Durante los siguientes seis días Lilith descubrió que convivir con Scott era fácil... siempre y cuando le dejara salirse con la suya.
Le daba rabia su actitud autoritaria y las estratagemas que empleaba con el fin de dominar todas las situaciones, pero no podía negar que era un hombre generoso, hasta el punto de que habían tenido varias discusiones y rabietas por todo el dinero que se gastaba en ella: ropa, un portátil, un iPhone, un iPod, un iPad... A Scott le encantaba todo lo que empezara por «i», y compraba todo lo que consideraba esencial para el bienestar de Lilith.
Ella se había armado de paciencia y había intentado explicarle más de una vez que ya vivía bien antes de tener todas esas cosas, pero Scott se limitaba a responder con gruñidos y no tardaba en aparecer con otro artículo que a él le parecía imprescindible y a ella, innecesario.
La única batalla que Lilith había ganado era que no le comprara un coche. Se había negado en redondo y había insistido en que prefería coger el autobús.
En realidad, esa batalla tampoco la había ganado, pues la única razón por la que Scott había cedido en esta discusión era que su chófer — un hombre encantador que se llamaba James— la llevaba y la recogía de las clases y las prácticas todos los días.
A pesar de que James estaba a disposición de Scott a cualquier hora este iba cada mañana a la oficina en un Bugatti Veyron. La primera vez que Lilith vio aquel coche tan elegante y lujoso casi se atraganta.
Estaba impresionada porque hasta entonces solo lo había contemplado en fotos, pero Scott se limitó a encogerse de hombros y a comentarle que Sam tenía otro, pero que el de Sam era más nuevo, un dato que parecía irritarle. Lilith puso los ojos en blanco y se marchó.
En el fondo era como un niño..., solo que tenía más dinero —mucho más dinero — y que sus juguetes eran muchísimo más caros. El sábado a primera hora Nina —otra empleada de la casa que le había caído bien a Lilith desde el primer momento— le trajo ropa nueva.
La asistente personal de Scott no venía sola, sino acompañada de una fila de cachas que cargaban con bolsas y más bolsas de ropa que obviamente no habían sacado de un Walmart ni de ningún hipermercado del estilo.
Llenaron un vestidor entero con aquellas prendas de diseño que Lilith seguramente no se pondría en la vida. Por el amor de Dios, ¡hasta los vaqueros eran de un diseñador de renombre! Todas las prendas le quedaban como un guante. Scott había sacado la ropa manchada de su mochila para ver qué talla tenía.
El incidente de la ropa fue el primero de muchos episodios en los que Lilith se dio cuenta de que Scott siempre hacía todo a lo grande.
Al ver el dinero que había transferido a su cuenta corriente se negó en redondo. ¿De dónde diablos habría sacado el número de su cuenta? Una vez más Scott se limitó a encogerse de hombros y a pedirle que le avisara cuando necesitara financiación adicional.
¿Financiación adicional? ¡Le había hecho una transferencia de cien mil dólares! Cuando Lilith consultó el remanente de su cuenta casi le da un paro cardiaco. Hasta ese momento su saldo solía ocupar un solo dígito y, de pronto, aquella cuenta se había convertido en una fuente inagotable de dinero.
¿Cómo iba a gastar nadie tanta pasta en unos pocos meses? Lilith intentó devolverle la mayor parte del dinero porque tener tal cantidad en su cuenta la abrumaba un poco y sus necesidades, que eran muy básicas, ya estaban más que cubiertas gracias a su particular rey mago.
Scott masculló algún juramento, murmuró algo de que era una cabezota e hizo caso omiso de su petición. Ella acabó poniendo el grito en el cielo y marchándose resignada, cuchicheando algo sobre un hombre arrogante y terco.
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Una noche en mi cama
RomanceLa estudiante de enfermería y camarera Lilith Foster no pasa por su mejor momento. Su ya desesperada situación economía acaba de sufrir un golpe que puede dejarla a un paso de vivir en la calle. Cuando necesita poco menos que un milagro que la salve...