𝑹𝑬𝑵𝑨𝑪𝑰𝑴𝑰𝑬𝑵𝑻𝑶.
Daba la casualidad que ambos se encuentren en la misma plaza, al mismo horario.
Valentín no le quitaba la mirada de encima. Y no es como si no lo intentara, es que simplemente no podía. Sus ojos azules bañados de un brillo singular, vagaban por el rostro de Manuel, quien ignoraba al mayor aunque esté más consciente de lo que le gustaría admitir de su efímera presencia.
Pasó la lengua por su labio inferior, sonriendo de lado. Vainstein estaba solo, lucía como si esperara a alguien. Valentín tenía bien ordenadas sus prioridades; le importaba sólo los escasos metros de distancia que los separaban.
Percibió las burlas de sus amigos, pero no les prestó atención, seguía observando a Manuel embobado, como si fuese lo más interesante del mundo.
Las cosas con él comenzaban a funcionar. Ya no lo rechazaba, al menos. Aprovecharía aquello. Su desorganizado plan para conquistarlo pudo tener fallas en el pasado, sin embargo, ahora parecía que podría lograrlo.
Su semblante se modificó. Fruncía el ceño, y ya no se percataba de que Valentín estaba a una corta distancia. Sus pequeñas manos apretaron sus muslos. Diminutos signos de enojo.
Oliva ladeó la cabeza. No se suponía que alguien debería de verse así de bonito estando enojado. Siempre pensó que las personas se volvían feas, aunque... Manuel, adaptaba un aspecto más dulce, empapándolo de ternura.
El castaño se paró del banquito de la plaza, con claras intenciones de irse. Se tomó un momento para chocar miradas con el ojiazul, y voltearse para iniciar el recorrido hacia su casa.
— Andá, boludo.
Valentín debatió si seguirlo o no. Sacó su celular del bolsillo y se fijó la hora. Bueno, de todas maneras, tendría que regresar pronto.
Trató de alcanzarlo, sin que fuera de su interés que denote algo cercano a la desesperación.
Manuel se sentía intranquilo. Desconocía el motivo. Escuchaba pasos aproximándose, lo que causaba que caminara aún más rápido.
El mayor logró sobrepasarlo, arrancando una florcita blanca de algún jardín. Se acomodó el pelo con una de sus manos y se inclinó para dársela.
Manuel mordió su labio inferior para contener una sonrisa. Su vista viajaba entre la flor y Valentín. Sus mejillas se tornaban de un color rojizo, provocando el renacimiento de la esperanza en el cuerpo del ojiazul.
Aceptó el sencillo e impulsivo regalo, dejando escapar la sonrisita rebelde. Largó un suspiro, calmando las extrañas sensaciones que flotaban en su interior.
Y en silencio, caminaron a sus destinos.