—¡Ya les dije que yo no me llamo Agasha! —lloraba ella desesperada, amarrada en la silla.
Al salir de la universidad aquella noche, por estar hasta tarde en la biblioteca (pues tenía un importante examen de cálculo que aprobar) luego de una larga tarde reforzando sus conocimientos, caminar por aquel sendero tranquilo donde habían puros edificios con departamentos, Helena no se había esperado que una camioneta negra se aproximase rápido hacia ella y luego de rechinar los frenos, cerrándole el paso, dos hombres fuertes y tapados de las caras con pasamontañas, la tomasen y con todo lujo de violencia la metiesen en los asientos traseros del coche.
De inmediato, le pusieron un negro saco apestoso sobre la cabeza y arrojaron su mochila junto a su celular y cartera afuera de la ventana. Más tarde arrancaron nuevamente hacia un destino desconocido.
Durante todo ese tiempo, Helena había querido zafarse, gritar y suplicar por su vida. Dijo que sus padres no vivían cerca y ni siquiera la llamaban, que fuera de ahí ella no tenía familia y que no tenía a nadie de importancia cerca suyo salvo un hámster.
También les dijo que no iban a poder conseguir dinero secuestrándola y que por favor la soltasen, ella a cambio no llamaría a la policía. Aunque en el fondo, y en sus cinco sentidos, sí iba a hacerlo.
Pero de inmediato, luego de que uno de los hombres le gritase porque se callase, Helena se imaginó que la querían realmente para vender sus órganos o para venderla como esclava sexual o algo peor, usarla para uno de esos horribles vídeos snuff en los que mataban a la víctima de forma sádica en medio de una tortura inimaginable comandada por algún enfermo que hubiese pagado por ello.
Para parar sus desgarradores chillidos, le golpearon el estómago, la cara y le exigieron que se callase.
Sangrando de la nariz y la boca, llorando y casi meándose encima del miedo, Helena Brown accedió a tragarse sus quejidos. Por "suerte" los tipos no la violaron o siquiera la manosearon, a pesar de que llevaba una falda bastante corta de mezclilla y una braga un tanto provocativa porque, bueno, a ella no le gustaba usar licras debajo de ellas y actualmente pasaba por una fase de locura hormonal que no incluía acostarse con alguno de sus brutos compañeros de clase.
Una vez que el auto arribó en algún sitio que Helena no pudo reconocer, fue expulsada con empujones y jaloneos hasta un cuarto vacío (con mucho eco, quizás una bodega) donde fue llevada a una silla.
Ahí la amarraron, sus pies a las patas de madera de la silla y sus manos atrás del respaldo de la misma con tal fuerza que le dolían mucho los músculos, pero temía que al intentar reacomodarse, sus captores volviesen a pegarle.
Ahí comenzó un horrible interrogatorio, donde se le advirtió que si no hablaba, iba a morir a golpes.
»Ahora, Agasha. Vas a hablar. ¡¿Dónde está?!
Helena fue sincera, dijo que ella no se llamaba Agasha. Pero hacer eso sólo le costó que le echasen agua fría encima. Incluso había hielos.
Ella gritó por el impacto, pero peor fue cuando una vara de madera hizo contacto brusco y rápido contra sus piernas desnudas. El dolor fue inmenso y Helena podría jurar que estaba sangrando.
»¡Perra mentirosa! —vino un segundo golpe. Helena volvió a gritar—. Tú lo tienes. ¡Será mejor que no busques vernos la cara de idiotas!
Temblando por el frío, pero más por el miedo y el dolor, ella lloró.
»Les juro que me llamo Helena, Helena Brown. Nací en Inglaterra —gimoteó sin importarle que su nariz también comenzase a escurrir, quizás moco o quizás sangre era con lo que se estaba ahogando. Ella ya no sabía nada. De hecho, no sabía si a estas alturas ya se había orinado encima o era el agua que le habían arrojado lo que sentía bajo sus nalgas—. Soy de un programa de intercambio... soy de un programa de intercambio... —y así era.
Ella era una chica inglesa al 100 por ciento, había nacido hace 21 años ahí, y llegado a Grecia en un programa de intercambio que realizó su universidad para que ella adquiriese conocimientos en el gran país, pues en su natal tierra, había aprendido el idioma local de estos lares. Su campo: arquitectura.
Hasta hoy todo había sido color de rosa, sus clases habían ido bastante bien, su perfecto manejo del idioma le había hecho bastante sociable y aunque ella no tenía amigos en los cuales confiar plenamente, tenía buenos contactos.
