Desde muy pequeña esperaba el día de mi cumpleaños con muchas ansias.
La ilusión de estar en frente de un pastel, lleno de velas iluminando mi rostro, sintiendo los aplausos y los cantos de mis seres queridos, eran de las mejores sensaciones que he experimentado desde siempre.
Mamá preparaba mi comida favorita, y me la llevaba a la cama, mientras mi padre con un par de globos entraba muy emocionado para desearme que los kamis siempre estuviesen de mi lado.
Kai, mi hermano mayor, me hacía los regalos más extraños, desde una rana disecada, que me hizo correr despavorida por toda la habitación, hasta mis primeros videojuegos. Gracias a él, y a ese día, me volví adicta a ellos, y mamá no podía sacarme de mi habitación durante horas.
Mi infancia estuvo llena de amor, y de mucha felicidad.
Tengo los mejores recuerdos, y estoy feliz de que mi vida haya sido tal cual es.
El ballet llegó a mi vida justamente en mi cumpleaños número ocho.
Días antes, estaba con mi familia viendo la televisión, era un momento bastante emotivo, ya que papá pudo estar conmigo sin que su trabajo lo evitara. Así que tomé asiento a su lado y lo abracé fuertemente para que no se escapase de mi lado.
Papá rio fuerte, y yo no pude evitar sonreír.
Justo en ese momento, comenzó un programa en donde unas mujeres muy lindas, vestidas con leotardos y mallas danzaban. Sus cuerpos eran esbeltos y se veían bastante fuertes pero delicados a la misma vez.
Quedé embelesada, sus movimientos eran precisos, eran elegantes. Se notaba la conjunción de mente y cuerpo, y la manera en como sus facciones expresaban los sentimientos que aquella música les transmitía, me hacía querer ser parte de ello.
—¡Papá!, para mi cumpleaños quiero hacer eso —le pedí emocionada a mi padre, quien me miraba con una sonrisa.
—Oh, ¿mi princesita quiere ser bailarina de ballet? —besó mi frente mientras yo lo abrazaba más que emocionada.
—Sí, por favor papá, prometo poner todo mi empeño y dedicación para ser la mejor bailarina de ballet del mundo.
Mi padre tomó mi mano, y me dijo unas palabras, que hasta el día de hoy las tengo presentes, es mi lema de vida.
—Minari, lo único que me importa es que vivas tu vida mientras la disfrutas al máximo.
—"Vivamos la vida mientras la disfrutamos" —repetí mientras lo miraba fijamente —¡Te lo prometo papá!
Los primeros días en mis clases fueron demasiado difíciles, la danza es un arte precioso, a pesar de que las primeras cinco posiciones no me salían, nunca me rendí. Me sentía viva, y cada caída, me daba la fuerza para levantarme y volverlo a intentar.
Sin darme cuenta, los años pasaron rápido, y fui superándome a mí misma día con día. Mi sueño de viajar por el mundo haciendo ballet crecía conforme transcurría el tiempo y estaba completamente segura que esa era la vida que quería vivir.
Pero a veces, la misma vida nos dice que tiene algo diferente para nosotros.
Entrar esa tarde al centro comercial con mamá me trajo el mejor regalo que alguna vez pude anhelar.
Recuerdo que todo pasó demasiado rápido.
Una persona se acercó a mí para llevarme junto a mamá a un casting que se estaba realizando en el lugar.
Yo nunca había cantado en público, solo lo hacía cuando papá me lo pedía porque decía que mi voz era igual que la de un ángel.
Por mi parte no lo creía, simplemente lo hacía para hacerlo feliz, en forma de agradecimiento por todo lo que ha hecho por mí.