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Las gotas de lluvia se mezclaban con las lágrimas al bajar por mi mejilla.

El puente estaba alto, pero no lo suficiente. Si ahora saltara, solo conseguiría hacerme daño, romperme una pierna, como mucho.

¿Vale la pena? Era lo único que pasaba por mi mente en ese momento, junto a las voces de mi familia diciéndome que me querían por última vez, sin que ellos supieran que esa sería la última, que este era mi final.

Mi final, mi final siempre lo había imaginado como algo bonito; en la cama, de vieja, junto la persona que amo. No aquí, sola, bajo la lluvia y a tan temprana edad.

¿Me echarían de menos?, las personas que me fallaron, ¿se sentirían culpables?, Esas preguntas dolían. Pero aún dolía más no saber la respuesta.

Justo un coche tocó el claxon y desperté de mis pensamientos, era el primer coche que pasaba por ahí desde que había subido.

Me pitaba a mi, me había visto.

El coche tomó la carretera pequeña, para subir al puente, donde me encontraba yo.

Así no. Salí corriendo hacia el bosque. No es el momento. No quería que nadie me viese, no quería que nadie influyera en mi decisión.

Me escondí detrás de un árbol cuando escuché el motor del coche parar, la puerta del piloto se abrió y bajó una señora, gritando.

- ¡Sé que estás ahí! ¿Quieres que llame a alguien?

Aunque parecía una mujer mayor, de voz dulce, no iba a salir, no iba a exponerme a que alguien me viese, me volverían a ingresar. Mi corazón se aceleró, mi espalda tocó el árbol, y me dejé caer, quedándome sentada en el suelo.

La espalda me ardía, por el roce con el árbol, y los ojos me quemaban.

La señora me buscó durante unos minutos más, hasta que por fin dijo:

- Voy a llamar a la policía

Mis lágrimas ya no me dejaban ver nada, todo era una nube borrosa.

Me intenté secar los ojos. Los policías no tardarían mucho en llegar, necesitaba salir de ahí, acabar con todo esto.

Me levanté y caminé con precaución, pero no sirvió de mucho, pisé una botella, rompiéndola bajo mis pies.

Vidrio.

Ya podía imaginarme la sangre, sangre goteando hasta el suelo. Mi cuerpo inconsciente cayendo detrás. Era mi única salida. Lo deseaba.

Morir, con dolor, pero morir. Escapar de todo; del dolor, de las traiciones, de toda la mierda.

Cogí un vidrio, y me corté uno de los antebrazos. No era dolor exactamente, era placentero, dolor que alivia, que te libera.

Puse el trozo de vidrio en mi otra muñeca y lo clavé. Estaba encontrando mi camino, mi libertad. Había deseado eso demasiado tiempo, por fin lo había encontrado, en medio del bosque.

Morir, con dolor, pero morir. Cada vez deseaba más estar muerta, dejar todo esto atrás.

El cuerpo entero me dolía, era insoportable, no podría moverme aunque lo intentara, me había cortado las dos muñecas, ni siquiera podía pensar con claridad, estaba perdiendo demasiada sangre.

Solo supe cerrar los ojos. Y fue entonces cuando le vi, vi la persona que había causado mis pesadillas, vi quien me había destrozado la vida. La persona que más odiaba.

Esa persona me había arrebatado algo que nunca podría volver a tener; mi infancia, mi niñez, mi inocencia.

Y de repente, oscuridad. Ningún dolor poseía mi cuerpo, ningún sentimiento. Solo paz, paz en medio de la oscuridad envuelta de negro.

VidrioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora