Capitulo 3. Comida.

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No sabía cuánto tiempo había estado inconsciente en el suelo de mi habitación. Tras las cortinas no se podía ver el sol, así que no podía saber si ya había amanecido; y, aunque así fuera, en el peor de los casos no podía saber cuántos días habrían pasado. Sentí en ese momento un dolor en el estómago, que enseguida le atribuí al hambre. Era ligera, pero no por eso debía pasarlo por alto. No sabía cuánto tiempo estaría ahí, así que son sabía cuándo volvería a comer algo. En fin, ahí dentro no podría encontrar algo para comer.

Inspeccione la habitación en la que había estado recluido por un tiempo indefinido. Las cortinas estaban abajo y las ventanas cerradas. A pesar de la oscuridad pude ver en el suelo una montaña de libros arrinconados junto a otra montaña más pequeña de platos y vasos sucios invadidos por una pequeña colonia de hormigas. De comida no había nada más que envoltorios vacíos esparcidos indiscriminadamente por el suelo. Un par de zapatos arrumbados bajo la cama junto a unas cajas de contenido poco interesante. El colchón de la cama estaba tapizado de ropa desordenada y arrugada. Pantalones, camisas, calcetines sin par, y un incontable número de prendas que no tendría interés ni preocupación de levantar en estos momentos. Era un secuestro, no un descanso para limpiar. La televisión sobre un viejo mueble que debía servir para guardar la ropa ordenada. Un mando a distancia para la televisión con paradero desconocido. Un librero que guardaba de todo menos libros: colecciones, revistas, pequeñas estatuas, cajas llenas de cosas inútiles. Nada en esa habitación pareciera tener una utilidad real. Solo cosas acumuladas sin ninguna razón, más que el peso de dejar ir la basura que uno mismo produce. Tantos objetos inútiles para llenar estantes inútiles, que solo fueron comprados para llenarlos de cosas inútiles. Pero, al final, es lo que somos. Nada más que la basura que acumulamos por el dolor de dejarla ir. Tazos, tazas, pesos, pesas, libros, libretas. Toda una acumulación de objetos si significado, que al unirlos descubrimos quiénes somos. ¿O quiénes queremos parecer ser?

Me levanté, cansino, y pasé por sobre el zapato que hacía algún tiempo me había hecho caer al suelo. Me dirigí al mueble de la televisión sobre el que había un despertador descompuesto. Otro objeto inútil. Haciendo a un lado la porquería acumulada intenté buscar el cable de la televisión. Pude tenerlo entre los dedos y recorrí el camino necesario para encontrar la clavija. La tomé entre los dedos, dispuesto a encenderla, quizá podría saber la hora o el día si lo lograba. En ese momento escuché fuera de la habitación un ruido, seguido de un montón de cosas que cayeron al suelo. Solté la clavija del televisor y me acerqué a la puerta para escuchar mejor.

Del otro lado no se podía escuchar mucho. Unos golpes, desgarros, luego más golpes y... mordidas. Podía escuchar cómo unos colmillos se clavaban bruscamente en paquetes de comida que, al parecer provenían del refrigerador. Como sin un perro rebuscara en un bulto de comida, podía escuchar cómo la criatura buscaba, rompía y comía todo lo que estaba a su disposición. En ese momento, mi estómago se quejó, pidiendo un poco de aquel festín que se servía afuera. Dentro de la habitación no había comida y, quizá, tampoco debía tener esperanza que quedara algo afuera cuando la criatura quedara satisfecha. No podía sentir el olor de la comida, pero podía imaginarla. Jamón, quesos, leche, pan, dulces, incluso las frutas parecía una buena opción en este momento. Todo siendo devorado por una bestia que apenas y se interesaba en conocer el sabor de dulce, salado, agrio de cada cosa que se metía a la boca. Lo escuchaba y era como si solo comiera por comer. Clavaba los dientes en trozos tras trozos de comida sin detenerse a disfrutarla. Solo comía, uno a uno, los alimentos que encontraba a su paso. Si tenía hambre, imposible saber. Pero si así era, prefería que se llenara con mi comida antes de verlo entrar, hambriento, buscándome para clavarme los colmillos, como lo hacía ahora en la cocina. Parecía infinito el contenido del refrigerador, pues solo escuchaba cómo se embutían todo lo que encontraba. Escuchaba trozos caer al suelo, trozos ser engullidos y hasta las salpicaduras de las cajas de cartón llenas de líquido. Líquido que se escurría de entre sus mandíbulas y mojando la piel de la criatura hasta llegar al suelo.

Con la oreja pegada a la pared, decidí levantarme y alejarme un poco de la escena exterior. Mi estómago seguí haciendo ruido, así que lo mejor era no martirizarme presenciando cómo se acababa la comida. Caminé de regreso al televisor para continuar con lo que estaba haciendo. Esperaba poder encontrar esperanza en aquel pequeño y viejo aparato. El bombillo llevaba semanas quemado, así que la televisión era primer contacto con la electricidad, y si tenía suerte, con el mundo exterior. Ya con el aparato conectado solo tenía qué buscar en las penumbras el botón integrado para encenderlo. A un lado del televisor, entre una serie de botones, lo encontré. Era más grande que el resto y estaba marcado con un relieve. Lo presioné esperando lo mejor. Después de esperar unos segundos con el corazón en la mano, vi que el televisor no funcionaba. Al parecer no había energía en la habitación. Retrocedí y me senté lentamente en el medio de la habitación. Entre las sombras escuchaba a la criatura seguir comiendo lo que quedara a su disposición. Seguía manoteando y engullendo, hasta que un ruido nos detuvo a los dos. Salimos de nuestro trance. Me puse rápidamente en pie, escuchando. Era la puerta. Alguien estaba tocando, o solo era mi imaginación. Esperé pacientemente por si volvía a escuchar algo.

-¡Hey! ¡¿Estás ahí?!- Gritó alguien desde afuera de la casa.

...

Alteridad.Where stories live. Discover now