Deseos de pintura y música

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Louis contemplaba fijamente la lluvia a través de la ventana de su habitación. 

Una gruesa capa de nubes, grises y amenazadoras, cubría la ciudad y la lluvia caía despiadadamente sobre las viejas calles de aquella urbe desgastada y marchita. Inundaba sin discriminación enormes avenidas y diminutos callejones empedrados, azotados por el paso del tiempo. 

Aquel día estaba solo en su departamento, en el descuidado sexto piso. Todo el lugar estaba sumido en una oscuridad que le resultaba sumamente reconfortante, a la vez que aterradora. El silencio era palpable, delicioso e inquebrantable. 

A pesar de que en la soledad del departamento no se percibía el frío ambiente de la ciudad, Louis sabía que afuera el clima era duro y cruel. 

Un conjunto de velas ardía sobre la vieja mesa de madera, todas a la vez como si entonaran una silenciosa sinfonía y emitieran hermosos bailes de sombras y luces, pero a la vez siendo completamente independientes una de la otra. 

Mientras permanecía de pie frente a la ventana, acariciaba absorto la cruz de plata que pendía de su cuello, recordando vívidamente todo lo que había sucedido hacía tan solo unos meses, al inicio del invierno. 

La lluvia hizo que recordara todo. 

El silencio, el frío, la luz y la oscuridad; todo su alrededor removía las capas de olvido y resignación que cubrían los recuerdos de aquellos momentos. 

Trajo a su memoria el momento exacto en que todo comenzó: una tarde de otoño, que también llovía, solo que con menos frío. Era una tarde fresca. 

En aquella ciudad siempre llovía, pero nunca igual que la vez anterior.

El enorme edificio del teatro central de la ciudad se alzaba majestuosamente frente a él, con sus luces que lanzaban un delicioso halo amarillo e iluminaban las gotas de lluvia que caían a su alrededor. 

Esquivó algunos autos que circulaban por la avenida, hasta que se detuvo a mitad de la calle y después alcanzó la otra acera. Danielle lo esperaba ansiosa justo enseguida de la puerta de entrada, con dos boletos en su mano y un zapateo desesperado por lo tarde que era. 

Danielle. Una deliciosa criatura de un metro sesenta centímetros y el cabello largo, debajo de los hombros, aunque aquella tarde lo usaba recogido; con ojos maravillosamente ámbar y un tono de piel un poco pálido, como el de la mayoría que habitaba aquella ciudad. 

No podríamos decir que era la mejor amiga de Louis, pero sí que eran sin duda los más viejos amigos de toda la vida. Siempre tenía bastante paciencia con el joven, delgado, de un metro setenta y dos centímetros, de cabello castaño y lacio, con una piel imposiblemente bronceada (debido al clima de la ciudad) y ojos seductores que añoraban vivir aventuras, experimentar los sentimientos que aún le faltan por descubrir en este mundo. 

Así era Danielle, siempre de más de paciente con Louis, pero no esa noche. No en ese momento. 

El joven subió la prolongada escalinata, no quería mojarse más de lo que ya estaba, y justo cuando cubrió la primera parte y se detuvo en el descanso, lo escuchó. 

Demonios, pensó. Tal vez era más tarde de lo que él pensaba y la orquesta ya había comenzado a tocar para iniciar con la entrada de la obra. Pero después cayó en la cuenta. No era la orquesta, pero entonces, ¿qué? 

¿De dónde venía aquella música? 

Era una melodía pausada que no denotaba ni apuro ni urgencia, sino un verdadero compromiso con todo a su alrededor, la lluvia, el viento fresco y el atardecer que propiciaba sombras perfectas, amigables y terribles en todos los sentidos. Pero era intensa, poderosa. Hermosa. 

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⏰ Última actualización: Mar 21, 2020 ⏰

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