Acto I.I Paris

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Cuando me despierto, compruebo el reloj de mi mesilla. Son casi las siete y media de la mañana. Anoche salí y me acosté muy tarde. Simplemente fueron un par de copas en un pub de mala muerte. Nada del otro mundo; aunque no me encuentro del todo bien.

Me doy media vuelta y durante cinco minutos más, me quedo metido en la cama, recordando la charla que mantuve ayer con mi tío. Le odio.

Alguien toca en la puerta de mi habitación. Me incorporo y la abro tras dejar escapar un largo bostezo. La asistente aparece con una gran sonrisa.

- Vamos, arréglate. No querrás llegar tarde a tu primer día de clase, ¿no?

- Para qué. Otro colegio lleno de estupidos ricos... Qué alegría - dije con ironía.

-No seas así, París. Anda, vistete. El señor Scala te espera en el comedor.

Tras decir aquellas palabras, la asistente cierra la puerta tras ella. Miro por la ventana de mi habitación y veo que hace un día soleado en este horrible lunes de principios de septiembre. De repente, me entran muchas ganas de un cigarro. Camino hasta la estantería, aparto un par de libros y encuentro el paquete. Lo he tenido que esconder para evitar que los asistentes o, incluso, mi tío lo vieran. Cojo uno, abro la ventana y lo enciendo. Dejando así, los nervios que se habían apoderado de mí. Realmente, necesitaba este cigarro.

En cuanto acabo me ducho y salgo de la habitación. Me dirijo hacia el comedor, con el móvil en las manos y sin ganas de discutir. Fue suficiente con lo de ayer.

El comedor está vacío, excepto por mi tío. Está sentado en uno de los extremos de la mesa. Cojo una de las sillas vacías y me siento en el otro extremo de la mesa. Ninguno de los dos se levanta para dar los buenos días, simplemente nos limitamos a sonreir de una forma muy fría. Una asistente me sirve en un tazón: cereales de miel y leche con una cucharada de azúcar. Mientras desayuno, repaso por debajo de la mesa con mi móvil las redes sociales.

- Perdona, ¿pero puedes dejar el puto telefono, por favor?

Levanto la mirada y veo a mi tío intentando aguantar su cabreo.

Guardo el móvil en el bosillo delantero del pantalón y continúo con el desayuno. De reojo, le observo en silencio.

- No me apatece una mierda empezar cabreado el día, ¿lo entiendes, Paris? - pregunta él, que unta mantequilla en una tostada de pan de molde -. Pero es que no sirves ni para eso. Espero que no te echen esta vez del colegio. Porque a la próxima te corto el grifo.

Agacho la cabeza y lleno la cuchara de cereales.

- Asiente si lo has entendido, chaval.

Esta vez no rehuyo su mirada. Aguanto, sin bajarla ni esconderla. Le sonrío con desprecio, con mucho desprecio.

Termino de desayunar por fin y, sin decir ni una palabra, subo a mi habitación para terminar de prepararme antes de irme al nuevo colegio.

...

- Esta es tu aula - dice la mujer de la conserjería -. Espera al tutor y cuando terminen las clases te asignaré una taquilla. - sonríe y añade -. Bienvenido.

- Gracias.

Veo como se aleja por el interminable pasillo del colegio. Sus tacones resuenan por todo aquel frío lugar.

Respiro profundamente antes de entrar en el aula. Debo dejar atrás mi vida, mis problemas, mi odioso tío... Es un nuevo comienzo, aunque no el primero. En estos últimos siete años, he pasado por cinco colegios diferentes. A veces por el trabajo de mi tío pero más porque me expulsan siempre de todos. Esta vez no puedo permitirlo, necesito algo que haga que él me deje en paz, que piense que he madurado. Aunque lo veo misión imposible. Sé me acaba el tiempo. Dentro de poco cumpliré los dieciocho y sé que en cuanto pase me pondrá de patitas en la calle, ya no seré su responsabilidad.

Romeo y JulietaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora