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Si cierro los ojos puedo verme en una mañana de marzo de 2019, admirando cómo el sol baña inevitablemente a los gigantes de cemento cercanos al Biobío, y a cada persona dentro de ellos. A mí no me alumbraba, solo estaba de pasada por el departamento. Me gusta el clima de marzo. Concepción y sus alrededores, en un día común y corriente, son un par de "¡¿?!" en cuanto a clima se refiere. Pero en ese mes, es perfecto. La transición de una estación a otra pasa casi desapercibida.

Y bueno, el clima de marzo no era eterno. Lo comprobé a medida que avanzaban las semanas, por el hielo que calaba cada uno de mis músculos y huesos mientras caminaba las pocas cuadras al liceo, y que se quedaba hasta, por lo menos, 3 horas de clases.

Así, análogamente, ocurrió con mis ideas enamoradizas (y las tuyas, si es que tuviste). Se fueron helando y mi sistema límbico dió la sentencia.

Me sentía bien cuando te hablaba. Me gustaba cuando te ponías parlanchín (y yo también) y me conversabas por horas de lo que sea. Eso fue en febrero. Un mes caliente y lleno de vida.

Pero empezó marzo y fue un acto nuevo.

¿Cómo pudiste ser tan indiferente?

Y yo no niego mi culpa. ¿Cómo pude ser tan tonta? En vez de protegerme, esperaba pacientemente que volviéramos a la cotidianidad que tuvimos en un momento. Pero parece que solo era yo la que sintió algo. Tal vez para ti solo resultó ser la entretención del verano, y no te culpo, yo también me considero un chiste.

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