3. Dominación

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De puntillas sobre el lecho, Sil cerró los puños a través de las ataduras cuando sintió la fuerte lengua de Dan en su clítoris. La mujer-reptil emitió un sonido sibilino. El hombre-zorro empezó a lamerlo, rozándolo con los labios y succionándolo, todo ello ante la siniestra mirada de Cícero. Sil se retorcía de placer bajo la venda de sus ojos, moviendo sus caderas y apretando los largos dedos de sus pies contra el colchón rojo mientras se mecía en las ataduras de las que estaba suspendida.

—¡Suficiente! —exclamó la diablesa desde su trono. Se levantó y descendió sensualmente los escalones en dirección al lecho, meciendo aquella fina tela que dejaba entrever su voluptuosidad a través del brillo rosado de sus tatuajes.

Dani la observó aproximándose hacia ellos: su enorme figura, elegante y hermosa, pero imponente y terrorífica, proyectaba su sombra sobre los dos amantes. Aquel vestido casi transparente dejaba entrever todo lo que había debajo. Y fue entonces cuando Danilo se percató de algo que la diablesa tenía entre las piernas.

—Vaya, ¿Nunca habías visto una mujer bien dotada, esclavo? —dijo Cícero ante la cara de sorpresa del sionarca—. Descuida, me aseguraré de que no salgas de esta sala sin saber algo nuevo... —se aproximó a la mujer-reptil y aflojó los amarres que la sujetaban a la barra superior de la cama, sin soltar sus muñecas que cayeron sobre la nuca de Danilo terminando en una caricia. Luego la sujetó con violencia por la nuca con sus grandes pero esbeltas manos, y con una amplia sonrisa la obligó a aproximarse a sus caderas de piel morada.

La delgada amaru, a pesar de ser casi tan alta como Danilo, parecía insignificante al lado de la enorme figura de la diablesa. Aflojando la mano con la que sujetaba la cabeza de la esclava, aquella criatura infernal aproximó el delicado rostro a su entrepierna, al tiempo que con la otra mano apartaba la fina tela que cubría su miembro. Danilo abrió los ojos ante la visión de aquel grueso pene de forma extraña, pero más aún los abrió cuando éste empezó a aumentar de tamaño a medida que se ponía erecto. Bajo la venda de sus ojos, Sil emitió una débil exhalación al contacto de aquel miembro contra su rostro. Luego separó los labios al reconocer su forma, y rodeó con su boca aquel grueso glande con la intención de introducirlo en su totalidad. "No puede caber, es imposible."

—¿Todavía te crees el único entre los esclavos con habilidades únicas, pequeño? —escuchó decir a Larissa en su cabeza.

Cornelia Cícero agarró a Sil del pelo y, con sorprendente facilidad, empezó a introducir su miembro ya erecto en la boca de la mujer-serpiente. Lenta pero inexorablemente fue penetrándola, primero el glande y, a continuación, el resto del miembro, que fue ensanchando sus labios más y más. Sil cerró los ojos a medida que aquel enorme pene abría su mandíbula hasta alcanzar un ángulo inhumano, momento en el que la diablesa, con un grito entre dientes, introdujo violentamente el resto en la garganta dilatada de la indefensa amaru, la cual lo recibió acariciando su escroto con las manos que aún tenía amarradas.

Danilo contempló desde cerca cómo aquella diablesa gigante empezaba a introducir su extraño pene una y otra vez en la dispuesta mujer-serpiente, que parecía saborear hambrienta cada violenta arremetida de su señora. Sentía una extraña excitación ante aquella escena. Sabía que no sería capaz de semejantes proezas, no de momento, pero empezó a juguetear con el pensamiento de que, quizás algún día, se le otorgarían habilidades como las que estaba admirando. Envidiaba a la diablesa, que empujaba con sus caderas contra la garganta de la amaru la cual murmuraba y se relamía con cada embestida. Y por un instante su mente imaginó con curiosidad qué estaría sintiendo aquella flexible amaru al ver su boca tan profundamente penetrada. Comparó el miembro de la diablesa con el suyo propio, ambos con una diferencia de tamaño imposible, y se preguntó cuántas Amas tendrían tal envergadura y cuántas de ellas acostumbrarían a exigir a sus esclavos que les hiciesen lo que su señora estaba ahora haciéndole a la mujer-reptil.

