Bogotá
La cabeza se asoma del agua fría. Nicolás respiró con fuerza inhalando profundamente, recuperando el aliento de toda la sesión. Lleva casi una hora dentro de la piscina y aunque el frío es insoportable, él siente que está ardiendo como si tuviera fiebre. Hay una imagen que no se le va de la cabeza. Calma su respiración y sale de la piscina. Son las 7 a.m y se va la ducha para cambiarse e irse al trabajo. Para él, el agua es su escape, su manera de desahogarse y quitarse todo lo que lleva de más en la mente; los problemas de la oficina, sus padres que lo llaman para preguntar si algún día va a casarse o que más está esperando de su propia vida, la imagen creada por su propia imaginación de una chica que jamás pensaría que llegaría a su vida.
Sólo había tenido dos relaciones: una finalizando el colegio a sus 15 años que duró 26 meses, y en el último año de su carrera universitaria como ingeniero de petróleos, que terminó por motivo de sus prácticas en los pozos. Él siempre estaba tan enfocado en su propio destino que a veces descuidaba a su pareja. Pero para ver la soledad no era algo difícil de llevar, se la pasaba tan metido en su trabajo que no le daba tiempo para pensar en esas cosas. Hasta esa mañana fría.
Ya con 32 años, y su puesto como administrativo de una empresa petrolera, había pasado de la parte operativa a la parte de oficina, donde se encargaba de dirigir uno de los sectores de donde se extraía crudo y se llevaba para refinería. A grandes rasgos su vida era un poco monótona pero se sentía a gusto con ella. Ya llevaba 6 años solo y no había sentido el agotamiento Hola falta de compañía. Su día a día era entrenar en la mañana, ir a la oficina y volver a su apartamento. Hacer un hombre tan dedicado también cocinaba un poco, lo suficiente para no morir de hambre pero tampoco era un gran chef. Era bastante ordenado, siempre fue un muchacho bien vestido y de buen porte; camisas perfectamente planchadas en su armario, trajes de saco y corbata, zapatos en cuero muy bien lustrados, relojes elegantes, y toda esta vestimenta la lucía con su cabello lacio peinado hacia atrás.
El alto, y la natación le había dejado como recompensa un buen cuerpo; hombros anchos, una musculatura bien definida, tonos café oscuro y una mirada profunda, que pareciera que no sabía para dónde estaba buscando porque a veces nos había que buscar. Como si quisiera verlo todo y nada al tiempo.
En martes en un descanso, salió a una cafetería cerca de su oficina. Aunque no era muy amante del café, tuvo un antojo y quería romper con la dieta. Hice la fila y al llegar al mostrador, sus ojos se quedaron fijos en los de ella.
Camila tenía 23 años y recién había terminado la universidad. Una verdadera artista, que a cualquier señal de inspiración creaba cuadros, esculturas en diversos materiales y todo lo que su mente fuera capaz de transformar. Le gustaba la música, los libros, el arte, el cine, los museos, la calle, los parques. En fin, una chica muy liberal qué le encantaba llevar su cabellera rizada, roja como el fuego, el libre como el viento en su bicicleta A dónde fuera que la llevara el destino. Había vendido una que otra obra y estaba a la espera de una llamada de alguien en el exterior para irse a seguir su vida. Pero a falta de ingresos tuvo que entrar a trabajar a una cafetería. Llevaba tres meses dando vueltas para un lado y para el otro, buscando cualquier oferta laboral hasta que le recomendaron una cafetería, que quedaba por la zona empresarial. Era una chica bastante habilidosa y que aprendió rápido. Entró a trabajar sin problemas, y durante el último par de meses era "feliz" en aquel lugar, qué olía a café fresco en las mañanas. era interesante para ella ver cómo la gente cambiaba de ánimo cada vez que probaba una taza recién extraída, y que le devolvían la sonrisa cuando se iban a despedir. No era todo lo que ella quiso, pero era un inicio.
Esa mañana, como cualquier otra, el aroma del café inundaba el lugar y los clientes iban y venían. Camila terminaba de preparar un pedido y estaba de espaldas al mostrador. Tomó los cafés y se dio media vuelta, dejó el pedido sobre la mesa para que se la llevaran y al levantar la vista, estaba Nicolás. Las miradas se quedaron fijas, y para ellos el tiempo se detuvo. No se conocían ni se habían visto jamás, pero en ese momento sintieron que había algo más grande que ellos. Camila se puso roja, y se le nota mucho porque su piel blanca con algunas pecas sobre las mejillas se tornó rubicunda casi al instante. Para Nicolás, que la única manera de acelerarse el corazón era cuando hacía natación, sentía que se le iba a salir del pecho, y quiso preguntarle su nombre a la chica que atendía la barra en aquel café.
