Parte uno

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Debería... entregárselo ahora. Kohaku miró indecisa el pequeño sobre adornado con un moño que tenía entre sus manos. Sí... se lo entregaré ahora.

Miró a la puerta de la oficina de su jefe, el científico joven más afamado de Japón, Ishigami Senku. Ese día, cuatro de enero, era su cumpleaños, y ella llevaba mucho tiempo preparando un pequeño regalo para él. ¡E iba a dárselo ahora mismo!

Enderezó su espalda y se dirigió a la puerta de su oficina... solo para rápidamente regresar sobre sus pasos y sujetarse la cabeza.

¡No, olvídenlo! ¡No se lo daré ni en broma! Sí lo hago se dará cuenta de que estoy loca por él y me despedirá o transferirá lejos como lo hace con cada empleada que lo fastidia con sentimientos románticos. ¡No puedo dejar que eso me pase!

Ella era la jefa del personal de seguridad, su guardaespaldas más confiable y quien siempre lo acompañaba a todas partes. A pesar de ser tan joven como él logró ganarse el puesto por su propio esfuerzo, y no solo por ser la sobrina de su madrastra Lillian como muchos idiotas creían. ¡Ella trabajó muy duro por su puesto! Y estaba muy dispuesta a dar su vida por Senku en cualquier momento, no solo por ser una completa profesional en su trabajo, sino porque él verdaderamente le importaba.

Lo amaba, de hecho. Y eso era tan poco ético que se odiaba a sí misma por ello. Se llevaría sus sentimientos a la tumba, sin que nadie jamás lo sepa o al menos sin que nadie jamás lo escuche salir de su boca, así podría proteger a Senku siempre y él no tendría excusa para apartarla de su lado.

Sonrió ante la idea de estar junto a Senku siempre, pero luego miró el sobre en sus manos y soltó un gran suspiro. Ni siquiera sabía por qué había comprado eso, él probablemente podría conseguirlo cuando quisiera. Sin embargo aun así algo en ella no pudo evitar querer tomar el riesgo de exponerse por la pequeña posibilidad de que él apreciara el regalo que le tenía pensado. Ahora dudaba muchísimo que esto siquiera fuera buena idea en primer lugar.

Realmente quiero dárselo... ¡Pero no puedo dejar que sepa lo que siento! Me va a despedir al diez billones por ciento, como él tanto dice. No puedo arriesgarme a que me descubra.

Después de dar otro par de vueltas alrededor de la recepción, finalmente la respuesta llegó a ella.

¡Eso es! ¡Se lo daré anónimamente! Así no podrá saber que fui yo y sí no le gusta no me habré arriesgado por nada. Y sí le gusta entonces habrá valido la pena y sin riesgos. Es la trampa perfecta.

Decidida, retiró la notita que contenía sus felicitaciones y su firma y esta vez se encaminó con paso firme a la oficina de su jefe, sin retroceder y tocando a la puerta sin miedo. Después de todo era una guardaespaldas y no podía acobardarse por algo tan tonto.

-Adelante.- llegó la voz de su jefe por detrás de la puerta.

-Lamentó molestarlo, Ishigami-sensei.- murmuró mientras ingresaba a la oficina. –Le llegó otra carta anónima, probablemente de otra de sus muchas fanáticas, señor.- sonrió de la forma más inocente en la que era capaz.

-Oh, qué extraño.- levantó la mirada de sus contratos por firmar para observarla con una sonrisa divertida. -¿No sueles tirar esas cosas?- Kohaku se estremeció de pies a cabeza.

¡¿Tan rápido había sido descubierta?! No, todavía podía salvarse si inventaba una excusa convincente.

-Bueno, en realidad no podía estar segura de sí era una carta de una fan o de algún niño que lo admira y ve como un ejemplo a seguir. Y la última vez me sentí mal por casi tirar la carta de un jovencito aspirante a científico. Al menos quería su permiso para revisar la carta esta vez.- excusa floja. ¿Mordería el anzuelo o ya podía dar por perdido su trabajo? –O bien su permiso para tirar la carta a la basura.- agregó, un poquito cabizbaja de que ni siquiera vea qué tenía pensado regalarle.

Trampa PerfectaWhere stories live. Discover now