Los ojos se nublan al comprobar por su virtud lo que los hechos dicen.
Pasó esto con el hombre de la calle Elba, lugar donde habitan los corazones exiliados por un pueblo radical; lo intrigante e ininteligible radica en el infortunio del único huésped asentado en aquel sitio inexpugnable. Un hombre alto, nariz afilada con una protuberancia en la división de sus fosas nasales, ojos inexpresivos, caídos, pero en el concepto de lo bello no dejan de ser hermosos, su cabello sin duda muestra la elegancia del Renacimiento y la conservación de su educación. Su rostro antes de la hecatombe robaba las miradas de todo el pueblo, era considerado como un arma de atracción que ni la más reservada mujer podía jactarse de evitar adorarlo. Los hombres envidiaban esta belleza que en otro tiempo se consideraría otorgada por los dioses y ahora una maravillosa concepción de la evolución natural. Lo maldecían al pasar y en voces despectivas se proferían los más grandes agravios e injurias que un humano puede recibir. Una mirada fría, fija, penetrante y escrutadora acompañada de una cabeza siempre altiva, con un cuerpo firme, manteniendo su postura erecta, le adjudicaba el título de presuntuoso.
Todos preguntan, ¿Quién es? ¿De dónde viene? ¿Habla, aunque tenga meliflua voz?, nadie puede responder, las preguntas presentan la inesperada dificultad de ser respondidas por el carente conocimiento del tema, pues nunca se ha oído nada de él.
Cierto día las nubes arreboladas se postraban en la línea que circunda todo el cielo, el sol opaco y los tenues rayos de luz advertían la llegada de la noche, los pájaros colmaron su canto y los hábitos del pueblo constituían la armonía taciturna del silencio. Todos los habitantes descansaban, mientras la intriga se manifestaba con recelo por ser escondida durante la presencia de luz. El momento es considerado oportuno para caminar con tranquilidad y naturalidad por las calles, evitando cualquier susurro por ínfimo que sea.
El hombre vestido de simplicidad y humildad deambula bailando al ritmo del silencio, la luna como admiradora alumbra con potencia sus pasos, albergando con totalidad prontitud esperanza en el destino que presenta la noche, una jovialidad indescriptible abraza su carácter emitiendo con efusión una risa inefable, pronto, cansado, se sentó en la banca más cercana. Lo que parecía una elegancia innata se transformó en desgarbo; su cabello tocaba la frente en babel, sus mejillas mostraban el ejercicio físico y su interrumpido respirar el cansancio. Pasa efímero tiempo, cuando de repente la expresión jocunda se esfuma para dar entrada a la entonación de una voz que sólo el mayor portador de elocuencia adquiere. Se levanta de su asiento pregonando en la más perfecta neolengua su conocimiento. Le habla a su otra parte, esta que aparece cuando los rayos de Apolo con su inconmensurable fuerza derrumban cualquier vestigio de oscuridad.
En tono blando, dice:
En esta inesperada noche, tomo por voluntad propia la voz inútil en el día, pues hablar no puedes. Mi intención, bienvenida sea por tí, es congratular el increíble trabajo que desarrollas en este momento, de tu proceder cualquier cosa acepto, sin tí no soy más que una ilusión. Intentas cohesionar la bifurcación que nos mantiene alejados, deseas hacer de los dos uno solo. Escuchando estás, aunque tenga el poder en este momento y tu no tengas derecho a gobernar este cuerpo, no eres ajeno de los hechos que presento. Por ahora no es menester compartir el mismo tiempo, recuerda lo difícil de nuestra situación. A tí parte contenedora de información, te fue arrebatada el habla y el pensamiento, pues no disciernes, no puedes hacer nada más además de recibir conocimiento, yo, cómo parte homógrafa tengo la obligación de observar la veracidad de este conocimiento, razonar sobre él, con intención de aplicarlo en el momento pertinente, de enseñarlo al que desee una vida libre de enajenación. Tranquilo doy por terminado el cierre de mi discurso, satisfecho estoy, sólo a mí has de obedecer y comprender.
Además de poseer la razón, de las emociones es dueño, de las dos partes es la mejor, controla sus emociones porque están supeditadas al orden estricto de la prudencia.