El suicidio para mi ha sido una de las cosas más misteriosas del mundo, quitarse la vida voluntariamente suena como algo antinatural pero es tan viejo como la vida misma. Desde que tengo conocimiento, nunca he visto al suicidio con ojos tentados, y mientras mantenga mi forma de ser, la de un terco romántico, no creo hacerlo nunca. Imagina querer matarte, tener que bajar las escaleras, buscar en los cajones por una pistola que has de tener guardada tú u otro familiar, cargarla con una sola bala. Subir las escaleras, cerrar la puerta de tu habitación con llave, o a lo mejor tienes fetiches extraños y la dejas entreabierta. Colocar cuidadosamente tu carta de suicidio en un lugar donde no le salpique sangre. Poner la punta de la pistola en la boca, y contar, o quedarte contemplando sobre la vida. Algunos mueven su cuerpo como si fuera una mecedora antes de disparar, piensan en jalar el gatillo como un niño contempla saltar de un columpio en movimiento. Después de tanto pensar, te aseguras de no apuntar a la garganta, seguramente eso te matará también, pero por dos razones muy sólidas no vas a dispararte a la garganta; la primera, no quieres arriesgar vivir unos segundos después del disparo y aprender el significado de la bala justo antes de morir, y la razón importante, es que no quieres ser el vato que no se supo matar y ahora tiene un hoyo en la garganta y parkinson's. Para asegurarte que no te vas a sabotear, tienes que apuntar en un ángulo entre 45 y 90 grados dentro de tu boca, para los que no son matemáticos expertos como un servidor, apuntas en la parte de tu boca donde se queda atorada la crema de maní, no hay falle, bueno, casi nunca hay falle. Ahora sí, que ya nada más falta darle las instrucciones a tu dedo índice, piensas en las caras de tus familiares, sus caras de horror al encontrar tu cuerpo, o el llorar de tus mascotas, y los que de plano no tienen quien los extrañe, se van con prisa. Algunos empiezan a llorar, otros vacían su cabeza, otros se olvidan que traen la pistola puesta y se disparan cuando relajan la mano. La bala pasa tan rápido que tu cerebro no alcanza a procesar que te moriste. Entonces tu sangre decora las paredes blancas, ¿quién limpia eso? Sea quien sea, no le pagan lo suficiente.
Bien decía David Foster Wallace que no es ninguna coincidencia que las personas que se matan con una pistola al cerebro lo hagan de esa manera, después de todo, quieren acabar con la mente maestra que causa todos sus problemas ¿no? O algo entre esas líneas, no me conocen por tener una memoria particularmente espectacular. Me da mucha curiosidad entender a aquellos que se matan de la manera más rápida posible, ya saben a lo que van, tratan a su cuerpo como si en vez de piel, tuvieran un millón de hormigas cubriendo su alma, y tienen que deshacerse de ellas como si de una comezón se tratara. Otros se matan de formas viscerales, como los samurais, que se sacan los intestinos de la panza cuando pierden una pelea, y me parece muy tonto, si quieres ganar siempre, entonces tendrías que ser el hombre más fuerte del mundo, o pelearte con puro debilucho.
La vida me parece muy curiosa, uno pensaría que si solo hubiera una vida absoluta, seríamos entes inodoros, incoloros y con una forma siempre cambiante. Como algo abstracto, atrapados en un cuadro de pintura posmoderno o algo así. Pero hay muy pocas cosas "espirituales" en nuestro cuerpo, somos maquinas andantes que se pueden autodestruir cuando sus padres no les ponen suficiente atención en sus primeros años. Me pregunto si Dios se sabrá las estadísticas de cosas que nosotros no podemos cuantificar, como el número de personas que pensaron en un sandwich de queso derretido antes de quitarse la vida. Definitvamente vivir es muy extraño, como un plato de esos que los chefs pretenciosos te sirven y no sabes ni cómo se come, no es para el gusto de todos. Me pregunto cuántos se habrán suicidado antes de desayunar, y cuantos no lo habrían hecho de haber desayunado esa misma mañana.
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Como vamos yendo vamos viendo
PoesiaAquí voy a guardar una antología de cosas que se me ocurren escribir, indiscriminadamente del formato y el tipo de texto.