- Hola, disculpa, ¿me puedes dar un capuchino doble?- le dijo, un poco nervioso.
- S-si, claro. Con mucho gusto- respondió Camilla con las mejillas muy coloradas, y la voz un poco nerviosa.
El corazón de ambos latía fuertemente y no sabían por qué. Sólo supieron que había algo muy fuerte que los atraía mutuamente.
Nicolás, qué bien era tímido, haciendo un esfuerzo sobrehumano, más que el que hacía al sumergirse debajo del agua por más de un minuto, tomó la iniciativa, arriesgó a pronunciar las palabras que nunca pensó decirle a aquella chica al otro lado de la barra: - lo siento, me he distraído un poco. ¿Me podrías regalar tu nombre? - y tragó saliva. Pensó que la chica lo iba a ignorar, y sintió que estaba oxidado para hablarle a una chica tan guapa en la mitad de la mañana, y con los demás clientes detrás esperando a ser atendidos. Camila sonrió tiernamente, como si quisiera que aquel joven apuesto le preguntara por su nombre, y se sintió tan agusto que no solamente le hubiera dado el nombre.
Me llamo Camila.
El muchacho dibujó una sonrisa de oreja a oreja como si fuera el premio mayor, y se sintió tan feliz en aquel momento que simplemente tomó su café y se fue, no sin antes decirle que volvería más seguido a tomar café.
el resto de la jornada en la oficina fue tan monótona que Nicolás no se dio cuenta que ya era la noche, así que recoge sus cosas y salió del edificio sin mucho ánimo y llegar a su apartamento. Llevaba toda la maldita tarde pensando en Camila. Eventualmente se repetía su nombre una y otra vez mientras la visualizaba con sus hermosos rizos de fuego danzando en el ajetreo de la cafetería. De repente sus pensamientos se ve interrumpido cuando se dio cuenta que había caminado más de lo que debía y estaba otra vez frente a aquella cafetería. "Es imposible que ella esté a esta hora por acá", y simplemente se dio la vuelta y regresó a la estación para tomar el bus. El martes terminó un poco inconcluso pero a la vez esperanzador, se habían conocido y al menos se sabía el nombre.
No fue sino hasta el viernes que Nicolás pudo volver a la cafetería debido a que en la oficina habían surgido tantos problemas que el trabajo simplemente lo tenía pegado a la silla, y las obligaciones no paraban de llegar. no tenía tiempo para perder en otras cosas y su mente estaba totalmente centrada en la oficina. El cansancio llegó el jueves por la noche, cuando llegó a su apartamento y cayó como piedra, que ni siquiera le dio tiempo de poner a cargar su teléfono. Se despertó por costumbre, a eso de las 5:40 a.m, y como un zombi poseído por la rutina alista sus cosas y se fue a nadar; necesitaba aflojar un poco la tensión que había dejado esa semana infernal. Aunque el agua estaba fría como el clima de Bogotá, sintió que se deslizaba muy suavemente y todo el cuerpo se relajaba al instante. Una, dos, tres... cuando iba por la quinta piscina recorrida, hizo una pausa, respira profundo y se sumergió. Quería trabajar un poco la apnea y ver hasta dónde llegaba. Tomó impulso de la pared y se lanzó como un torpedo, manteniendo el cuerpo firme y rígido, tratando de deslizarse por el líquido sin la más mínima fricción. Cerró los ojos por un momento, y después de la inmensa oscuridad lo primero que llegó a su mente fue el rojo de los rizos de esa chica. Perdió toda la concentración, su respiración falló y salió de la piscina casi ahogándose. Estaba perdido y lo sabía, tenía que saber más sobre ella, porque en ese momento sentía que no podía aguantar un solo día más sin verla.
Llegó la oficina un poco tarde y aunque no hubo problemas por parte de su jefe ni sus compañeros, se sintió falto de energía si fuera de vibra. estaba empezando a obsesionarse por Camila y no sabía ni siquiera de dónde había salido tal idea. Su mente, entrenada al igual que su cuerpo, sólo tenía un propósito en ese instante: verla de nuevo. Así que cuando hubo una oportunidad, salida del edificio con la excusa de ir por un café, y correo directo a la misma cafetería dónde la había encontrado por casualidad tres días antes.