin importar nada más. Cuanto más se acercaba a su habitación, cerrada tal y como la había dejado ella, más fuertes sentía los latidos de su corazón, que retumbaba en el pecho para acabar en una palpitación en la sien.

Haciendo acopio de una gran valentía, lo cual era difícil en una situación así, se apresuró a abrir la puerta de las gárgolas para corroborar que todo estuviera bien. Lo deseaba con todas sus fuerzas. Pero otra vez, una cruda realidad le golpeó en la cara. Oliver no estaba allí, sólo una cama vacía y deshecha, como su corazón en ese mismo momento.

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