Scott era consciente de que, poco a poco y de manera discreta, estaba empezando a perder los papeles. Se le iba la cabeza adonde no se le debería ir y había tenido que hacer horas extras varios días simplemente porque no podía dejar de pensar en que Lilith estaba aquí, en su casa, arrastrándolo hacia la locura.
«Si no me la tiro pronto, me voy a volver loco».
Se alegró de que Lilith fuera por delante, pues así no podría ver lo empalmado que estaba. Mientras la seguía a la cocina, se quedó contemplando el balanceo de sus caderas bajo los vaqueros que le marcaban el trasero.
Su cuerpo emanaba un fresco aroma seductor y, loco por esa fragancia, la inhaló como haría un hombre privado de oxígeno. Percibía su olor en todos los sitios, hasta en el dormitorio. Tenía la sensación de que el aroma de Lilith se aferraba a cada centímetro de su casa para recordarle su presencia. ¡Como si pudiera olvidarla!
¿Qué tendría esta mujer que le fascinaba tanto? Era evidente que ella no se había propuesto resultarle irresistible: apenas se maquillaba y, por ahora, solo la había visto en vaqueros —excepto aquella noche que casi se le para el corazón cuando Lilith apareció con una minifalda y un jersey ajustado—, pero lo tenía completamente cautivado. —¿Cómo es que no tienes novio? —le preguntó con curiosidad—. ¿No hubiera sido más fácil hacer la carrera teniendo un hombre en tu vida? Habían llegado a la cocina y Lilith estaba sacando lechuga, pimientos y otras verduras de la nevera. —¿Me ayudas a hacer una ensalada? Voy a preparar unos filetes al horno. —Sacó carne de la nevera antes de añadir—: ¿Para qué iba a querer un novio mientras estoy estudiando? Lilith le dedicó una mirada de perplejidad antes de colocar en la encimera una tabla de cortar y darle un cuchillo. —Para tener a alguien que te eche una mano —respondió mientras lavaba las verduras—. ¿No te hubiera resultado más fácil? Scott comenzó a cortar las hortalizas de una forma peculiar
y casi se rebanó un dedo. Obviamente cocinar no era una de sus virtudes. Lilith rio y respondió: —Mi experiencia me dice que los novios no son de gran ayuda. Aunque parecía estar pasándoselo bien, Scott advirtió en su voz que aún estaba dolida. —¿Tuviste una mala experiencia? —Sí. —¿Qué ocurrió? Colocó los filetes en la parrilla del horno y empujó a Scott para poder abrir la nevera. Sacó una cerveza, le quitó la chapa y se la dio, invitándolo a que se sentara junto a la isla de la cocina. —Ya lo corto yo. Si sigues así, te amputarás un dedo o dos. Scott frunció el ceño mientras se sentaba y se quedó contemplando a Lilith cortar y trocear las verduras como una auténtica profesional. —Bueno, entonces, ¿qué ocurrió? Lilith suspiró antes de decidirse a contar la historia: —Salí cinco años con Chris. Pensaba que acabaríamos casándonos, pero, por desgracia, un día salí antes del trabajo y al llegar a casa lo pillé en la cama con la persona que yo creía que era mi mejor amiga. «¿Ese chico será hijo de ...? ¿Se acostaba con Lilith todas las noches y quería tirarse a otra?». —Menudo imbécil. —No estábamos hechos el uno para el otro. Menos mal que al menos no nos habíamos casado. —Aún estás dolida. Lilith se encogió de hombros. —Ocurrió hace mucho tiempo. —¡Menudo cabrón! —Scott no pudo reprimirse más, le habían entrado ganas de pegar una paliza al gilipollas ese. —¿Y tú? Le lanzó una mirada mientras echaba los trocitos de pimiento verde en la ensaladera. —¿Yo? —¿Tienes novia? Me da apuro estar complicándote la vida, o sea, que el hecho de que yo viva aquí te esté complicando la vida —comentó sin mirarlo mientras se ponía a cortar los tomates. Scott se encogió de hombros.
—Nunca he tenido. Lilith soltó el cuchillo asombrada y se quedó mirándolo boquiabierta. —¿En serio? Scott no mencionó a la única mujer que, cuando tenía dieciséis años, le había cambiado la vida para siempre. Llevaba años sin pronunciar su nombre ni hablar de ella con nadie. —En serio. No soy muy sociable. El ligón profesional es Sam. Es el guapo de la familia —respondió secamente antes de pegarle un trago a la cerveza. Lilith murmuró algo inaudible. —¿Qué has dicho? —preguntó Scott sin entender por qué se estaba poniendo roja como un tomate. —He dicho que tú eres más guapo. A Scott se le resbaló la cerveza de las manos, pero logró cogerla justo antes de que se le cayera en el regazo. —¿Has visto a Sam? Lilith se fue al comedor a llevar la ensaladera y gritó desde el pasillo: —¡Claro! Tienes fotos de Helen y de él por toda la casa.

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Una noche en mi cama
RomantiekLa estudiante de enfermería y camarera Lilith Foster no pasa por su mejor momento. Su ya desesperada situación economía acaba de sufrir un golpe que puede dejarla a un paso de vivir en la calle. Cuando necesita poco menos que un milagro que la salve...