Sin embargo, estos cavernícolas... o no le entendían, o realmente estaban aferrados a su verdad. Otros golpes con la vara (que la hicieron gritar) vinieron. Esta vez fueron sus brazos los sometidos.
»¡Juro que no me llamo Agasha! No sé de quién me hablan... no sé, no sé —lloró tendidamente, convencida de que iban a matarla.
Chilló dolorosamente otra vez cuando la vara de madera golpeó su brazo izquierdo. Esta vez el doble de fuerte que los anteriores.
»¡Eres tú! —otro golpe—, ¡no puedes engañarnos! —sus piernas otra vez—, ¡pequeña zorra! ¡Habla! ¡Habla! ¡¿Dónde está?! ¡¿A quién se lo entregaste?!
La tuvieron así por lo menos un par de horas, además de querer hacerle aceptar que se llamaba Agasha, también le preguntaban sobre sus aliados y dónde estaban ellos. Y si ellos lo tenían.
Al no tener las respuestas que buscaban de ella, le volvieron a echar agua fría, pues Helena no podía pensar en decirles nada más salvo la realidad.
La azotaron más tarde con un cinturón de cuero. Sabrá dios cómo habrían quedado sus piernas y brazos.
Para hacerla peor, luego de su primera sesión de tortura, también le habían dejado el saco en su cabeza y el cuerpo atado. Tenía tantas ganas de vomitar... tampoco podía respirar. Sentía el orificio nasal izquierdo completamente obstruido. Al menos ya no sentía ganas de orinar.
Pero debía ver a un doctor urgentemente.
—Eres patética, Agasha. Y pensar que nuestros hombres se enfrentaron y el mío perdió ante el tuyo... claro, en mayor parte porque tu muñeco recibió ayuda de otro cerdo miserable —escuchó a una chica quejándome más para sí misma que para Helena.
Ella debería tener quince años aproximadamente, sonaba chillona y orgullosa. Incluso podría decirse que le divertía su situación.
Incorporándose un poco, Helena abrió los ojos, el derecho lo sentía adormecido. Su párpado apenas pudo abrirse a diferencia del izquierdo. Santo cielo... ¿por qué? ¿Qué había hecho ella de malo para merecer tal tormento?
Y apenas llevaba un día cautiva.
—Todo sería tan sencillo para ti, si tan solo nos dijeses lo que sabes. Lo que queremos saber.
Helena inhaló fuerte, tragando su propia mucosa nasal impregnada de sangre, antes de responderle.
Sentía tanto miedo...
—Lo juro por dios —susurró respirando entrecortadamente, temblando, a punto de volver a echarse a llorar—, me llamo Helena... Helena Brown. No me llamo Agasha. Por favor... déjenme ir... por favor.
No pudo retener las lágrimas. Estaba aterrada. No sabía qué sería lo próximo que iban a hacerle.
—Quisiera creerte, de verdad. —La chica, que sin duda sonaba como una adolescente, puso una mano sobre su cabeza, agarrándole el cabello con todo y el saco. Helena gritó cuando su cabeza fue echada hacia atrás con brutalidad—. ¿Pero sabes una cosa? —le susurró aterradoramente, muy cerca de su propio rostro cubierto—. Si no nos dices lo que queremos saber... vas a desear estar muerta, y lo siento —se rio—, pero ese es un placer que no se te va a dar aquí como sigas queriéndote hacer la heroína del cuento.
Con enfado, la adolescente empujó su cabeza hacia adelante, soltándola.
—Espero que te gusten las navajas y el alcohol. Me siento creativa para jugar contigo mañana... no tienes idea de lo mucho que deseo hacerte sufrir por lo que ocurrió... pero te dejaré respirar por ahora. Tendrás tiempo para gritar en unas horas —decía mientras se retiraba.
Cuando oyó un fuerte portazo, Helena se permitió llorar, pero aun así se contuvo para no hacerlo fuerte. Una vez que desgastó cada lágrima que pudiese tener, se negó a dormir.
«Dios mío, por favor... ayúdame».
La inconsciencia se llevó su último gramo de fuerza.
ESTÁS LEYENDO
𝑬𝒏𝒄𝒖𝒆́𝒏𝒕𝒓𝒂𝒎𝒆 𝒆𝒏 𝑶𝒔𝒄𝒖𝒓𝒊𝒅𝒂𝒅
Short Story『Albafica x Agasha』Hasta el día de su secuestro, Helena Brown había sido una universitaria chica común, oriunda de Inglaterra que estudiaba en Grecia debido a un programa de intercambio. Sin embargo, sus captores no querían nada ordinario, ni su cue...