A media mañana, mientras terminada de escribir un artículo sobre la selección femenina de baloncesto del Celta de Vigo, mi móvil comenzó a vibrar, haciéndome dejar de escribir de un susto y contestando inmediatamente, ya que nadie solía llamarme mientras estaba en la oficina; supuse así que sería importante.
La mandíbula se me desencajó y mis ojos se abrieron de manera desmesurada. La llamada era del hospital; Silvia había por fin despertado. Salí corriendo con paso torpe del trabajo completamente emocionada e inquieta; aún no entendía lo que estaba pasando, no me lo llegaba a creer, era como si siguiese en aquel sueño. Era un milagro.
Sin prestar ninguna atención a mi alrededor y queriendo únicamente abrazar a mi mujer, pasé corriendo la calle encharcada por la fuerte lluvia que caía. El cielo estaba completamente gris, lleno de nubes negras que tapaban el incandescente sol. El sonido de los truenos me desgarraba las entrañas, era ensordecedor; parecía otra tormenta cualquiera, pero en mi interior sentía que no era así, cada vez que otro rayo caía, se me revolvía el estómago, sentía la cabeza a punto de explotar y poco a poco se me congelaban las extremidades; algo iba mal. Tomándome totalmente por sorpresa, pude ver como un coche oscuro como la muerte, arrollaba mi ligero e insignificante cuerpo brutalemte durante tan solo unos segundos. Todo era ahora oscuridad y penumbra; no veía absolutamente nada y notaba como mi corazón fuese a salir disparado de mi pecho.
Oí voces en la lejanía y abrí de golpe los ojos; tremendamente conmocionada, pude ver a un hombre y a una mujer de aproximadamente cuarenta años a mi lado, con un semblante preocupado y emocionados al mismo tiempo mientras lloraban sin parar. Estos no hacían más que llamarme Carmen, se estarían equivocando de persona, yo me llamaba Eva. No entendía nada, no sabía quienes eran aquellas personas ni donde estaba, aunque la blanca y fría habitanción donde me había despertado, parecía sin duda alguna bajo mi experiencia, la de un hospital.
De pronto recordé a Silvia y empecé a preguntar por ella exasperada, para saber cómo estaba y dónde y así poder al fin verla con mi propia vista y no con los ojos vendados por un sueño; pero la mujer consternada me dijo, sujetándo mi mano con cariño y como si me conociera desde siempre:
- Cielo, ¿quién es Silvia?
Quería levantarme de la camilla en la que había aparecido ansiosa por encontrarme con mi amada ahora despierta, pero al momento me sujetaron y empecé a forcejear como si mi propia vida dependiese de ello, gritando a todo pulmón dónde estaba Silvia y que necesitaba verla urgentemente. Me enloquecía la espera.
- Carmen, tranquila, no hay ninguna Silvia -decía el hombre de pelo oscuro confundido por mis desesperadas ganas de marcharme de allí, haciéndome enfadar aún más; ¡yo no era Carmen!-.
- ¡Me llamo Eva y necesito ver a mi mujer ya!
De repente, cortando aquel tenso y caótico momento, entró un hombre alto y rubio, que a juzgar por su vestuario, parecía un médico. Éste, tranquilamente se acercó a donde seguía sentada y a unos centímetros de aquella pareja me dijo con voz moderada y clara:
- Eva, tu verdadero nombre es Carmen. Eres una niña de doce años, estos son tus padres y llevabas más de un año en coma. Silvia no existe.

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Mi amigo coma
Historia CortaDéjala marchar. Déjala volver conmigo. Déjame volver a sentir al amor de mi vida entre mis brazos, coma inmundo, egoísta y oscuro. Sin ella no como. Sin ella no respiro. Sin ella no vivo. Sin ella me muero.