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LA ODIABA.
Odiaba la primavera.
Y no sólo eso, sino que también detestaba la calidez de todo lo que la rodeaba en ese momento.
Los rayos de luz que entraban por la ventana del auto le pudrían los ojos, además de que las altas temperaturas hacían que se sintiera enferma. Tantos años de vivir en la oscuridad y el frío provocaron que todo aquello le pareciera tan desconocido y tedioso.
Recargó su cabeza sobre el respaldo y cerró los ojos para intentar descansar un poco, el viaje fue más pesado de lo que había imaginado y lo peor de todo es que todavía no terminaba. Nadie había pronunciado una sola palabra desde el inicio del trayecto, por lo que los únicos sonidos que se podían escuchar con claridad era el de los demás autos al pasar y el del viento entrando por la ventanilla.
En medio de esa tranquilidad se permitió hacer una breve reflexión:
¿Qué diablos hacía ahí?
Ahí, en ese auto, en ese lado del mundo, cerca de esas personas.
Realmente en los últimos meses nunca se había detenido a pensarlo con claridad, incluso cuando todas las personas a su alrededor cuestionaron mil veces su decisión. Todo fue tan inadvertido que no tuvo más remedio que acudir a una de las cosas que más la definían: sus impulsos.
Porque así era, desde hace un cierto tiempo todas sus elecciones se han basado en eso, simples impulsos. Tal vez por ello ahora tenía miles de problemas que no podía resolver con facilidad.
—Ciertamente es una academia muy reconocida, ¿no es así? —La voz de Aoi la sacó sutilmente de sus pensamientos.
—Sí, lo es—respondió alguien más—. Además, ofrece todo tipo de facilidades para el estudio.
Un resoplido involuntario salió de sus labios al escuchar la última palabra.
Las clases habían empezado desde hace unas cuantas semanas, de modo que debía incorporarse al curso lo antes posible. Para su suerte tenía unos cuantos días más para urdir cuidadosamente todos los detalles restantes.
—No pareces muy complacida, querida —aquella voz pícara volvió a hacerse presente. No tenía necesidad de abrir los ojos para saber que el dueño tenía una sonrisa insolente de oreja a oreja, pero aun así lo hizo.
—Tal vez es porque no lo estoy.
Johann —mejor conocido como Mephisto Pheles— rió sin vergüenza.
—No se puede tener todo sin sacrificios —señaló con cierta burla—. Además, eres una chica muy lista, sabrás como adaptarte.
—No me refiero sólo a eso —murmuró mirando el paisaje fuera de la ventana—. A veces desearía ser tan optimista como tú.
Todo se mantuvo en silencio durante algunos segundos hasta que nuevamente el hombre volvió a hablar.
—Pues tendrás que serlo —súbitamente el tono de su voz se volvió más serio—. A partir de ahora no te queda más que dejar todo en manos del destino.
Los ojos de la chica se encontraron directamente con la mirada sombría de Mephisto, y aunque detestaba admitirlo aquel payaso tenía razón.
Inconscientemente se llevó la mano al pecho y con la punta de sus dedos acarició el pequeño reloj plateado que aquel hombre le había dado. Era un objeto muy valioso, y no porque tuviera algún valor sentimental sino porque era un recuerdo constante de que todas sus pesadillas podían convertirse en realidad en cualquier momento.
Tenía el tiempo contado.
Tratando de evitar seguir pensando en todas aquellas complicadas cuestiones sacudió la cabeza y acto seguido metió el collar dentro de su playera ocultándolo de toda vista.
En ese momento el auto se detuvo de forma abrupta dando por terminado el recorrido.
El de cabello púrpura se inclinó para quedar más cerca de ella, a continuación, chasqueó los dedos haciendo aparecer una llave dorada. Lentamente la colocó frente a sus ojos para que ella la tomara.
En cuanto la joven agarró aquel objeto la peculiar sonrisa petulante volvió a hacer acto de presencia en el rostro del demonio. Retrocedió nuevamente y señaló la puerta del auto que ahora se encontraba abierta.
