De mi prisión me han rebajado, quitado la moral de mis años y la inutilidad de mis manos tan veloces como balas para entregarse a la maldad y a las recreaciones que conmueven los pechos enamorados.
Desfallezco en la ruina crónica de la ausencia de mi alma, aunque encuentro cierto alivio en dejar ir ir por parte los dolores de mi carne infectada cuando ella ilumina mi celda con sus ojos.
Muy abajo, degradado, la posibilidad de un algo me alienta, sobre todo si me acogen los brazos femeninos de quien sin dobleces espera de mí lo mejor, aunque yo ya no pueda manifestar bondad alguna.
A corazón abierto y con mi suerte prostituta, necia, mal obrada; frío la sutura emergente del quirófano de mi vida. Estoy pronto a cerrarme, a morir bajo el cielo, que cae y cae, y sigo observándome interno y atado de manos en el calabozo fantasma de mi moral emergente.
Soy prisionero de todo cuanto he hecho ansioso por calmar la sed de mi búsqueda inalcanzable, por mi vicio de tener lo intangible.