Últimas noches de verano

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Era una noche hermosa. Fresca y estrellada. Los grillos cantaban, los insectos revoloteaban y una brisa apenas notable acariciaba el ambiente después de un día de intenso calor.

Eran las 20:50 del jueves 19 de marzo del año 2020. Miré el cielo, buscando en su inmensidad la paz y la tranquilidad de la que carecían las paredes del departamento.

¿Cuarentena? ¿Qué era eso? ¿Cuánto tiempo duraba? ¿Desde cuándo sabía qué significaba? Esa última pregunta daba vueltas en mi cabeza sin dejarme apreciar las estrellas. ¿Cuándo había sido la primera vez que había escuchado la palabra "cuarentena" o peor "coronavirus"? ¿Cómo algo tan sencillo como una palabra podía resonar en los oídos del mundo y causar risa, miedo, pánico y enojo todo al mismo tiempo? Una palabra nunca era algo sencillo, porque siempre representaba algo. Yo lo sabía incluso en esa noche tan hermosa.

-¿En qué estás pensando? -me preguntó una voz perdida en la oscuridad.

-En mis abuelos -respondí sin haber identificado de qué balcón venía la voz.

-¿Qué hay con tus abuelos?

No pude responder. Aplausos se empezaron a escuchar desde la calle y los departamentos. Eran las nueve de la noche.

-¿Qué pasa? -pregunté, esperando que la voz me respondiera.

-¿No estás viendo la tele? -me interrogó sorprendido-. Es un aplauso masivo en el país para apoyar a los profesionales de la salud por su esfuerzo.

-¿Cómo podría estar viendo la tele si estoy en el balcón? -me indigné, pero acto continuo, me sumé a los aplausos.

-Este aplauso es para vos, ma -murmuré a la noche.

Supuse que el dueño de la voz me escuchó porque también comenzó a aplaudir.

Luego de unos minutos emocionantes, todo fue silencio. Volví a contemplar el cielo y solté un suspiro desde lo más profundo de mi corazón.

-¿Ya habló el presidente? -quise saber, pero nadie me respondió.

21:15. Supuse que el anuncio se estaba dando en ese preciso momento. No quise escucharlo. En su lugar, decidí seguir contemplando el cielo. La noche estaba hermosa. Parecía una de esas noches en las que Nueva Córdoba, el barrio de estudiantes, se llenaba de jóvenes que salían a hacer ejercicio, a pasear a sus perros o a tomar algo con amigos. Pero, aunque parecía una de esas noches, no lo era. Yo no estaba trotando en el parque ni tomando una pinta con amigas, estaba contemplando las estrellas y pensando en mis abuelos.

-¿No ves las noticias? -volvió a preguntar la voz en la oscuridad.
Esta vez distinguí que venía del piso superior.

Negué con la cabeza al encontrar su sombra en el balcón de arriba.

-¿Para qué? Sé qué va a decir el presidente. Estuvieron hablando de eso todo el día.

-Ya lo dijo- me informó el vecino-. Hace unos minutos.

-¿Así que es ciero? ¿Ya es oficial?
-Sí. Se decretó necesidad de urgencia: cuarentena total.

Miré la hora una vez más.

-21:30hs del jueves. Comienza oficialmente mi cuarentena.

-¡Ey! Dicho así suena deprimente.

-¿Y cómo podría sonar mejor? La realidad es deprimente.

-Si lo convertís en plural, no suena tan mal.

-¿En plural?

-Sí. Estamos, oficialmente, acuarentenados. ¿Ves? No es tan deprimente si se vive acompañado.

-Tu positivismo es extraño. Ni siquiera te conozco.

-¿Y no te entusiasma pensar que tendremos tiempo para conocernos?

No. No me entusiasmaba. ¿Qué hacían los estudiantes en sus departamentos de Nueva Córdoba si no era estudiar? La vida del estudiante en Córdoba duraba lo que duraba su tiempo de cursado. Sin cursar y sin estudiar, ¿qué estaba haciendo allí, lejos de casa? Yo, sola y encerrada, ¿podría sobrevivir?

El verano se acababa con el último aire de esperanza. Si el coronavirus no me mataba, tal vez lo hiciera la soledad o, pensándolo mejor, el molesto entusiasmo de mi vecino.

Acuarentena2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora