Capítulo 31.

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—¿Qué? —solté una carcajada—. ¿Cómo que qué pasó en la ciudad? —me crucé de brazos para protegerme a mí mismo.

—Noah... —fijó sus ojos seriamente en los míos.

—Está bien —resoplé—. Lo siento, no quería preocuparte —me mordí levemente el labio inferior.

—Lo entiendo, pero ¿cómo se te ocurre no contarme algo tan importante? —se echó hacia atrás en su silla—. Es decir, ¡tenían a tu amigo secuestrado! —alzó sus brazos.

—¡Yo no lo sabía! —mentí—. Lo vi allí con unas personas extrañas y me hizo una señal... —agaché mi cabeza porque mi honor no podía con tanto invento.

—¡Haber avisado directamente a Phil! —exclamó alarmado.

—Tienes razón, pero...

—Encima, pusiste en peligro a la señorita Weston —me regañó, provocando que mi cabeza bajara más aún.

"Si mi padre supiera que Elizabeth fue la que tuvo la idea de todo..." pensé.

—Lo siento, papá —alcé mi mirada para mantenerla en la suya—. Fui un irresponsable... —dije mientras jugueteaba con mis dedos.

—Bueno, tampoco es eso. Ayudaste a atrapar a delincuentes —respondió, provocando que levantase una ceja—. Lo que me duele es que no confiaras en mí para contármelo —frunció el ceño, desviando sus ojos.

—Sí que confío en ti, pero...

—Ya, ya, no querías preocuparme —me imitó y rodó sus ojos.

—Exacto —asentí intentando que no se me escapara una sonrisa.

—Que sea la última vez —ordenó, levantándose de su sitio—. No quiero que te pongas en peligro y, mucho menos, a la señorita Elizabeth —caminó hacia la alacena.

—Lo prometo —contesté a la vez que me ponía en pie.

—Si hubieras visto la cara que se me ha quedado cuando Phil ha empezado a contarme... —se le escapó una suave carcajada.

—Debería habértelo dicho —anduve hasta su lado.

—Pues sí, hijo —respondió, buscando algo en una de las baldas altas del mueble—. He quedado en ridículo —se giró hacia mí con una lata.

—Qué exagerado eres —dije a la par que nos acercábamos a la encimera.

—Anda, ayúdame con la cena —me miró mal de reojo y me entregó un cuchillo.

—Está bien —reí, cogiéndolo.

Me había salvado de una buena.

A la mañana siguiente, mientras desayunaba tranquilamente porque era fin de semana, alguien llamó a la puerta.

—¡Papá!¿Esperas visita? —pregunté en voz alta desde el comedor.

—¡No! —gritó mi padre desde la planta de arriba.

—Qué raro —murmuré, arrastrando la silla hacia atrás. Caminé hasta la puerta y la abrí, encontrándome con un sonriente Edward esperando al otro lado.

—¿Qué haces aquí? —carcajeé, mirándole extrañado.

—Quiero ir al bosque —contestó con ganas.

—Sh, calla —salí al porche y cerré un poco la puerta—. ¿Estás loco? Ya sabes que está prohibido, no puede escucharte mi padre.

—Perdón, es la emoción —rio, haciéndome suspirar.

EL CHICO DEL BOSQUEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora