Capitulo 1. Puerta.

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Venía del cuarto de atrás. Se hizo presente durante la noche, interrumpiendo mi cena. Me quedé sentado con el tenedor en la mano, mirando fijamente hacia la puerta de lo que era mi habitación. Esperé por unos segundos. No lo volví a escuchar. Aunque hubiese querido quedarme sentado, la curiosidad fue mucho más fuerte que la gravedad manteniéndome pegado a la silla. Sin darme cuenta ya estaba de pie junto a la mesa. El tenedor seguía entre mis dedos y la curiosidad entre mis sesos. La habitación parecía encerrar un universo pacífico. Un universo lleno de una nada silenciosa y oscura. La luz estaba apagada, murmuraba la ranura debajo de la puerta. Por primera vez, llamaba mi atención lo tranquilo que puede ser un cuarto vacío. Esa oscuridad y ese silencio se hacían cada vez más presentes.

Comencé a caminar hacia la puerta como si mis piernas se hubiesen desconectado de mi cerebro y no fuera el miedo quien las dominara. Caminaba despacio esperando escuchar un ruido atemorizante que me sacara de ese trance al que había entrado y devolviera el control de mis piernas a ese precavido cosquilleo en el estómago que, al ver un vacío, grita "¡no saltes!". Nada sucedía detrás de la puerta, o al menos, eso parecía. Podía sentir el frio del suelo besando, o mordiendo, las plantas de mis pies, con más fuerza mientras más me acercaba.

Ya estaba de frente a la puerta y no podía dejar de mirarla. Intentaba buscar en la madera algún sonido que me invitara a entrar. En ese momento sentí un dolor en el estómago, que quise atribuir a la mala alimentación. Si la causa de aquel dolor resultaba ser tan irrelevante, entonces no podía hacer nada más que ignorarlo. Una parte de mí lo tomó como un presagio. Suplicaba que me fuera de ahí. Mis puños temblaban casi al punto de reventar de la presión junto a mis piernas, que se mantenían firmes en ese lugar. Me veía atraído por ese miedo que me inundaba el cuerpo. Sabía que no debía estar ahí pero no podía evitarlo. Podía sentir entre los intestinos como mis más oscuros deseos se acumulaban dentro y querían escaparse para entrar a la habitación.

Con el paso del tiempo, mientras la intimidad crecía entre la puerta y yo, mis músculos comenzaron a relajarse. Pensaba retirarme de ese lugar, volver a la mesa y terminar de comer, terminar mis pendientes y quizá dormir un poco esa noche. Pero la puerta no me lo permitía. Me llamaba. Como si me susurrara al oído con la voz dulce de una hermosa mujer pidiéndome pasar la noche a su lado, me amarraba a ese lugar, casi inmóvil. Me mantuvo embelesado frente a ella por unos minutos hasta que, hipnotizado, recargué la cabeza en la madera y pude sentir el olor de la madera llenarme los pulmones. Como si un humo caliente invadiera mi interior, inhale por segunda vez, más profundo que la primera. Para ese momento, las demás habitaciones, sus muebles, sus sonidos, sus olores, ya habían desaparecido completamente. Pasaron al olvido en mi mente que solo tenía lugar para el pedazo de madera frente a mí. Poco a poco, mis manos, ahora relajadas y algo rojas por la presión anterior, comenzaban a moverse y soltaron al fin el tenedor. Fue la derecha quien tomó la iniciativa y comenzó a levantarse lentamente hasta que, al final del recorrido, mis dedos se posaron suavemente en la puerta; como quien, asombrado por el encuentro con un ángel acaricia su rostro, sabiéndose poco merecedor de tocar con sus mundanas manos una presencia celestial. Mi gesto pareció no ser bien recibido, pues apenas tocar la helada corteza de la puerta se escuchó como si del otro lado alguien rasgara la puerta con unas navajas. Pude escuchar astillas caer al suelo. Mi mano se mantenía en la puerta a pesar de haber sentido entre los dedos la vibración de los cuchillos rasgando la madera. También se mantuvo inmóvil mi cabeza, que hasta ese momento seguía recostada en la puerta.

Como si se tratara de un capullo abriéndose para dejar salir el aroma de una flor que dormía en su interior, así la puerta se abrió suavemente sin hacer ningún ruido ni movimiento brusco. Dejó salir un viento frío de adentro y la dulce voz me invitó a entrar. Aún no me movía, hasta que la puerta quedó completamente abierta frente a mí. No parecía llevar a mi habitación, pues no podía ver a través de la oscuridad. Como si el vacío de dentro se tragara la luz de afuera, no pude vislumbrar nada de lo que antes había en mi habitación. Intrigado, entré lentamente al lugar. Mis pies parecían elevarse en el vacío del espacio. Un espacio sin estrellas. El silencio podía reventarme los oídos en cualquier momento. En ese instante solo estaba yo, flotando en una porción del universo encerrada en las paredes de un cuarto.

La levitación duró hasta que dentro de la habitación se expandió un ruido. Como si estuviese debajo del agua, pude escuchar el sonido de la puerta cerrándose detrás de mí. Fue la alarma que me despertó del sueño que me tenía atrapado. El vacío desapareció. Gradualmente mi vista se fue acoplando a la nueva oscuridad que reinaba en la habitación. Por fin podía reconocer el lugar en las penumbras. Una vez pude dar unos pasos me dirigí hacia la puerta para salir y volver a la mesa. Al tocar el pomo de la puerta pegué un brinco y tuve qué dar unos pasos hacia atrás. La cerradura estaba hirviendo y me había quemado la mano. A pesar del calor, lucía como si estuviese tan fría como siempre. No quise arriesgarme a quemarme otra vez, así que no la toqué. Pude ver por la luz bajo la puerta que alguien estaba de pie del otro lado. Estaba inmóvil, pero estaba ahí, esperando. De nuevo, movido por la curiosidad, acerqué a mi oreja a la puerta, intentando escuchar lo que sucedía del otro lado. Había un gran silencio, pero pude escuchar, una vez más, cómo una navaja rasgaba la corteza de la puerta. En ese momento recordé lo sucedido y retrocedí unos pasos para ver mejor la madera. Vaya sorpresa al ver entre la penumbra cómo cuatro hendiduras anchas y profundas marcaban la puerta desde el cerramiento hasta el suelo, donde se encontraban regadas las astillas. Sentí cómo la sangre se escapaba de mi cuerpo. Me quedé de pie, helado del miedo. No podía ni imaginar lo que me esperaba al otro lado de la puerta. De pronto, de entre el silencio de la noche se escuchó un grito desgarrador, tan agudo que lastimaba mis oídos. Podría jurar que el suelo se abría y los gritos de mil almas torturadas en los confines del infierno se acumulaban en la garganta de aquella criatura al otro lado para entonar un concierto sinfónico de gritos desesperados, suplicando a sus verdugos dejar de romperles las articulaciones en "La rueda". Fue tanto el terror que sentí en ese momento que caminé temblorosamente hacia atrás para alejarme lo más posible de la puerta, hasta que, por la oscuridad, tropecé con las cosas regadas en la habitación y caí de espaldas, golpeándome la cabeza contra el suelo.

Alteridad.Where stories live. Discover now