—No muchas Amas tienen miembro, aunque más de una gusta de practicar la función "masculina" -por arcaico que suene el término- sea mediante un miembro sintético o biológico —de nuevo estaba ahí Larissa, cotilleando sus más oscuras fantasías. —Algún día te tocará probar, cachorrito.

"No es que me atraiga la idea..."

—jejeje, lo que tú digas, pequeño.

—Tú, esclavo —resonó la voz de Cornelia, dictatorial—, coge esa fusta y castiga un poco a esta insensata, creo que se está divirtiendo demasiado.

Danilo dudó un instante, miró a su alrededor y logró por fin distinguir que algunas de las filigranas de los postes del dosel de la cama realmente eran objetos colgando de pequeñas perchas romas. Siguió el dedo de uñas rojas con el que Cícero señalaba y se acercó a una fusta de cuero negro.

—Ahora, cada vez que le saque la polla de su boca, quiero que le des un azote en el culo. Asegúrate de que le golpeas en los glúteos y evita la zona de los riñones, no quiero que una de nuestras mejores esclavas sea herida por un novato recién nacido. Y quiero escuchar el sonido del aire silbar mientras lo haces. Vamos.

Al ritmo de las embestidas de la diablesa contra la mandíbula reptiliana, el sionarca empezó a azotar la piel escamosa del trasero de la amaru. Cada vez que Cícero extraía su gran miembro de la garganta de Sil, un silbido de la fusta enarbolada por Danilo precedía a un chasquido sobre la piel de sierpe, que venía inmediatamente acompañado por un gemido de la hermosa esclava. Así una y otra, y otra vez. El hombre-zorro siguió el ritmo marcado por su señora. Se deleitó con los gemidos de la esbelta esclava y se sentía poderoso ante la indefensión y la impunidad. En aquellos instantes la mujer-serpiente era suya, de ambos, y ambos la poseían por igual. La sensación de dominio y el ritmo casi musical de la secuencia de sonidos lo embriagaban, "murmullo, silbido, chasquido, gemido. Murmullo , silbido, chasquido...". En un momento de especial ímpetu la diablesa arrancó la venda de la amaru, se detuvo en seco con su pene rodeado por los flexibles labios de la mujer-serpiente. A continuación la sujetó por las mejillas.

—¡Mírame a los ojos, puta! —dijo mientras volvía a penetrarla profundamente—. No eres... ah... más que un agujero al que follar...¡ahh! 

El ritmo fue acelerándose y los gemidos de la diablesa se intensificaron progresivamente hasta que con un alarido ensordecedor derramó su semilla por la boca y el cuerpo de la mujer-reptil. Algunas gotas salpicaron a Danilo, que sintió el calor y el brillo rosado del semen de aquella criatura demoníaca. Cuando alzó la mirada vio que la diablesa había soltado las ataduras de Sil, la cual, ya completamente libre, había abrazado las caderas de su señora con su miembro todavía erecto cerca de su rostro. Ambas criaturas jadearon exhaustas durante unos segundos en los cuales Danilo vio con sorpresa cómo Cícero acariciaba los largos cabellos de Sil, ahora enmarañados. Aquella muestra de cariño le resultó tan chocante como necesaria.

—Nunca decepcionas, amaru. Te has ganado la recompensa que añorabas. —su voz era maternal, casi melosa, pero a la vez malvada e imponente. Mientras lo decía, descendió una mano hasta el colgante del cuello de Sil, y éste acto seguido empezó a brillar con un ritmo pulsante. Sin más estimulación que el tacto de los dedos de Cícero sobre el colgante, Sil cerró los ojos y comenzó a gemir de placer. Con cada roce de la diablesa el brillo aumentaba de intensidad al tiempo que lo hacían los gemidos de la mujer-reptil, que se apretó contra el gran cuerpo de Cornelia. Justo cuando parecía que Sil iba a alcanzar el orgasmo, la sádica diablesa alejó sus dedos del colgante y el brillo de éste se desvaneció. Sonrió con malicia. —Pero antes de poder dártela... —sujetó a Sil por los hombros y giró su torso en dirección a Danilo—. Es tu turno de demostrarle a este novato cómo va a ser dominado entre estos muros...

Las pupilas rasgadas de la mujer-serpiente se clavaron en las del joven sionarca. Entornados y sedientos, los labios entreabiertos. Su rostro era el de un depredador sediento. Danilo sintió un escalofrío que no debía de haber sido muy distinto al que Sil había sentido cuando él se le acercó.

Con una sonrisa malévola, la señora del palacio añadió: —Es tu turno, novato.

Xclavos (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora