Belleza superlativa.

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¿Quién eres?
¿Qué es conocer a alguien?
¿Por qué me haces sentir?
¿Por qué pienso en ti?
¿Por qué me siento cómodo, tranquilo y jovial?

Una pregunta siempre debe ser respondida, de no ser así, ¿Por qué existe la pregunta?

La formulación de una pregunta, nace de la incertidumbre de lo desconocido; una pregunta cuya formulación es equivoca, adjudica respuestas equivocas. Preguntas formuladas sin el uso de la razón, no lleguen a mí; preguntas razonables, les abro la puerta de mi saciedad de conocimiento.

Cualquier pregunta puede ser respondia; utilizo el ejemplo del tiempo presente, en el cual por falta de conocimiento o por iniciativa de comprobación no se obtiene una respuesta; el futuro, alejado del presente, nos da la certidumbre de resolver lo creído inescrutable.

El no saber como responder no significa pregunta sin respuesta.

El jardinero del bello páramo, se levanta temprano a diario, creó este hábito, es esclavo de el. El jardinero sale después de realizar sus tareas personales, creó ese hábito, es esclavo de él. El jardinero sólo creó hábitos, llegó la muerte y vivió por sus hábitos. Sus hábitos vivieron por él, murió sin vivir.

El jardinero cortaba todos los días, sin excepción, una rosa; cortaba la más roja, grandes y olorosas, las cortaba y guardaba. Cortó despiadadamente, carente de compasión y cualquier sensibilidad. Es ininteligible, decía el jardinero, tantas rosas y todas iguales; con decepción se dirigía todos los días a su casa, esperando encontrar algo diferente, el pesimismo lo carcomía.

El jardinero cansado, llegaba a casa, observaba la puerta con vehemencia recordando lo solo que estaría al entrar.

Triste dicha,
dicha mía,
me diste soledad,
pidiendo compañía.

Entraba a su casa, en el cajón de la entrada la rosa cortada guardaba; en ese cajón había tantas flores iguales que no se podían diferenciar la una de la otra, formaban un capa compacta, una misma masa; por suerte era un cajón inmenso, no cabía duda al observar el cajón la obstinación del jardinero por encontrar una rosa diferente.

Inmediato se dirigía al balcón, sentaba su viejo cuerpo en la silla y su vista en las montañas se perdía, pasaba horas en aquel sitio buscando el cambio que pedía en las rosas, pero, como en las rosas, todas las montañas eran iguales; montañas esbeltas, inmutables y taciturnas, decían lo mismo todas al no decir nada: somos carentes de vida y aún así vivimos.

El viejo jardinero se levantaba consternado, quería encontrar algo diferente, algo que viva y no sólo tenga vida.

Paciencia inherente,
dolor siente,
el viejo hombre,
por no tener suerte.

En cama reposaba su viejo cuerpo, cuerpo débil, enfermedad del tiempo. Era de noche y el cielo estaba libre de nubes; por la ventana miraba como las estrellas pululaban, no había nada más por ver. Pasaba tiempo antes de dormir escrutando las estrellas en busca de belleza, pero carentes de ella el disgusto se manifestaba; al igual que las rosas y montañas eran todas iguales: taciturnas, inmutables y esbeltas, carentes de vida y aún así viven. La noche se ponía fría, lúgubre y lo despojaba de todo razonamiento positivo; decidió dormir, esperando soñar con aquella belleza verdadera.

Ciego sueño,
irrisoria ilusión,
recuerdo equívoco,
falso conocimiento.

Llega la mañana, fin del sueño, fin de la ilusión; otro día en busca de la belleza.

Despierta dispuesto a encontrar la belleza, no permitirá que la despedida del sol marque otra decepción.

Realiza sus tareas personales y con prontitud sale a caminar observando con detenimiento todo alrededor, de repente se encuentra con un grupo de flores de loto, cualquier variedad de ellas, de diferentes tamaños, colores y olores; con denuedo se acerca, la intriga se arraiga al jardinero y no permite razonamiento lógico; no tarda en llegar al lugar, tampoco a la decepción.

Llora y el suelo es alojamiento para sus rodillas palpitantes por el agotamiento del gran trayecto; no puede más el jardinero, el sufrimiento lo asesina.

Ha muerto el jardinero y con su muerte la búsqueda de la belleza superlativa.

Estoy muy agradecido, has hecho de mí últimamente lo más cálido que he sido.

También ayudaré a la mujer que con tanto aprecio recuerdo intensamente hora tras hora, confía en mis palabras, mis actos hablarán.

La belleza superlativa eres tú, lo que eres, no perderé el tiempo buscándola; no puedo fijarme en nadie más, las otras personas son una ilusión de belleza.

Con aprecio escribo para tí estas últimas líneas; busca siempre la verdad, la escencia de las cosas.

Linaje puro.Where stories live. Discover now