Northeastern Academy

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Mañana era el día, mañana comenzaba mis clases en el Northeastern Academy. Los días anteriores los había pasado repasando datos de la misión con Bruno y comprando mis libros y el uniforme para clase. Decidí escribir a Anie y acordamos juntarnos una vez yo tuviese mis horarios. Dijo que me enseñaría el instituto y así podía perder algo de clase.

─¿Lo tienes todo preparado? ─dijo Bruno detrás de mi.

─Casi todo, tengo que meter los documentos del cambio de centro en la mochila. ─contesté. ─A propósito, ¿mañana me acercas tú?

─Mañana y hasta que acabe el curso, princesita. ─dijo sonriente.

─Deja de llamarme así, no tengo tres años.

─Pero igual te enfadas como una niña pequeña.

Ambos reímos. Cenamos juntos en mi apartamento como habíamos hecho estos días mientras veíamos Violet y Finch en Netflix.

─¿Por qué a las chicas os gustan tanto las películas románticas? No tienen nada de especial. ─dijo Bruno sin quitar la mirada de la pantalla.

─¡¿Cómo puedes preguntar eso?! Pues porque es lo mejor que existe. ─contesté.

─ Pues no lo entiendo, no son realistas.

─No es que no sean realistas, es que son todo lo que una persona puede desear en una relación. ─dije alzando los hombros.

─¡Su-rrea-lis-tas!

─Eres un envidioso, tú lo que quieres es tener una relación así.

─Lo que tú digas.

Terminamos de ver la película y nos dimos las buenas noches.

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Desperté con el sonido del despertador de mi móvil. Eran las 6:30 de la mañana y me tenía que preparar para mi primer día de clases. Desayuné un par de tostadas con aguacate y un café con leche sentada en la terraza de mi cuarto mientras observaba las luces aún encendidas de Nueva York. Cuando hube terminado el desayuno, me dirigí al baño y me di una ducha para despejarme. Me maquillé y me arreglé un poco el pelo con ayuda de una plancha. Me puse el uniforme y me observé al espejo. La verdad es que el uniforme era bastante decente, era rojo y negro y constaba de una falda a tablas, una camiseta blanca y una chaqueta. Me puse unas zapatillas negras como dictaba el código de vestimenta y cogí la mochila, metiendo en ella a su vez mis gafas. Las gafas no las necesito llevar normalmente, pero el oculista me había recomendado usarlas en clase para no marearme.

Cerré la puerta tras de mi y al girar choqué repentinamente contra algo. Ese algo resultó ser Bruno.

─Alguien se despertó con energía. ─bromeó.

─Eh, no es culpa mía que estés en medio de mi camino. ─me justifiqué.

─Solo iba a llamarte, no sabía si te habías quedado dormida. ─sonrió burlón.

─Eso sería muy poco profesional de mi parte, ¿no crees?

─Es verdad, a veces se me olvida que tu eres la "doña Perfecta" de la empresa. ─replicó.

─No soy "doña Perfecta", simplemente me tomo mi trabajo en serio.

─Lo que tu digas, princesita.

Rodé los ojos. A veces Bruno me sacaba de quicio.

Ambos bajamos hasta el garaje y nos subimos en su coche.

─Entonces, ¿estás lista para tu primer día de clases? ─preguntó.

─Si, seré una chica más de ese instituto, sin levantar sospechas. ─dije segura.

Secretos de una infiltradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora