Parte 4

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04 de Octubre del 2018

Hoy estoy molesta. Molesta no, molestísima.

Verás, que esto no es algo que me pase a menudo pero vamos, que lo de hoy si ha superado cualquier tontería que haya hecho en el pasado. Vale, apenas nos estamos conociendo y ya te estoy agobiando con mis problemas. Pero es que lo que te vengo a contar... ¡uf! Hasta tú querrás cobrar vida para darme un cuadernazo en la cabeza.

Ponme atención, Mr. Diario. La cosa va así:

Siempre, todos los días, sin excepción, me levanto tan ligerita de la cama con unos ánimos que cualquier mujer a mi edad envidiaría, creo que eso ya te lo había dicho, tan puntual a las ocho con el reloj interno que habita en mi cabecita, me ducho, me peino, me pongo sexy y me tomo un cafecito. Pero hoy, me sentía como si una aplanadora me hubiera pasado encima. Vale, que nunca me ha pasado una aplanadora pero supongo que eso te deja bastante hecho mierda, bueno, así me sentía cuando intenté levantarme de la cama.

Desde ahí puedes imaginarte que mi día no pintaba nada bien.

Fue mala idea, muy mala idea ir al gym, Mr. Diario.

Cuando quise enderezarme me di cuenta que me crujían todos los huesos y tuve que hacer tres intentos para ponerme de pie y poder fumarme mi cigarrito mañanero. Okey, no vayas a creer que soy una fumadora compulsiva, solo lo hago de vez en cuanto, cuando me siento terrible, como hoy al despertarme; es algo así como una inyección de adrenalina, me hace sentirme renovada, como nueva, como un ave del fénix. Pero hoy, especialmente hoy, ni una buena dosis de nicotina podía mejorar como se sentían mis músculos. Ahora ya sé por qué prefiero bailar zumba.

Como pude, me levanté y me puse el primer camisón que encontré, me fui a preparar mi cafecito y vi por la ventana al cartero depositar papeles en mi buzón. Le di un sorbo a la tacita en mis manos y como me pude, me fui hasta el cajoncito.

Me tomó más de la mitad de tiempo que me toma normalmente, saqué todos los papeles del interior y comencé a ver cada uno de los sobres en mis manos al mismo tiempo que tomaba un sorbo de café y caminaba al interior de mi humilde casa.

Cuentas, recibos, bancos, descuentos ¡Bah! Todavía sigo esperando la respuesta de la carta que le envié hace un año a Channing Tatum. Tal vez mis palabras: «Bombón, tu baile me humedece el desierto, y que conste, hace mucho tiempo que creí que ahí ya no existía ningún líquido que liberar» no le fueron suficiente y necesito subirle una raya al cachondeo. La otra semana le enviaré otra, Mr. Diario, no sientas pena por mí.

Pensando en aquel hombre y sus bailes exóticos, sin querer tiré los papeles al suelo y solté un bufido solo de pensar en inclinarme a recogerlos, lo hice sin meditarlo y mi espalda crujió, ya no pude enderezarme.

Santas vírgenes de los hombres desnudos.

Necesitaba ayuda, ahora sí la necesitaba y estaba sola. Entré en pánico. Visualicé la puerta y me eché a andar a la velocidad que pude, o sea, de tortuga. Estaba haciendo mi mayor esfuerzo, ya me sudaba la frente, no me quería imaginar la escena que debía estar protagonizando en ese momento. Escuché unos pasos en mi césped, alguien corría hacia mí y ahí lo vi:

Era un adonis, un dios de dioses, un semental, un príncipe: alto, con tabletas de chocolate y una piel exquisitamente bronceada. No llevaba camisa, solo un pantalón vaquero y botines, llevaba el cabello recogido en una coleta baja un tanto desecha. Se había saltado el cerco y ahora venía hacia mí, solo faltaba el caballo blanco y me hubiese sentido como en los cuentos.

Santos dioses griegos.

Caí en la realidad y me di cuenta de mi situación: ahí estaba yo, con la espalda torcida, el cuerpo adolorido y una taza de café regada en mi camisón blanco de algodón que no era para nada el mejor que tenía, te juro que no lo uso, nunca. Estaba  en fachas muy tristes, el cabello enmarañado, ojeras, patas de gallo sin ocultar y... no llevaba sostén.

El diario de la abuela Carlin ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora