unique

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Su risa, siempre escandalosa, rompía el silencio. Entre la penumbra de la madrugada, su silueta bailaba ante la luz del fuego. Sí, quizás yo no debía permitirme observarlo con ojos inquisidores, pero la curiosidad de mi alma era mayor al murmullo de la razón.
Pasó una mano entre las hebras rubias, tan brillantes como oro fundido. El matiz naranja bañaba sus facciones como una suave caricia. Pero, en algún momento, sus ojos, normalmente brillantes, se oscurecieron mientras miraba mis manos unidas.

-Me alegra saber que serás feliz con ella.

Aunque quise ignorar el tono amargo en su voz, mi corazón gritó que lo mirara directamente. Estaba ahí, sentado frente a mí, en medio del césped; usaba el mismo suéter desgastado que yo mismo había comprado para él en su cumpleaños. El mismo que le quité tantas veces.

Agaché mi vista al aro plateado en mi dedo anular y, de pronto, sentí mis pulmones quemar. Mis vísceras se retorcieron dentro de mí.

-Sí, Tzuyu es preciosa.

No sabría decir con certeza lo que causó en él mi respuesta, pero sí podía asegurar que entre nosotros, ahí, en ese instante, algo se enterró. Una memoria que debía morir.

Las palmas de mis manos picaron por arrastrarse a él. Su apariencia estoica me perturbó.

-Está bien, estoy feliz por ti.

La sonrisa que se deslizó entre sus labios fue la más amarga que jamás vi, por primera vez, lo encontré débil. Sus hombros se sacudieron y cascadas saladas pasearon por sus mejillas.

Parecía un niño perdido.

Mirarlo así, debió afectarme más de lo que realmente sentí. En mi consciencia, la culpabilidad gritó tan fuerte que pensé que no podría mantenerme despierto. Me había prometido que, ciertamente, no debía continuar abriéndome paso en su corazón.

Los recuerdos nublaron mi mente y, por primera vez, me arrepentí. El deseo que sentía por él era tan abrasador como el infierno, el remolino de sensaciones que producía en mi pecho se asemejaba a un huracán. Pero, más allá del deseo, siempre seguiría siendo nada más.

-Perdón.

Mi voz sonó como un ruego, mientras él se abrazaba a sí mismo. Se veía tan desolado como la primera vez que lo vi, drogándose, dispuesto a lanzarse al río Han.

Su respuesta me dejó congelado en mi lugar. Asintió entre temblores e hipidos, y en sus bolsillos buscó una bolsa de polvo blanco.

-¿Lo harás de nuevo?

No obtuve ninguna contestación de su parte, más que sus fosas nasales inhalando el polvillo.

Quizás debí detenerlo cuando se marchó, o debí pedirle que durmiera esa noche a mi lado, por última vez. Ahora, sólo recuerdo el zumbido de mi teléfono, y segundos más tarde, la noticia de que acabó con su vida como me había prometido alguna vez, debajo el agua del río Han.

Under Water - KookTaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora