2. Caliente.

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El agua hervía en mí, el fuego quemaba mi cerámica y el humo salía por mi boquilla.

Todas la mañanas, hacía café, y en las noches hacía té de manzanilla.

Ella era una chica solitaria, algo gordita, a veces llegaba a su apartamento llorando, mientras se repetía que era horrible, rompía todo y tiraba las cosas al suelo con rabia.

Menos a mí, su tetera favorita.

Tomaba sus pastillas, el antipsicótico y luego un anti-temblor. Era esquizofrénica.

A veces hablaba conmigo y con los demás en la cocina, yo la escuchaba gustosa; me contaba que le hacían bullying en la universidad, que sus padres le hablaban un vez al mes y que sus estudios eran lo único que le salía bien; tenía el sueño de estudiar diseño gráfico, poseía una gran imaginación para los dibujos. Realmente impresionante.

Múltiples de sus dibujos yacían colgados en sus paredes, como en un museo de hermosas obras de arte. Me agradaba ver como dibujaba. Se concentraba en el papel y sólo en el papel, desconectandose del resto del mundo, olvidando sus problemas y su depresión. Eso era lo único que la calmaba.

Ella era mi amiga, la apreciaba mucho y deseaba que le fuera mejor de lo que le iba. Un día llegó, llorando y gritando con rabia, tirando todo lo que sus ojos encontrarán en su camino. Daba miedo; era como ver a un animal herido: Furiosa y lastimada.

De pronto se detuvó; su vista se desvió hacia mí, me observó por un rato y se acercó lentamente, como si tuviera miedo o tal vez vergüenza, me tomó entre ambas manos y me alzó en el aire, pero cuando creí que me estrellaria contra el suelo, me volvió a bajar lentamente.

-No puedo-. La escuché hablar. - No me desquitare con la única que me ha escuchado, no es justo-. Y con esas palabras me llenó de agua y me puso a hervir con un poco de té.

El agua hervia lentamente y aunque después de un rato las burbujas intentaban abrir mi tapa, ella no me retiró del fuego, esperó un rato más.

-Es mi culpa-. Aseguró, para luego tomarme otra vez y lanzarse al rostro el agua hirviendo; emitió un grito de dolor que me rompió el alma, sentí que era mi culpa por existir. Y de pronto me soltó, tal vez en un impulso, mi cerámica se rompió en pedazos; me sentí extraña, era como si sintiera cada parte de mí, pero a la vez no.

Gritaba tan fuerte que sentía mis piezas temblar. La chica abrió el gran ventanal, se colocó en la orilla cuidadosamente, cegada por las lágrimas que gritaban de sus ojos. Saltó.

Nunca pensé que lo haría, pero supongo que todas las personas llegan a un punto en el que ya no pueden más, en el que sólo quieren llegar a su casa y llorar desesperadamente, mientras golpean algo y gritan porque saben que, afuera, con la gente que juzga cada mínima acción y error, no podrán desahogarse nunca.

Y ese fue su punto de quiebre, no fue culpa de ella o de su enfermedad. Fue culpa de la sociedad.

Rato después llegó la policía, forzaron la puerta, examinaron el lugar y tomaron algunas fotografías a mí y a los demás objetos de la cocina. Se veían tan estúpidos desde mi posición, tirando fotografías a todo sin ningún sentido.

-La mató la caída-. Dijo un oficial. Después de unas semanas, ya sabían todo sobre su vida, sobre el bullying, sobre las pocas llamadas y sobre su enfermedad. Lo declararon suicidio.

Pero para mí, no fue la caída lo que la mató, porque antes lanzarse por la ventana, ella ya estaba muriendo.

Al fin pude subir el capítulo. Espero que les estén gustando estás historias, sé que son peculiares, pero creo que me agradan.

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