Capítulo I

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"– ¿Clint? ¿Y Nat?

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"– ¿Clint? ¿Y Nat?

El rostro de Clint dejaba entrever lo roto que se sentía. Se veía destruido. Había vuelto solo...y eso sólo podía significar una cosa. Steve sintió que el alma se iba a sus pies. "Te veo en un minuto" había dicho ella. Había sido una mentira. Ella no volvería. Ni en un minuto, ni en un momento, ni en lo que le restaba por vivir. Sus ojos se encontraron con los del arquero y compartieron su dolor en silencio. Ambos la amaban. Todos lo hacían. Pero, ellos dos eran los hombres de la vida de Nat y todos lo sabían. Steve escuchó como a los lejos los golpes que Bruce le dio a la plataforma. Él no podía. No era capaz de expresar su dolor... éste se encerró en su pecho y formó dentro de él una pequeña joya negra. No era momento de llorarla. Ya tendría el resto de su vida para ello. Y esperaba que fuera una vida corta".

Se forzó a sí mismo a seguir peleando. A que el sacrificio de Nat no fuera en vano. Y ganaron. "Por ti, Nat" pensó al terminar aquel día, desconsolado. Habían perdido a sus mejores elementos. Natasha y Tony no volverían. Jamás. Y ahora, el mundo volvería a su curso y él tendría tiempo de llorar a sus seres queridos. La primera noche, Steve se refugió en su antiguo departamento. Quería estar solo. No tenía ánimos de celebrar ni de estar rodeado de gente. Se deslizó a la ducha, destruido. Se fue desvistiendo con lentitud, dejando caer el uniforme por todos lados. El cuerpo le pesaba una tonelada y le costaba moverse con normalidad. Una vez estuvo dentro de la ducha, el agua tibia pareció volverlo a la vida por un momento.

Pero, pronto, el dolor que había encerrado dentro de sí se dejó ir, incontenible. Apoyó sus manos en los azulejos y apuñó las manos, sollozando bajo el agua. Nunca le dijo lo que sentía por ella. Lo que ella le hacía sentir. Nunca pudo disfrutar de un segundo beso, sólo le quedaría el recuerdo de aquel beso de circunstancia cuando huían de SHIELD. Ella siempre estuvo a su lado y él, estúpidamente, la dio por sentado. Creyó que siempre la tendría con él, que la amiga, la compañera, la cómplice siempre estaría ahí alborotándole el mundo con su manera de ser.

Creyó que tendría tiempo, que, en algún momento, cuando vencieran, cuando todo volviera a la normalidad podría proyectarse con ella. Hasta ese momento se había conformado con amarla de un modo platónico, cuidarla, disfrutar de su compañía, de sus chistes pesados, de su apoyo. Ella siempre tenía una idea, una salida, una solución. Era la mujer más lista que conoció, la más valiente, la más leal y la más maravillosa. Y la había perdido sin siquiera decirle un adiós.

Tras salir de la ducha, con el cuerpo pesado y sin ningún ánimo, se dejó caer en la cama de bruces, con la toalla anudada a las caderas. No tenía ánimos de secarse el cabello ni de vestirse. Cerró los ojos despacio y se dejó llevar por el cansancio y la tristeza, durmiéndose casi de inmediato.

De pronto se vio en un lugar amplio, tan amplio que no le veía el inicio ni el final. Una bruma rojiza lo rodeaba todo. Y allí, sólo había una cosa: un arco de madera, parecido a los arcos japoneses de los templos. Y bajo él, una figura conocida le daba la espalda. Cuando la reconoció, el corazón le dio un vuelco en el pecho.

– ¡Nat! – gritó, corriendo hacia ella. La mujer se volvió hacia él con una sonrisa. Se abrazaron con fuerza. Ella le acarició el cabello de la nuca y él la apretó más contra su cuerpo– Dios mío, Nat, creí que te había perdido...– sollozó escondiendo el rostro en su cuello.

– No te ibas a librar tan fácil de mí...– respondió ella, besando su pelo. Él se apartó levemente y apegó su frente en la suya.

– ¿Estoy muerto? ¿Por eso estoy aquí? – preguntó, haciéndola reír.

– No, bobo. Sólo estás dormido... diste una buena pelea, estás cansado– él frunció el ceño, negándose a aceptarlo.

– Pero, no quiero que esto sea un sueño. Quiero estar contigo... – ella negó suavemente. Le tomó el rostro en las manos y lo apartó de sí, suspirando.

– Tuvimos nuestra oportunidad, Steve y no la tomamos. La dejamos ir...– respondió con una sonrisa nostálgica.

– ¡No! Nat, no, aún podemos...– suplicó, negándose a aceptar la verdad.

– Tienes que vivir, Steve. Tienes una oportunidad para ser feliz...

– No quiero, Nat...quiero quedarme aquí contigo. Te amo...– murmuró. Ella amplió su sonrisa y le acarició las mejillas, acercándolo a su rostro para besarlo suavemente.

– Buenas noches, mi amor...– le susurró sobre los labios y él despertó de golpe.

Temblaba. Se sentó en la cama y se llevó las manos a los labios. Aún sentía el beso de Nat. Aquello no se sentía como un sueño. Había sido demasiado real, aún sentía el perfume de ella contra su piel, la tibieza de su cuerpo contra el suyo. No podía ser un sueño. No quería que fuera un sueño. Había sido demasiado hermoso y se dio cuenta de que no podría vivir sin ella. Ella le había dicho que viviera, pero, ¿cómo? ¿cómo seguir? Ya había completado su misión. Le habían ganado al hijo de perra de Thanos... ganaron. Pero pagaron un precio demasiado alto.

Pasó el resto de la noche sentado en la cama con el rostro entre las rodillas. Así pasó un día y dos. Se mantenía sentado en la cama, respirando sólo por inercia. No tenía ganas de comer ni de vestirse. El frío no le molestaba. Sintió golpes en la puerta, pero no quiso levantarse a abrir. No quería ver a nadie. No quería volver a dormir... tenía miedo de dormirse y no verla en sus sueños. De soñar con otra cosa. Sin embargo, su cuerpo le reclamaba descansar. Los párpados se le cerraron por si solos.

Y nuevamente se encontró en aquella neblina rojiza que no tenía principio ni final.

– Hola, Steve...

In my dreamsWhere stories live. Discover now